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Dar cariño es un intercambio gratuito, no cuesta dinero, no necesita estudios ni certificaciones...

Soledad: muralla invisible

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La velocidad que impera en la vida moderna, los adelantos de todo tipo, informáticos, sanitarios, de investigación, etc., han dado un giro tan vertiginoso que si no cambias al mismo ritmo te quedas poco menos que en la era antediluviana. El progreso siempre es bueno en sí, gracias al desarrollo habido en la sanidad, por ejemplo, el promedio de vida se ha prolongado a los ochenta y tantos años, llegando a la centena un gran número de personas en un estado muy saludable. Pero no todo es tan bueno, nos hemos vuelto más individualistas, menos comunicativos, pese a todos los medios a nuestro alcance, en definitiva menos sociables, más egoístas, llegando el caso de no conocer ni siquiera a las personas que nos rodean y por consiguiente importarnos un pito sus necesidades.

La soledad es la enfermedad de hoy día más extendida ( las personas mayores lo sufren demasiado), más perniciosa, más lamentable, más triste y penosa y sin embargo tiene fácil remedio, simplemente depende de algo tan sencillo como el amor. Dar cariño es un intercambio gratuito, no cuesta dinero, no necesita estudios ni certificaciones, ni alardear de nada, es ligero, no pesa y se puede dar a manos llenas sin que se queden nunca vacías.

Este generoso comportamiento, común en nuestros antepasados, se ha ido reduciendo a pequeños núcleos en pueblos o barrios donde aún existe la convivencia entre la comunidad, donde se comparte vida y milagros de sus habitantes, se disfruta de los mismos y se comparten alegrías y penas.

Si analizamos un poco el por qué de este desentendimiento y desafección existente hoy, debemos remontarnos una vez más a la educación recibida, o mejor dicho, a la falta de la misma. Bien es verdad que todo empieza en la familia y sigue en la escuela, pero si la primera carece de ella y en la segunda los sistemas educativos no lo proporcionan el resultado es el que tenemos.

La enseñanza de la religión es tan fundamental como el estudio de las ciencias y las humanidades y si el estado se proclama aconfesional y lo quitan de las escuelas, la iglesia debe preocuparse de dar una enseñanza complementaria en toda su extensión, no conformarse con los dos o tres cursos de catequesis preparatoria a la comunión, unas charlas pre confirmación e igualmente pre matrimoniales.

El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la iglesia católica convocado por el Papa Juan XXIII, anunciado por él mismo el 25 de enero de 1959. Constó de cuatro etapas, pudiendo presidir solo la primera pues su fallecimiento ocurrió un año después, siendo su sucesor Pablo VI el que presidió y finalizó las otras tres. Fue clausurado en 1965. Los objetivos del mismo fueron entre otros, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

Aunque hubo discrepancias de pareceres entre los padres conciliares modernistas y los conservadores, se venía haciendo un gran esfuerzo para evolucionar e integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano; Joseph Ratzinger (le menciono por ser quizás el más conocido por todos ya que llegó a ser Papa Benedicto XVI), entre otros, buscaron en un retorno a las primitivas fuentes, lo que veían como una comprensión más ajustada de las escrituras de los Santos Padres, para una actualización.

A la pregunta ¿qué hacer?, en el año 1997 se publica Directorio General para la Catequesis en donde se dan las pautas a seguir a los obispos para poner en práctica en sus respectivas diócesis, sacar la religión de las iglesias a la calle, vivificando con su enseñanza y ejemplo de vida a toda la comunidad cristiana y que a su vez fuera fructificando y extendiéndose.

