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La educación en la literatura (6): 'Nuestra Natacha' o una visión idílica de la educación

En la obra se censura, a veces con cierta ingenuidad, la pedagogía autoritaria vigente en los reformatorios de la época
​Felipe Díaz Pardo
sábado, 24 de mayo de 2025, 12:03 h (CET)

En la época previa a la Guerra Civil, en la que se quiso impulsar la educación pública, desde una actitud progresista, alimentada con las aportaciones procedentes de la Institución Libre de Enseñanza y del Partido Socialista Obrero Español, durante el período republicano, nos encontramos con la obra teatral Nuestra Natacha, de Alejandro Casona. Este texto nos quiere mostrar la posibilidad de alcanzar la felicidad a través de la educación. En la obra se censura, a veces con cierta ingenuidad –y también mezclando el humor, haciendo aparecer personajes o tipos que recuerdan a nuestro teatro clásico–, la pedagogía autoritaria vigente en los reformatorios de la época y propone una educación basada en la confianza, la comprensión, el respeto a la libertad, el amor y la tolerancia, ideales característicos de la política cultural republicana.


Alejandro Casona (1903-1965), seudónimo del asturiano Alejandro Rodríguez Álvarez, fue maestro, inspector de Primera Enseñanza y un conocido dramaturgo durante los años de la República. Ya antes había compuesto Otra vez el diablo (1927, pero estrenada en 1935, y El crimen de lord Arturo (1929), adaptación de un cuento de Óscar Wilde. También escribió algunas piezas cortas para su grupo teatral de las Misiones Pedagógicas. Se consagró como dramaturgo al recibir el Premio Lope de Vega por La sirena varada (1934). Obra lírica y simbolista, escenifica el conflicto entre realidad y fantasía. Gran éxito obtuvo Casona con el estreno de su siguiente obra: Nuestra Natacha (1935). Al estallar la Guerra Civil, Casona se marchó de España, y en el exilio siguió escribiendo ininterrumpidamente numerosas obras teatrales.

          

La obra podría considerarse una “fábula pedagógica”, en la que se muestra la bondad del ser humano, bondad que se puede llegar a alcanzar con decencia, compasión, buen trato y justicia, como comentan Raquel Gutiérrez Sebastián y Borja Rodríguez Gutiérrez en su artículo “Dos fábulas pedagógicas con 70 años de diferencia. De Nuestra Natacha (1935) a Los chicos del coro” (2004). En dicho artículo se refieren a la existencia de un “idealismo pedagógico”, que supone “una creencia en la eficacia y bondad de la enseñanza, en la idea de que la educación es el remedio para mucho, para casi todo lo imperfecto del ser humano, que es la forma de eliminar diferencias, de dar oportunidades, de remediar injusticias, de curar resentimientos”. Y para ello hay que tener fe en la educación, actitud que alcanzó su punto más alto en los años de la Segunda República, en los que se inspira la obra. Aquella época la vivió también el autor que, además de maestro, como decimos, era dramaturgo, estaba comprometido con las Misiones Pedagógicas.

          

Nuestra Natacha fue entendida, en su época, como una proclama política por parte de las izquierdas que aplaudían la presencia de los estudiantes comprometidos políticamente y la crítica a una sociedad conservadora. Por otra parte, de la derecha se criticaban las, entonces, atrevidas referencias sexuales de la obra, pretendiendo así descalificarla por inmoral.

          

En la presentación de la edición que manejamos (Castalia, 2007) se resume brevemente el argumento de la obra de la siguiente manera: Al iniciarse el primer acto conocemos a una serie de estudiantes, la mayor parte de ellos serios, trabajadores y comprometidos, menos Lalo, un perpetuo estudiante cuya única ambición es no aprobar nunca y gozar de la vida de la universidad. Aparece después Natalia Valdés, a quien todos llaman Natacha, la primera mujer doctora en Pedagogía de España. Pronto conocemos su historia, aunque ella la oculta todo el tiempo a sus compañeros: huérfana y abandonada había sido educada en un reformatorio y solo la adopción por parte de don Santiago, el recto de la Universidad, le ha salvado de aquel lugar que recuerda con horror. Llega Sandoval, un médico que viene a ofrecerle un puesto de trabajo: la dirección del Reformatorio de las Damas Azules, precisamente en el mismo en que ella estuvo. Natacha acepta con la ilusión de conseguir transformar aquella cárcel en un sitio de alegría. Mientras tanto, Lalo se ha declarado a Natacha y esta le reprende, con cariño, por su irresponsabilidad y le recomienda que se enfrente a la vida.

