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El Partido Socialista de Cataluña ha rechazado la oferta del líder del PP catalán, Xavier García Albiol, de poner a su disposición los votos de los diez concejales populares en Badalona para que prospere una moción de censura y desbancar así al gobierno de la CUP, que en un espectáculo bochornoso de desacato a la ley, protagonizó una sonada rebelión el pasado 12 de octubre, abriendo las puertas del Consistorio, a pesar de que la orden judicial les obligaba en sentido contrario. La actitud socialista parece que tiene un mucho de sectarismo.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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