¿En qué consiste todo esto?, podría resumirse en cinco puntos muy concretos: primero, anunciar (kerigma), es decir enseñar la palabra de Dios de modo comprensible, directo y aplicado a nuestro tiempo, buscando el por qué se hacen las cosas antes de prohibir; segundo, a la pregunta cómo hacerlo, la respuesta la tiene los ordinarios del lugar, es decir, los obispos, que a su vez debían admitir las informaciones de personas debidamente formadas con experiencia en los temas a tratar, ya que la teoría sin práctica queda incompleta; tercero, una vez conocida y aceptada la palabra, viene el arrepentimiento de todo aquello que se haya podido venir haciendo mal; cuarto, el querer ser bautizado con pleno consentimiento del que lo recibe y a sabiendas de lo que hace y quinto, entrar a formar parte de la comunidad cristiana fraternal y soldaría, con todas sus consecuencias, beneficios y obligaciones. Nótese que aquí aparece de nuevo el término comunidad, vivir en comunidad, que no en comuna ( no pretendo decir con ello vivir revueltos ni arrebujados).

Tengo la ligera impresión que lo que hacemos en la actualidad no es precisamente esto, si no todo lo contrario.

Iglesia somos todos pero si los representantes de la misma evitan poner en práctica de una manera didácticamente auténtica y atractiva a los feligreses sus enseñanzas, nos encontramos con un mundo carente de valores, desnortado, una juventud vacía que intenta paliar sus carencias con los botellones, el sexo, la droga, quedando la religión, la caridad, la misericordia, la moral, la ética trasnochado, fuera de la actualidad, estorbando para la vida fácil y así estamos viendo como aumentan los acosos en escolares por sus mismos compañeros llegando hasta el suicidio, la violencia de género, los ancianos aparcados fuera de sus familias sin que se ocupen de ellos, la soledad en sus propios domicilios que les conducen a depresiones y ganas de desaparecer de este mundo, etc..

Creo que ha llegado el momento de sacudir las conciencias, cada uno que coja la suya, dar lo mejor de nosotros mismos a quién lo necesite para paliar lo más posible las soledades, encauzar a nuestros jóvenes y entre todos intentar hacer un mundo más bueno, más generoso, más alegre y más feliz.

Soledad: muralla invisible

Dar cariño es un intercambio gratuito, no cuesta dinero, no necesita estudios ni certificaciones...
Carmen Muñoz
domingo, 13 de noviembre de 2016, 09:15 h (CET)
La velocidad que impera en la vida moderna, los adelantos de todo tipo, informáticos, sanitarios, de investigación, etc., han dado un giro tan vertiginoso que si no cambias al mismo ritmo te quedas poco menos que en la era antediluviana. El progreso siempre es bueno en sí, gracias al desarrollo habido en la sanidad, por ejemplo, el promedio de vida se ha prolongado a los ochenta y tantos años, llegando a la centena un gran número de personas en un estado muy saludable. Pero no todo es tan bueno, nos hemos vuelto más individualistas, menos comunicativos, pese a todos los medios a nuestro alcance, en definitiva menos sociables, más egoístas, llegando el caso de no conocer ni siquiera a las personas que nos rodean y por consiguiente importarnos un pito sus necesidades.

La soledad es la enfermedad de hoy día más extendida ( las personas mayores lo sufren demasiado), más perniciosa, más lamentable, más triste y penosa y sin embargo tiene fácil remedio, simplemente depende de algo tan sencillo como el amor. Dar cariño es un intercambio gratuito, no cuesta dinero, no necesita estudios ni certificaciones, ni alardear de nada, es ligero, no pesa y se puede dar a manos llenas sin que se queden nunca vacías.

Este generoso comportamiento, común en nuestros antepasados, se ha ido reduciendo a pequeños núcleos en pueblos o barrios donde aún existe la convivencia entre la comunidad, donde se comparte vida y milagros de sus habitantes, se disfruta de los mismos y se comparten alegrías y penas.

Si analizamos un poco el por qué de este desentendimiento y desafección existente hoy, debemos remontarnos una vez más a la educación recibida, o mejor dicho, a la falta de la misma. Bien es verdad que todo empieza en la familia y sigue en la escuela, pero si la primera carece de ella y en la segunda los sistemas educativos no lo proporcionan el resultado es el que tenemos.

