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Guadalupe siempre hundía sus pensamientos en lo que se aproximaba a un final feliz. Lo raro era que constantemente continuaba soñando con ese final feliz, no abandonaba sus momentos de reposo. Era el trajín de las coincidencias. Habían pausas, interrogaciones y un divagar vertiginoso en sus pensamientos acerca del jardín errante de los cielos cómplices de la cristalización y aparición entre aquí y allá.
Leonel despertóse bajo el zumbido del tiempo con una mirada perdida en la distancia, un coro de pájaros que saludaban la mañana y las lenguas del Padre Sol eran refulgente, desafiaban las súplicas de ese nuevo día. Leonel e Iván todos los días caminaban por las calles cuando se dirigían a sus trabajos, las noches la retenían y hacían su propia tertulia sin alejarse de la realidad que les circundaban.
Cada vez que salgo a la vereda, se me aparece el “Ja”. En mi barrio le dicen así, abrevian “Javier”, es un nombre cheto, les da vergüenza nombrarlo entero. Yo lo llamo “el Lungo” porque mide como dos metros. Tiene los ojos retorcidos, el derecho más que el izquierdo. La ventaja es que elige a quién mirar. No como yo, que los veo a todos desde abajo, girando sobre ruedas.
El relato, dividido en cuatro partes, comienza con la imagen de una mujer que despierta en una habitación, junto a un hombre dormido, y descubre una dimensión paralela, invisible para su realidad cotidiana. En “Razia”, Pablo Montoya personifica el objeto de la vela en una mujer que busca otra realidad, pero que, a su vez, teme encontrar algo capaz de irrumpir en su universo.
La noche acariciaba suavemente los rostros de las personas que merodeaban por los alrededores del parque. Estaban sentados frente al quiosco, donde se posa en la cúspide estatua de una mujer desnuda, que señala con dedo índice hacia el universo, parte suroeste. Variedad de luces, de diversos colores, rodeaban el quiosco, la pileta del mismo absorbía la luminosidad de la luna, que la hacía más bella y refulgente.
Esto permite sopesar, pensar en las ciudades como un puñado de calles, hoteles, moteles, bares, restaurantes, cantinas, edificios de todo estilo, lo cual es más que importante pensarlo como el lugar que habitamos, trabajamos o vivimos y convivimos, como una manifestación viva de nuestra propia cultura.
Dentro de los pedidos, encomiendas que en ciertas ocasiones me expresó en vida mi gran amigo Ruy Téllez Solís, imaginariamente hacíamos un recorrido cultural por varias partes del mundo y eran tan maravillosos esos viajes que desbordaba los límites de la imaginación. Entonces, ahí nos decíamos sentados en una banca de concreto ubicada en la calle del calvario, en el parque central, en mi casa, lo interminable de las culturas del mundo.
La noche caía como un manto de seda negra sobre el horizonte, mientras Lucía caminaba por las calles de un pueblo olvidado por el tiempo. La última luz del sol dibujaba sombras alargadas que parecían extenderse para abrazarla. Había llegado allí en busca de respuestas, de algo que diera sentido a las grietas que sentía en su interior.
La jefa de policía de aquel pequeño pueblo del norte de España, no estaba preparada para lo que estaba sucediendo. Había crecido en aquel sitio, conocía a sus habitantes como si fueran de su familia, su trabajo era la mayor parte del tiempo aburrido, pero a ella le gustaba, desde pequeña sabía lo que quería ser de mayor, al igual que sabía que nunca se iría de aquel sitio, su vida estaba allí.
El amanecer se filtraba por la ventana, y aunque el día avanzaba, todo se sentía lejano. Las calles resonaban con los sonidos de siempre, y la rutina seguía su curso, mientras una sensación de vacío lo inundaba. Las conversaciones y las palabras flotando a su alrededor ya no lograban conectarlo con los demás.
En una ciudad siempre agitada, donde la gente apenas notaba los detalles, un hombre pasaba desapercibido. Sin nombre, sin prisa, caminaba con su cuaderno gastado bajo el brazo, dejando pequeños papeles con versos escritos. Nadie sabía quién era, pero algunos lo llamaban “el poeta del silencio”.
La ciudad es un laberinto, y Guadalupe lo sabe. Cada mañana enfrenta el caos de autos y murmullos que parecen consumir a quienes transitan. Sin embargo, ella escucha algo más profundo: la vida que persiste entre el caos. La corrupción, la inseguridad y los rostros endurecidos están ahí, pero dentro de Lupita, como algunos la llaman, hay una certeza.
Los juegos de tragamonedas en línea han recorrido un largo camino desde sus inicios. Lo que antes incluía carretes simples y símbolos básicos ahora se ha convertido en una experiencia inmersiva que rivaliza con muchas formas de entretenimiento. Una de las novedades más notables en este espacio es el uso del storytelling.
Con los ojos cerrados y el corazón latiendo al compás de sus pensamientos, decidió entregarse. No había marcha atrás. Desde lo alto del acantilado, el flujo la llamaba, susurrándole promesas de transformación. El miedo se disolvía, reemplazado por una certeza que no lograba explicarse.
"Sombras de un legado" es una novela que explora la profundidad de los secretos familiares a través de una historia que combina de forma fascinante una trama de ficción con algunos escenarios y personajes reales. Escrita por Ana Abella Santamaría y Jaime Ruiz de Infante, la obra narra la odisea de Lucía, una periodista que, al descubrir que es hija adoptiva, se embarca en una intensa investigación para desentrañar la verdad sobre su origen.
Tenía que esperarte una hora, contando las sombras que pasaban a mi lado, analizando los rostros, diversificando semblantes. En la esquina del coyol y la cuajada, de los tricicleros hambrientos y de goma. Mientras una cantilena de clamor y de venta pretendía a cada instante invadir el espacio de los compradores y también de los ladrones que siempre al acecho de la presa buscaban realizar su gestión del día.
La anciana dentro de su soledad. Silencio. Silencio. ¿Qué le sucede a ese joven, dónde estará metido? Mientras tanto, la anciana apuradamente se quitó los anteojos hasta el nivel cuasi de las fosas nasales y observando en los alrededores del aposento; posteriormente se los bajó hasta la barbilla.
El desnudo hijo dentro de la imperial bañadera de hierro llena de agua. Un despintado banquito de tres patas, al lado. Y una canasta con jabón de tocador de coco, esponja, sales de baño importadas, una caja grande de fósforos de madera y barcos de papel. El desnudo hijo es un adulto lento, vacío, triste. Estupefacto. Mira el agua. Un brazo apoyado sobre el borde de la bañadera. Lo mira. Mira el agua.
El grito que se escuchó al fondo no fue lo suficientemente claro para saber si era de alegría, para pedir auxilio o simple exclamación de quien no puede contener el impulso y tiene que ir más allá de los límites de la comunicación cotidiana.
En el mundo de la Cultura de las Artes así actúan muchos, sin sustento de base. Anochecía cuando llegó el tren, empero, el tren pudo haber llegado mucho antes. La verdad era que se había retrasado horas y aún no se sabía por qué. Era una conversación frívola, con intercambio de chismes sobre amistades del vecindario.
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