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La rosa que no moría

Obra de cuento extraída de mi libro La puerta sin llave, editado y publicado en el año 2004
Bayardo Quinto Núñez
miércoles, 4 de junio de 2025, 09:33 h (CET)

Obra de cuento extraída de mi libro LA PUERTA SIN LLAVE, editado y publicado en el año 2004.


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Guadalupe siempre hundía sus pensamientos en lo que se aproximaba a un final feliz. Lo raro era que constantemente continuaba soñando con ese final feliz, no abandonaba sus momentos de reposo. Era el trajín de las coincidencias. Habían pausas, interrogaciones y un divagar vertiginoso en sus pensamientos acerca del jardín errante de los cielos cómplices de la cristalización y aparición entre aquí y allá.


A Guadalupe le brotaban las advertencias de todos lados. Recordaba las noches como aquel utensilio espléndido que exponían, no se arrepentiría de seguirle para resucitar el nuevo(s) día(s).

Ese día de todos los tiempos las calles de la ciudad estaban vacías, las luces tuertas y en la esquina se observaba el espectro de un perro que se enrumbaba al cementerio bajo la inclemencia del mortecino alumbrado eléctrico, pero al llegar a la esquina el perro dobló y lanzó un estruendoso ladrido y corrió sin parar hasta que desapareció en la penumbra de la noche.


Quizás todo sea pura coincidencia, pero Guadalupe elucubró toda esta verdad para que ustedes tomen lo mejor. Esto no lo digo por gusto, porque entre la acción de ver y hacer la historia no fechada transfiguró la verdad del tiempo. Escuchen y sepan que estoy pensando. Me carcome exorbitantemente las neuronas, están acabando con las pocas que todavía se encuentran albergadas en mi cerebro, comentaba Guadalupe a la empleada Arling.


Al día siguiente llegó Arling a sus labores y expresó a su patrón que tenía plantado en el jardín de su casa un balde de rosas y que le llevará de regalo algunas, y unas matas de ruda, estas son olorosas, se ponen tristes cuando alguien llega con mala intención a las casas. Está bien, las espero, contestó Guadalupe.


Transcurrieron varios días y Arling todavía no llevaba las rosas, pero iniciando un día lunes del Señor Tiempo Guadalupe escuchó que tocaban a la puerta, se dirigió a abrirla, primero pasó por la cocina y se preguntó: “Qué oscuro está este día”, y procedió a encender la luz del comedor y la sala, quitó las sillas que servían de tranca a la puerta principal que da a la calle, descorrió el pasador y desenllavó la cerradura.


Lo primero que observó al abrir la puerta fue que el cielo estaba un poco oscuro, claro, eran las seis de la mañana y Arling que llegaba, y después de ofrecer los buenos días expresó a su patrón: “Aquí le traigo estas lindas rosas rojas”. Don Guadalupe las observó y se las rozó suavemente frente a su nariz, eran rosas vivitas recién cortadas, preguntó Guadalupe. Sí, contestó Arling. Dónde las colocamos, solicitó sugerencia Guadalupe. Bueno, en este jarrito de vidrio, reposó Arling y procedió a echarle agua, posesionando las bellas rosas y luego colocó el recipiente en el escritorio.


Al fin de cuentas las rosas fueron ubicadas en su santo lugar. Nahima te fijaste que las rosas tienen cuatro días de estar en ese recipiente, no se han marchitado, están como cuando Arling las trajo vivas y rojas, expresó Guadalupe. De verdad, que asombroso, repuso Nahima. En ese momento Arling pasaba por la sala y escuchó la conversación e intervino: “Es cierto que no se han marchitado, no están tristes”.


A los días las benditas rosas seguían vivas. En otra ocasión Arling llevó dos rosas más, eran grandes como las anteriores. Vea Don Guadalupe le traigo otras rosas son grandes, dijo Arling. Gracias, contestó Guadalupe, póngalas en el recipiente donde están las otras.


Después de colocar las dichosas rosas en el recipiente donde se encontraban las otras. Don Guadalupe les proporcionó un par de caricias y les dijo: “Qué lindas están, vienen a embellecer esta casa”, y observó que la rosa antigua había perdido un poco de color, en ese momento se la desgajaron dos pétalos, Arling los tomó y echó en el recipiente del rosal.


Al día once la rosa antigua por la mañana botó cinco pétalos y por la tarde se le desprendieron dos pétalos más. Ahora era el día doce, las rosas habían perdido su color original, casi eran rosadas. Eran sorprendente verles cómo se imponía el deseo de continuar vivas. Don Guadalupe discurría mentalmente: “Qué rosas, esa misma resistencia por continuar vivas, eso suele suceder con los seres humanos, luchan por continuar existiendo y sobreviviendo en este mundo protervo. El asunto es respirar hasta que la gran obra del tiempo de su dictamen final como el mejor juez”.


Ese bello gesto y alegría que le obsequió La rosa(s) de Arling a Guadalupe continuaron adornando, dando sabor, vitalidad a su vida. Era maravilloso como esas rosas en ese pequeño recipiente de vidrio otorgó vida y con su color rojo tenacidad por continuar viviendo. Esa realidad de vida quedó grabada en su memoria hasta la posteridad, así mismo, este cuento para que nunca sean olvidadas, esas bellas rosas. A pesar que las rosas tienen espinas, estas no hicieron daño, en todo caso dieron vida y felicidad interna a Guadalupe.


Eran rosas ergüidas como antorcha que iluminaban y cada mañana abrían sus ojos y boca para aplaudir el nuevo día. Ocupando los sentimientos y corazón de Guadalupe, sólo les faltó llorar y hablar como aquella lámpara que alumbra el camino al peregrino. Y, cuando ya no pudo alzar la cabeza- pétalos-para ver el cielo azul estrellado o color que fuese, mucho menos ver el rostro hacia el sol, río y espetó: “Entiendo el cómo, pero no el porqué, y la verdad es que por ahora las rosas son pétalos y raíz con sentimientos de madre naturaleza”.


Guadalupe y Arling en el día trece del tiempo sin tiempo y de todos los tiempos condujeron como féretro el recipiente de vidrio donde se encontraban los restos de las rosas, los pétalos y sus raíces para sepultarlas en el patio de la casa. Cavaron un hoyo y efectuaron el entierro.


Pasó el tiempo, los días y éste adquiría nuevos compromisos compartiendo lo bueno y lo potencial descubriendo a plenitud la vivencia del presente como aquel ángel que pretende devorar las sombras de la noche y su mejor manjar el día con su amanecer, que tiene sus propios afanes…, pero el aroma, fragancia y alegría en la interioridad de Guadalupe persistían como que las rosas continuaban vivas.

El asombro natural fue que al mes las rosas retoñaron de la tumba donde fueron enterradas unas rosas rojas, no permitiendo que el encanto y el aroma muriesen. Entonces, fue posible extender la suerte en su vida, muerte y resurrección. Ellas confirieron lo mejor para contentar a Guadalupe. 

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