Sí, es ciertamente curioso, pero no irreal, que el artista y pintor francés Henri Matisse, a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, y uno de esos pintores atormentados que vivía en un constante estado de insomnio, fuese capaz de pintar el cuadro “La alegría de vivir”. Luego están los que por dar el autor ese título a ese lienzo le llamasen o lo sigan llamando “el pintor de la alegría”, pero sólo se basan por el colorido que daba a la gran mayoría de sus cuadros, o porque otra minoría afirmaba o afirma que esas obras de arte transmiten lo que se llama “vida”.
Esa obra a la que me refiero, que pude observar en Francia una de las veces que he visitado el país vecino, muestra una especie de jardín prohibido, es decir, un Edén algo más poblado que el de Adán y Eva. Se insertan en el cuadro voluptuosas figuras desnudas que se reparten a través de la pintura en un excelente muestrario de vida plácida y afectuosa: se abrazan, juegan, hablan, e incluso tocan instrumentos musicales.
Creo que el genial Matisse buscaba en el arte, en su obra, crear la belleza que su vida era incapaz de regalarle. Y creo que por eso siguió pintando hasta la muerte, durante su enfermedad y desde la cama. Para él, la vida era aquello que se vivía entre colores y allí no existe el sufrimiento, y como yo he creído siempre: “Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable”.
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