          

En el segundo acto asistimos a la actuación de Natacha como directora. Desde un principio se esfuerza en cambiar las costumbres y las formas del reformatorio y vemos cómo va consiguiendo que las chicas y chicos que allí viven sean más felices, a pesar de la oposición del conserje y una profesora, representantes de la visión más conservadora y ordenancista de la enseñanza. La llegada de los amigos de Natacha, que inician una gira de teatro popular con una actuación en el reformatorio, coincide con la aparición en escena de la marquesa, presidenta del patronato que rige la institución, que llega para provocar la dimisión de Natacha, por desconfianza ante los métodos modernos de esta. Natacha le ruega a Lalo que le preste una granja que este tiene sin cultivar y pide a todos sus amigos un año de trabajo voluntario con ella para poner en marcha una nueva escuela a la que irán todos los alumnos del reformatorio. Lalo accede y todos se comprometen.

         

El tercer acto es el triunfo de Natacha: acabado el año el proyecto de la granja es un éxito. Lalo le reitera a Natacha que la ama y esta le confiesa que le corresponde, pero le pide que tenga paciencia con ella, puesto que tiene que completar su trabajo con los alumnos y hasta entonces no será libre de unirse con él. Lalo promete esperarla y se va, junto con el resto del grupo de amigos de Natacha, mientras esta, entre lágrimas, proclama que seguirá en su puesto.

          

En el éxito de Nuestra Natacha también tuvieron mucho que ver las circunstancias históricas de la obra, que fue estrenada solo seis meses antes de la guerra civil, en un clima de enfrentamiento político e ideológico. La obra ponía sobre el escenario varios de los temas de debate político y social de la época: los reformatorios; la coeducación, puesto que en la mayoría de los centros educativos españoles los dos sexos estaban separados; la función de la universidad; la necesidad de un compromiso social de la universidad, etcétera.

          

Por otra parte, Nuestra Natacha era también un homenaje a los participantes en las Misiones Pedagógicas y el Teatro del Pueblo. Con el advenimiento de la Segunda República, se propició desde instancias gubernamentales el acercamiento a la cultura –y, por tanto, del teatro– a otros medios sociales, como los de la España rural, secularmente excluidos de toda iniciativa cultural. Con este fin se crearon en 1931 las mencionadas Misiones Pedagógicas, alentadas por un conspicuo miembro de la Institución Libre de Enseñanza, Manuel Bartolomé Cossío.  

          

No es de extrañar, por tanto, que Casona escribiera esta obra en 1935, impulsado por un lado por la indignación de quien ve ignorada y destruida su obra y, por otro, por la necesidad de homenajear a sus discípulos, amigos y compañeros. Muy en especial tiene en mente octubre de 1934, cuando él mismo y un grupo de estudiantes vuelven armados de picos, palas, ladrillos, cementos, cables y bombillas a San Martín de Castañeda, junto al lago de Sanabria, lugar por donde el Teatro del Pueblo había pasado ese verano el autor y los estudiantes, quienes se habían quedado impresionados por la pobreza del lugar y por el abandono en que estaban sus habitantes por parte del gobierno. En el tercer acto de Nuestra Natacha se recogen algunos de los episodios de ese mes de octubre.

          

En el verano de 1935, en tan solo diecinueve días, Casona escribió Nuestra Natacha, con todas sus experiencias frescas. La indignación por el cese de las Misiones Pedagógicas, la experiencia de Sanabria, el desprecio de la hipocresía del partido gobernante y de la sociedad a la que defendía, la defensa de una nueva forma de enseñar y más allá de una nueva sociedad más justa y sincera, están en su pluma y pasan a la obra: eso explica su éxito.

          

Entrando con más detalle en la obra, propiamente dicha, nos encontramos con elementos o reminiscencias del teatro clásico español, como apuntábamos antes, tal vez influenciada por ese afán didáctico del autor por llevar este tipo de teatro a todos los rincones de la geografía española, como también hemos referido.

          

Así, podemos identificar fácilmente los tipos inventados por Lope de Vega para la Comedia Nacional del siglo XVII. Al igual que en esta, son personajes que carecen de complejidad psicológica y se comportan como meros personajes-tipo, al servicio de la acción o de las ideas que se nos quieren transmitir. Sus reacciones son fácilmente previsibles e identificables.

          

Como sabemos, los personajes más frecuentes en el teatro del Barroco son: el galán, que es guapo y valiente; la dama, que es hermosa y enamoradiza; el barba, que puede ser un viejo o el mismo Rey y que hace la función del poderoso que soluciona finalmente el conflicto; el antagonista, que se opone al galán; la criada, acompañante y confidente de la dama; y el criado, también confidente del galán y que suele desempeñar la función del gracioso. Salvando todas las distancias posibles, Lalo podía ser el gracioso, trastocado en galán, según va desarrollándose la obra; Natacha, nuestra dama, un tanto misteriosa al principio; don Santiago, el anciano protector de la chica; y los demás personajes, coadyuvantes u oponentes de los personajes principales, representando papeles con poca hondura psicológica y que, como venimos diciendo, representan o simbolizan posturas o ideologías contrarias.

