En tiempo de crisis, tanto socioeconómica como política y existencial, cuando lo viejo no muere del todo y lo nuevo no termina de nacer, parafraseando a Gramsci, es recurrente explicarse la ambivalente y amorfa realidad mediante teorías simplistas que permiten racionalizar la complejidad que habitamos cotidianamente.
El maniqueísmo eterno entre el ejército del bien y las huestes mercenarias del mal, nosotros los buenos y ellos los malvados, apacigua nuestros miedos y nos exonera de responsabilidad personal y colectiva. De este modo tan sencillo se desactivan los análisis rigurosos, fomentándose a la vez la inacción o abulia política.
Las confabulaciones, complots y teorías de la conspiración vienen a decir que todo lo que acontece en la realidad está relacionado, que nada sucede por azar, que el efecto mariposa de una nimiedad afecta al todo cósmico de manera decisiva.
Primero suele emerger la teoría merced a un gurú iluminado. Después, como una mancha de aceite, la teoría va ganando adeptos entre las mentes más proclives a creer en enigmas esotéricas y componendas invisibles que pululan como duendes traviesos y maléficos entre bastidores de la incomprensible realidad.
La muchedumbre adherida a uno u otro complot fabuloso ve señales, indicios o pistas aleatorias en cualquier manifestación de la realidad o fenómeno físico. Como todo está vinculado entre sí, la pura lógica o el azar accidental no están invitados a este exuberante festín de cruda irracionalidad. Las fuerzas del mal son muy astutas y taimadas.
Una vez consolidada la conspiración, para confirmar desde dentro la alocada teoría previa, es más o menos habitual que del núcleo dirigente y secreto conspiratorio se desgaje algún desafecto, arrepentido o renegado que reafirma las premisas del iluminado pionero.
Ya tenemos la conspiración completa a pleno rendimiento. Nunca se demostrará fehacientemente ninguna conexión real entre la teoría y la realidad tal cual, pero eso es lo de menos. Lo importante es que la población abducida por su fe de carbonero haya anulado su capacidad de pensar críticamente sobre la situación económica y sociopolítica del momento.
La gente entretenida en proyectos secretos y esotéricos es así neutralizada mientas dure el impacto placebo de cualquier teoría de la conspiración al uso, desviando el foco de atención a problemas secundarios que no repercuten de forma negativa en la política diaria. Hebefrénicos llamó a estos fanáticos irreductibles el escritor Philip K. Dick. Hebe era la diosa griega de la eterna juventud, es decir, deidad de aquellas personas que jamás salen de su infancia. Creer que estamos rodeados de fuerzas, causas o motivos ocultos es a lo que la psiquiatría denomina paranoia.
A lo largo de la historia los agentes nocivos o chivos expiatorios que han sido protagonistas de las iras populares han sido muchos, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivos, Satán, la masonería, las brujas, los jesuitas, los judíos, los marcianos y el comunismo, en ocasiones a solas y otras juntando sus energías numinosas.
Las dictaduras siempre tienen a mano un chivo expiatorio para eludir sus responsabilidades y aplicar a golpes sus políticas represivas. Sin embargo, ningún otro régimen está exentto de la susodicha epidemia conspiranoica.
El novelista Don DeLillo quiso dotar a este prodigio irracional de estatus científico, denominándolo dietrología, o sea, el estudio de las fuerzas ocultas tras todo tipo de suceso indescifrable por métodos homologados por la ciencia oficial.
Conspiraciones en vigor
Hay más confabulaciones secretas, inefables u ocultas en la actualidad, pero consideramos que las más relevantes son las siguientes:
Rusia se ha configurado como el alter ego del sistema capitalista de corte occidental. Putin, en la imaginación populista, se ha convertido en el diablo personificado que está detrás de casi toda anomalía social, económica o política: elecciones adulteradas, disfunciones cibernéticas, intoxicaciones informativas, etc. Lo woke es todo lo contrario de lo políticamente correcto, esto es, tradicional y de derechas. Desde liberales hasta marxistas, todo huele a woke para la cultura neofascista de moda. Woke se asocia asimismo a intelectual, un ser siempre sospechoso para el orden establecido. El Islam casi es sinónimo de terrorista. Lo islámico va más allá de lo religioso, entroncando con una civilización atrasada, según los laboratorios de ideas ultraconservadores, que quiere imponer su credo a escala universal por cualquier medio, preferiblemente violento. Los inmigrantes, categoría asociada a los sucio y desechable. Basura humana, en definitiva, pobres marginales de solemnidad que aspiran a vivir de las subvenciones o migajas públicas quitando el trabajo y las ayudas a los nacionales de cualquier país rico. El feminismo ocupa un lugar de honor dentro del mundo de las conspiraciones vigentes. Los avances en igualdad siempre levantan suspicacias airadas entre las huestes conservadores y los sectores más recalcitrantes del clero o religión institucional. Feministas feas, desaliñadas y hombrunas son el estereotipo más utilizado por el machismo para desacreditar cualquier reivindicación de la mujer. El mundo homosexual (gays y lesbianas) y los colectivos trans. Son otros enemigos o adversarios ficticios que reclaman la destrucción de la familia y de los sistemas binarios de género. Son personas contra natura con agendas ocultas para socavar los cimientos de una sociedad como dios manda, sea la divinidad que sea. El anitisemitismo. Conspiración muy activa contra los judíos en casi todo el mundo desde tiempos históricos remotos. Hoy, paradoja donde las haya, es esgrimido para justificar la masacre de palestinos por el Estado sionista de Israel contra las personas que denuncian sus acciones militares genocidas, generalmente de izquierdas. Los antaño fascistas de toda laya, antisemitas de hondas raíces, son hoy aliados de los crímenes de lesa humanidad de Netanhayu y sus conmilitones.
Las conspiraciones se han erigido en una pandemia histórica de alcance mundial. Son extraordinariamente útiles para mantener en la inopia política a amplias capas de la sociedad en cualquier país del planeta. Por eso siguen proliferando, antiguas que vuelven para adaptarse a inéditos contextos culturales y de nuevo cuño al calor de la ola de populismo de predicados simples que nos asuela desde principios del siglo XX. Los facismos se nutren de este irracional, simplón e infantil caldo de cultivo. No lo olvidemos jamás.
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