La enseñanza de la religión es tan fundamental como el estudio de las ciencias y las humanidades y si el estado se proclama aconfesional y lo quitan de las escuelas, la iglesia debe preocuparse de dar una enseñanza complementaria en toda su extensión, no conformarse con los dos o tres cursos de catequesis preparatoria a la comunión, unas charlas pre confirmación e igualmente pre matrimoniales.

El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la iglesia católica convocado por el Papa Juan XXIII, anunciado por él mismo el 25 de enero de 1959. Constó de cuatro etapas, pudiendo presidir solo la primera pues su fallecimiento ocurrió un año después, siendo su sucesor Pablo VI el que presidió y finalizó las otras tres. Fue clausurado en 1965. Los objetivos del mismo fueron entre otros, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

Aunque hubo discrepancias de pareceres entre los padres conciliares modernistas y los conservadores, se venía haciendo un gran esfuerzo para evolucionar e integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano; Joseph Ratzinger (le menciono por ser quizás el más conocido por todos ya que llegó a ser Papa Benedicto XVI), entre otros, buscaron en un retorno a las primitivas fuentes, lo que veían como una comprensión más ajustada de las escrituras de los Santos Padres, para una actualización.

A la pregunta ¿qué hacer?, en el año 1997 se publica Directorio General para la Catequesis en donde se dan las pautas a seguir a los obispos para poner en práctica en sus respectivas diócesis, sacar la religión de las iglesias a la calle, vivificando con su enseñanza y ejemplo de vida a toda la comunidad cristiana y que a su vez fuera fructificando y extendiéndose.

¿En qué consiste todo esto?, podría resumirse en cinco puntos muy concretos: primero, anunciar (kerigma), es decir enseñar la palabra de Dios de modo comprensible, directo y aplicado a nuestro tiempo, buscando el por qué se hacen las cosas antes de prohibir; segundo, a la pregunta cómo hacerlo, la respuesta la tiene los ordinarios del lugar, es decir, los obispos, que a su vez debían admitir las informaciones de personas debidamente formadas con experiencia en los temas a tratar, ya que la teoría sin práctica queda incompleta; tercero, una vez conocida y aceptada la palabra, viene el arrepentimiento de todo aquello que se haya podido venir haciendo mal; cuarto, el querer ser bautizado con pleno consentimiento del que lo recibe y a sabiendas de lo que hace y quinto, entrar a formar parte de la comunidad cristiana fraternal y soldaría, con todas sus consecuencias, beneficios y obligaciones. Nótese que aquí aparece de nuevo el término comunidad, vivir en comunidad, que no en comuna ( no pretendo decir con ello vivir revueltos ni arrebujados).

Tengo la ligera impresión que lo que hacemos en la actualidad no es precisamente esto, si no todo lo contrario.

Iglesia somos todos pero si los representantes de la misma evitan poner en práctica de una manera didácticamente auténtica y atractiva a los feligreses sus enseñanzas, nos encontramos con un mundo carente de valores, desnortado, una juventud vacía que intenta paliar sus carencias con los botellones, el sexo, la droga, quedando la religión, la caridad, la misericordia, la moral, la ética trasnochado, fuera de la actualidad, estorbando para la vida fácil y así estamos viendo como aumentan los acosos en escolares por sus mismos compañeros llegando hasta el suicidio, la violencia de género, los ancianos aparcados fuera de sus familias sin que se ocupen de ellos, la soledad en sus propios domicilios que les conducen a depresiones y ganas de desaparecer de este mundo, etc..

Creo que ha llegado el momento de sacudir las conciencias, cada uno que coja la suya, dar lo mejor de nosotros mismos a quién lo necesite para paliar lo más posible las soledades, encauzar a nuestros jóvenes y entre todos intentar hacer un mundo más bueno, más generoso, más alegre y más feliz.

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