          

La figura del gracioso la ejerce Lalo desde el primer momento, de manera eficaz y con la intención de ridiculizar a un tipo de estudiante, en este caso de Medicina, rico e inconsciente, que solo piensa en haraganear y divertirse y, por supuesto, representante de la parte improductiva de la sociedad. Además de dialogar con los demás personajes, ambientando así la acción y contando sucesos que no aparecen en escena, y con la protagonista que será Natacha, caracterizada por la conciencia social, el esfuerzo, los buenos sentimientos y no por el simple amor a un galán, como haría Lope, la actuación de Lalo sirve para crear momentos cómicos que rebajan la seriedad de lo tratado, dando así un contrapunto cómico y costumbrista. La obra empieza con él, refiriendo los altercados estudiantiles en la universidad y pronto vemos esa vena graciosa, incluso histriónica que, en mayor o menor medida, se continua a lo largo de toda la obra, llegando, incluso, a arrancar la risa del auditorio con el chiste fácil.

          

A esa función cómica de Lalo se le une otra, que es la de ser el único galán posible de la obra, por cuanto que, en un momento de esta, se le declara a Natacha. No obstante, esta relación pseudoamorosa contiene la funcionalidad del mensaje social que se quiere transmitir, que no es otro que el de mostrarnos el contraste entre dos concepciones de la vida, al tiempo que servirá también para que la redención de este galán-gracioso llegue cuando preste su propiedad para un fin tan altruista como es el de cederla para poner en marcha una nueva escuela para los alumnos del reformatorio.

          

Los demás personajes que intervienen en la obra se pueden relacionar o identificar, de una u otra manera, con los tipos del teatro lopesco, al que nos venimos refiriendo. Así, podíamos pensar en don Santiago, como el remedo, más o menos exacto, del viejo, en este caso el Rector que adoptó y ayudó a Natacha a prosperar. A los estudiantes nos los imaginamos como la soldadesca o el populacho de las comedias de capa y espada, si bien ahora empuñan otras armas. Y las niñas y a Juan, el alumno díscolo y algo bruto, como las pobres víctimas de la educación negativa y perjudicial del reformatorio, basada en la sumisión. Y a la marquesa, el conserje Francisco y la señorita Crespo, como los antagonistas de los que hablábamos antes, contrarios a los buenos propósitos educativos de Nuestra Natacha.

         

Dicho esto, podemos pasar a comentar varios conceptos que Nuestra Natacha quería transmitir al público de la época, ávida de nuevos mensajes y nuevas formas de enseñar. La representación de un mundo idílico se nos presenta varias veces, a través de ideas que, en principio, siempre son deseables. La igualdad se hace patente al impedir Natacha cualquier tipo de sumisión en el trato. La libertad, antes desconocida por las alumnas, es otra de las normas que Natacha establece.

          

A todo lo anterior se oponen y critican elementos contrarios como la disciplina, que se ve peligrar por las nuevas formas traídas al reformatorio, necesaria para mantener el respeto o como un herramienta o método para educar a las alumnas; la obediencia, como elemento también necesario e incuestionable en el proceso educativo; o la autoridad, en definitiva, como concepto negativo a tenor de todo lo anterior, asociado además a un especial comportamiento de relajación moral, como es el de la vagancia. Y como símbolo externo de esa autoridad, el uniforme, tan necesario para Francisco, el conserje, quien con él se siente seguro y se hace respetar.

          

En definitiva, la obra plantea el choque entre dos concepciones opuestas de la educación, representadas claramente por la marquesa y Natacha. Otro de los aspectos concretos de discrepancia entre ambos enfoques de la educación se encuentra en la “coeducación”, concepto antes referido, en este caso, relacionado con la moral.

          

En resumen, Nuestra Natacha nos muestra dos visiones de la educación que entran en conflicto. Por una parte, presenta una concepción de la educación autoritaria y basada en la norma, obsesionada por la disciplina, a través del castigo y basada en la desconfianza hacía los jóvenes que pretende educar. Por otra parte, nos muestra una enseñanza que busca crear un entorno colaborativo entre los que aprenden y los que enseñan, con el que se sustituye la disciplina por la comprensión y que cree en las posibilidades de unos seres a los que quiere integrar en la sociedad.

          

Todo lo visto nos hace concluir con la opinión de que, además de otras significaciones o interpretaciones, la obra aborda la problemática educativa con una intención didáctica: la de hacer ver al espectador una nueva realidad y, por tanto, una nueva actitud del enseñante, de acuerdo con unas posturas ideológicas concretas, distintas a las existentes hasta el momento, tal vez por la necesidades de la época, dada la pobreza intelectual de la población española, en general, en los primeros decenios del siglo XX.

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En la época previa a la Guerra Civil, en la que se quiso impulsar la educación pública, desde una actitud progresista, alimentada con las aportaciones procedentes de la Institución Libre de Enseñanza y del Partido Socialista Obrero Español, durante el período republicano, nos encontramos con la obra teatral 'Nuestra Natacha', de Alejandro Casona. Este texto nos quiere mostrar la posibilidad de alcanzar la felicidad a través de la educación.

 
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