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Cuentos chinos para identificar cuentos chinos

Uno no es responsable de los bulos creados por otros, es cierto, pero sí que lo es de ayudar a difundirlos
Manuel Rebollar Barro
miércoles, 5 de marzo de 2025, 09:19 h (CET)

La tradición oriental está repleta de cuentos anónimos donde se apela a la armonía y al intento de mejorar como persona. En uno de ellos, titulado Las tres rejas, el discípulo de un maestro viene preocupado a contarle algo que ha oído de él. El maestro le dice que si lo ha pasado por la prueba de las tres rejas: la verdad, la bondad y la necesidad. El discípulo le responde que no lo ha hecho. Y el maestro concluye que, si no es cierto, ni bueno, ni necesario, “sepultémoslo en el olvido”, que es una manera de dignificar la existencia humana y no permitir que los rumores o las mentiras proliferen, cortando de raíz la propagación del mismo y evitando que se haga más grande.


Pero nuestro mundo no es el oriental, ni mucho menos. Aquí nos sentimos atraídos por el morbo y por la posibilidad de tener información privilegiada y polémica. Esa sensación de saber algo que los demás desconocen y que, además, puede alterar la percepción que la gente tiene de la realidad es demasiado tentadora como para no prestarle atención. Es la plasmación cotidiana de la máxima “nunca dejes que la verdad te arruine una buena noticia”, atribuida a William Randolph Hearst, el magnate de la prensa sensacionalista norteamericana, cuya vida quedó reflejada en Ciudadano Kane, y que se regía por el “yo hago las noticias” que propugnaba en su línea editorial. Esta capacidad de persuadir a la opinión pública quedó perfectamente reflejada en 1898, durante el conflicto hispano-norteamericano por Cuba, en la que la explosión del acorazado de combate Maine, que estaba anclado frente a la costa cubana, fue el catalizador del inicio de la guerra promovido desde el periódico de Hearst, que acusaba directamente a España con el siguiente titular: “El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo”, y que fue alentado a diario en prensa al grito de “¡Recordad el Maine, al infierno con España”. Aquella guerra terminó con el languidecer de nuestro país que todavía se creía parte de la España imperial y dio pie a una crisis sin precedentes que fue abanderada por la llamada generación del 98.


Hoy, más de un siglo después, vía wasap, que difunde velozmente el mundo de Internet y sus enlaces a los periódicos digitales, la proliferación del legado de Hearst es indudable y amenaza, a golpe de realidades manipuladas, el orden mundial con otra fractura mucho más profunda de la sociedad que se puede sintetizar en la creencia inmediata sin refrendo de lo que nos cuentan. Los continuos bulos y la confrontación directa reflejan en todo momento la fuerza de la prensa –no es el cuarto poder por nada–, ampliada en la actualidad por los tiktokers, youtubers, influencers y demás moloners de turno, que difunden lo que quieren con la seguridad de que su mensaje va a calar en un sector de la población deseoso de volcar su rabia contra quien sea.


Uno no es responsable de los bulos creados por otros, es cierto, pero sí que lo es de ayudar a difundirlos. Comprobar si es verdad no es sencillo, dado que la verdad no existe, pero sí que podemos contrastar con otros periódicos de distinta índole lo que nos llega, así, con otros puntos de vista, tendríamos una visión más completa. Entender si es bueno es fácil, sobre todo porque lo que se suele propagar con más velocidad es aquello que perjudica a otra persona, y eso debería ser suficiente para que investigásemos de dónde viene la noticia y a quién beneficia para asegurarnos de lo escuchado. Cuando algo suena a tremendo, suele ser falso. Con respecto a la última de las rejas, muchas de las noticias que nos llegan son banales, absurdas y completamente innecesarias, se puede vivir sin ellas.


Así que todo sería más sencillo si siempre pasásemos lo que nos llega por las tres rejas del cuento chino para ver si realmente es un cuento chino. 

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