Sr. Director:
Que Europa fue construida por el cristianismo nadie que se haya interesado lo más mínimo por el tema lo pone en duda. Que Europa se desmorona porque se ha alejado del cristianismo tampoco lo duda nadie que tenga un mínimo de conocimiento. Hay como un enconado empeño en alejar todo símbolo religioso de Europa, y no ya referente a símbolos físicos identificativos (cruces, imágenes, liturgia…), sino que alcanza también al pensamiento cristiano.
San Juan Pablo II describía este fenómeno de la unidad de Europa con su acertado punto de vista: “[…] la luz del Evangelio ha iluminado la historia de Europa dando así origen a una comunión de destinos de pueblos diversos. La acogida de la palabra viva del Evangelio significó a menudo para pueblos enteros adherirse a una comunidad de cultura y de destino, como la que tomó después el nombre de Europa”.
El cristianismo latente en el corazón de la Europa de los primeros siglos fue acogiendo con el paso de los años a otros pueblos circundantes y transmitiéndoles su espíritu cívico, caballeresco y religioso a través de los siglos, conformándose una unidad que, si no se logró en lo territorial y político, sí se logró en lo cultural y humanístico.
Pero de un tiempo acá, Europa está enferma. De toda aquella unidad de pensamiento únicamente ha quedado, como un rescoldo, el aspecto económico. Todo lo demás se ha desgajado en individualidades que pugnan por hacerse con el control mayoritario de lo que fue en su día el pensamiento europeo, y ello a costa de hacer concesiones sustanciales en temas de vital importancia como costumbres morales, familiares, educativas y sociales… En resumen, abandonando el cristianismo que fue el sustrato de su edificación primitiva.
Son palabras, nuevamente de san Juan Pablo II, las que nos ofrecen el análisis de Europa desde su elevado punto de vista: “Junto a muchas luces, no faltan algunas sombras. A una cierta pérdida de la memoria cristiana se suma una especie de miedo al afrontar el futuro; a una generalizada fragmentación de la existencia se unen a menudo la difusión del individualismo y un creciente debilitamiento de la solidaridad interpersonal. Se asiste a una pérdida de la esperanza, en cuya raíz está el intento de hacer que prevalezca una antropología sin Dios y sin Cristo. Paradójicamente, la cuna de los derechos humanos corre así el riesgo de perder su fundamento, minado por el relativismo y el utilitarismo”.
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