
Williamina Paton Stevens Fleming (1857–1911) fue una pionera de la astronomía que, contra todo pronóstico, dejó una huella imborrable en la ciencia. Nacida en Dundee, Escocia, Williamina emigró a Boston en 1878.
Llega a Boston
Boston, 1878. Una mujer de 23 años llega sola, embarazada y con una maleta de desesperación a cuestas. Se llama Williamina Paton Stevens Fleming. Viene de Escocia y su marido la ha abandonado, no tiene dinero y el futuro da miedo. Está a punto de dar a luz en un país que no es el suyo, sin techo, sin red y solamente tiene una cosa clara: necesita trabajar y rápido.
Encontró trabajo como sirvienta y ama de llaves en la casa de Edward Charles Pickering, director del Observatorio del Harvard College. Ella, que había sido maestra. Ella, que enseñaba a otros lo que ahora tiene que limpiar. El orgullo, de momento, puede esperar. El niño viene en camino y hay que comer.
Lo que no sabe —ni ella ni nadie— es que ese acto de necesidad va a convertirla en una de las astrónomas más brillantes de su siglo. Parece verdad eso de que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana.
Impresionado por su inteligencia, Pickering la contrató en 1879 para realizar tareas administrativas en el observatorio. En 1881, se unió formalmente al equipo de investigación, convirtiéndose en una de las primeras "computadoras humanas", mujeres encargadas de analizar datos astronómicos.
“Hasta mi criada escocesa podría hacerlo”
Eso dijo Edward Pickering, director del observatorio, harto de la ineptitud de sus asistentes varones. La frase era un desprecio. Pero también una pista. Porque la criada escocesa sí que podía hacerlo.
Williamina empezó observando. Apuntando. Calculando a mano el brillo y la posición de estrellas captadas en placas de vidrio. Un trabajo minucioso, repetitivo, mal pagado. Pero ella no era torpe. Era lista, tenaz, precisa como un reloj. En menos de una década, ya dirigía al resto de las “computadoras humanas”. Contrató mujeres —porque los hombres cobraban más— y creó sin saberlo el famoso “harén de Pickering”, un equipo femenino que acabaría reescribiendo la astronomía moderna.
La dama de las estrellas
Mientras los grandes astrónomos publicaban y firmaban, ella clasificaba y descubría. Catálogos enteros pasaban por sus manos. Su firma quedó detrás de más de 10.000 estrellas catalogadas, 300 descubiertas, decenas de novas, nebulosas, enanas blancas, variables, y espectros que hoy aún sirven como base de estudio.
Y una joya concreta: en la placa 2312, tomada en 1888, Williamina vio una nebulosidad extraña en Orión. La describió con exactitud, sin alardes: “forma de semicírculo, intensa, bien definida”. Era la Nebulosa de Cabeza de Caballo. Décadas después, el telescopio Hubble la mostraría en todo su esplendor. Pero Williamina ya la había visto antes que nadie, con ojos de mujer sin título.
Una carrera sin nombre en la portada
En 1899, Harvard la nombró Curadora de Fotografías Astronómicas. Primera mujer en ocupar ese puesto. Otros honores vinieron después, pero casi siempre con letra pequeña y sin el aplauso justo. A menudo sus descubrimientos salían publicados bajo el nombre de Pickering, y solo más tarde, en revisiones o notas al pie, se corregía el olvido.
Ella lo sabía. Lo escribió en su diario. Dejó frases que todavía duelen:
“A veces pienso en dejarlo. Que contraten a un hombre por mil quinientos al año, y que comparen. Yo también tengo una casa. También tengo una familia. Pero claro, eso en una mujer no cuenta. Y eso que se supone que vivimos en tiempos ilustrados…”
Lo escribió con rabia. Con esa lucidez cansada de quien trabaja el doble por la mitad. Y, aun así, siguió. Por dignidad. Porque alguien tenía que hacerlo bien.
Contribuciones científicas
Durante su carrera, Fleming catalogó más de 10,000 estrellas y descubrió 59 nebulosas gaseosas, 310 estrellas variables y 10 novas. En 1888, identificó la Nebulosa de la Cabeza de Caballo en la constelación de Orión, aunque inicialmente no recibió el crédito por este hallazgo. En 1910, publicó el descubrimiento de la primera enana blanca conocida, 40 Eridani B.
Innovaciones en clasificación estelar
Fleming desarrolló un sistema de clasificación espectral basado en la intensidad de las líneas de hidrógeno en los espectros estelares. Este sistema fue la base para el posterior esquema de clasificación de Harvard, perfeccionado por su colega Annie Jump Cannon.
Reconocimientos y legado
En 1899, Fleming fue nombrada Conservadora del Archivo de Fotografías Astronómicas en Harvard, siendo la primera mujer en ocupar un cargo institucional en la universidad. En 1906, se convirtió en la primera mujer estadounidense elegida como miembro honorario de la Royal Astronomical Society de Londres. También recibió la Medalla Guadalupe Almendaro de la Sociedad Astronómica de México por sus descubrimientos de nuevas estrellas.
Fleming abogó por la inclusión de mujeres en la ciencia. En la Feria Mundial de Chicago de 1893, presentó la charla "Un campo para el trabajo de la mujer en astronomía", promoviendo la contratación de asistentes femeninas en astronomía.
Ni mártir, ni heroína: simplemente brillante
Williamina no fue mártir ni víctima. Fue eficaz, lúcida, alegre y trabajadora hasta el final. Tenía carácter, humor, y ese acento escocés que la hacía inolvidable en Harvard. Abría la puerta a los visitantes, sí. Pero también les abría la mente: ella sabía de qué hablaba. Y brillaba con luz propia.
Años más tarde, Annie Jump Cannon, una de sus compañeras y discípulas, escribió sobre ella:
“Nunca estaba demasiado cansada para recibirte con una sonrisa. Tenía esa simpatía humana que a veces falta en la ciencia. Y una voz que te hacía sentir que estabas a salvo entre estrellas.”
Epitafio sin lápida
Williamina Fleming nunca tuvo un telescopio con su nombre. Ni falta que le hizo. El universo, al menos, le debe una postal desde Orión. Porque aquella mancha con forma de caballo no la vio Hubble primero. La vio una criada escocesa en un sótano de Harvard, con los ojos cansados y el pulso firme. Y eso, en tiempos de hombres con trajes caros, fue un acto de revolución.
Williamina Fleming falleció de neumonía en Boston el 21 de mayo de 1911, a los 54 años. Su legado perdura en la astronomía moderna y en la lucha por la igualdad de género en la ciencia.
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