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Mujeres en la ciencia: Felisa Martín Bravo. Ciencia, rayos X y galernas contra el viento

Su tesis doctoral, defendida en 1926, fue un hito, porque a partir de este momento fue la primera mujer doctora en Física en España
María del Carmen Calderón Berrocal
viernes, 30 de mayo de 2025, 08:52 h (CET)

En los años en que las mujeres en España apenas podían votar y mucho menos soñar con un laboratorio, Felisa Martín Bravo decidió que no le bastaba con enseñar ciencia, quería hacerla.


Unnamed


Nació en Donostia, cuando el siglo XX apenas empezaba a levantar la voz. Creció en Amara, estudió con notas brillantes y antes de que los años 20 rugieran del todo, ya se había plantado en Madrid con un objetivo inusual para una mujer de su tiempo: ser física.


De estudiante a pionera


En la Universidad Central, estudió y enseñó. Mientras otros apenas aprobaban, ella ya trabajaba en el Instituto-Escuela, se preparaba para ser profesora de secundaria y, por si fuera poco, sacaba tiempo para formarse como investigadora en el Laboratorio de Investigaciones Físicas.


Allí se atracó de cristalografía, de rayos X, de polvo atómico y precisión matemática. Su tesis doctoral, defendida en 1926, fue un hito porque a partir de este momento fue la primera mujer doctora en Física en España. Estudió la estructura del óxido de níquel, del de cobalto y del sulfuro de plomo. Palabras duras, logros más duros todavía. Aquello no era literatura, era ciencia, con mayúsculas.


En el cielo, la tormenta


Un año después, cruzó el Atlántico. Estados Unidos, Harvard, Yale, Connecticut, Vermont. Daba clases de castellano a señoritas para costearse la vida y en los ratos libres seguía investigando. Cuando volvió, ingresó en el Servicio Meteorológico Estatal. Primera mujer en hacerlo. Y única durante años.


No solo sabía leer nubes, entendía el aire, la atmósfera, la electricidad que surcaba el cielo. En 1932, partió a Cambridge para formarse en espectrografía de rayos X y técnicas de sondeo atmosférico con Charles Wilson, premio Nobel y padre de la cámara de niebla. Lo que trajo de vuelta no fueron títulos, sino herramientas de otro nivel.


Guerra, política y ciencia bajo sospecha


Durante la Guerra Civil, trabajó en el Servicio Meteorológico de la República. No aceptó trasladarse a Valencia con el resto de la agencia. Resultado: expulsión. Castigo habitual en tiempos donde lealtades políticas pesaban más que méritos científicos.


Aun así, en 1937 fue nombrada directora accidental del Observatorio de Igeldo. En plena guerra, ella registraba galernas, esas borrascas repentinas que rugen sobre el Cantábrico. En una época donde el viento se llevaba hasta las certezas, ella seguía midiendo presión, humedad, velocidad.


Tras la guerra, expediente de depuración. Sobrevivió y volvió al servicio. Trabajó hasta 1960 en meteorología, sola entre hombres, estudiando tormentas eléctricas y publicando sobre ellas mientras otros olvidaban que seguía allí.


Presidenta, invisible pero presente


En los años 70, ya jubilada, fue presidenta de la Asociación Meteorológica Española. La única mujer en dirigir la entidad… hasta el año 2019. Nada mal para alguien que medio siglo antes tuvo que abrirse paso con el doble de esfuerzo y la mitad de reconocimiento.


Le dedicaron una calle en San Sebastián. Su nombre figura en la Tabla Periódica de las Científicas. Y aunque murió en 1979 sin hacer ruido, Felisa Martín Bravo dejó claro que el talento no siempre grita. A veces simplemente hace el trabajo.

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En los años en que las mujeres en España apenas podían votar y mucho menos soñar con un laboratorio, Felisa Martín Bravo decidió que no le bastaba con enseñar ciencia, quería hacerla. Nació en Donostia, cuando el siglo XX apenas empezaba a levantar la voz. Creció en Amara, estudió con notas brillantes y antes de que los años 20 rugieran del todo, ya se había plantado en Madrid con un objetivo inusual para una mujer de su tiempo: ser física.

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