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“Seamos esclavos de las leyes para que podamos ser libres” Cicerón

En España, el Estado de Derecho peligra

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No creo que, en todos los años que los españoles nos creemos estar en democracia, haya habido un periodo más peligroso para nuestro Estado de Derecho que el que estamos viviendo. Quizá convenga recordar a nuestros paisanos lo que entendemos por Estado de Derecho y las consecuencias que pueden traer a nuestra nación el haber entrado en una etapa en la que parece ser que, los españoles o una parte importante de ellos, hayan decidido ponerse las leyes por montera para, al menos intentarlo, actuar como les venga en gana, sin que les importe un bledo si, con esta actitud egoísta y libertaria, puedan poner en peligro la misma esencia del concepto democracia aunque, en una clara perversión del término, en algunas partes de España se pretenda que, ejerciendo su santa voluntad, están cumpliendo con las reglas de la democracia, naturalmente entendida según su particular idea de lo que a ellos les convendría que fuera y no lo que, en realidad, es. Podríamos decir que, una definición bastante exacta y comprimida de lo que se entiende por Estado de Derecho podría ser la siguiente: “Estado cuyo poder y cuya actividad están regulados y garantizados por la Ley”. De aquí viene que, si se desarrolla el Estado de Derecho, llegaremos a las conclusiones de Montesquieu, donde aparece definida la división de los poderes del Estado en: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial (anteriormente, se reunían los tres en la figura del Rey, cuando el Estado era del modelo absolutista).

El pueblo, en democracia, es quien tiene el poder y lo ejerce eligiendo a quienes serán sus representantes, mediante las elecciones. Lo que no cabe es entenderlo como si, la verdadera democracia, fuera como las muñecas rusas, de modo que dentro de una nación se pretendiera que convivieran, independientemente unas de otras, varias formas de gobierno, con sus particulares e independientes sistemas legislativos, en base a su “derecho democrático” a actuar de forma distinta al aceptado para todo el Estado (mediante un referéndum votado masivamente por todas las autonomías del país y plasmado en la Constitución del propio país) Algo así es lo que vienen pretendiendo, los catalanes y los vascos, cuando hablan de que ejercen la democracia al imponer la voluntad de unos cuantos de los habitantes de sus autonomías, que ellos consideran que constituyen la mayoría dentro de su territorio, apoya sus ambiciones independentistas y, los demás catalanes y vascos que no admiten semejante imposición, lo mismo que los españoles del resto de España, aunque tengan todo el derecho a oponerse, tuvieran que claudicar ante una minoría que se atribuye ilegalmente tales facultades.

Lo cierto es que, en España, se están notando evidentes síntomas de rebeldía contra las normas; de peligrosos intentos de imponer la voluntad de la “calle” a la de las mayorías; de intentos de limitar la actuación de las fuerzas encargadas de mantener el orden en base a los supuestos “derechos humanos” de los infractores, delincuentes, activistas antisistema, vándalos incendiarios o presuntos “justicieros”, que se atribuyen el derecho a infringir las leyes sólo porque, desde su punto de vista, no les parecen justas. ¿El legislativo y el judicial, entonces están de sobras? Pues para estos individuos, como es el caso de la señora Colau, la alcaldesa de Barcelona, parece que sí, si es que, como también sucede con la alcaldesa de Madrid, señora Carmena, y el grupo que las respaldan, Podemos, han decidido que son ellos los que han de establecer el sistema soviético en su demarcación, olvidándose que, en España, hasta ahora, tenemos un Estado de Derecho al que han de ajustarse quieran o no.

Cada día existen más muestras de este deterioro de la convivencia, del desmadre en las redes sociales, donde verdaderos energúmenos se atreven a desbarrar deseando la muerte a un niño o insultando, a diestro y siniestro, sin la menor continencia, como si el hecho de hacerlo por las redes sociales les confiriera impunidad para expresar sus más abyectos sentimientos. Hace unos días dos oficiales de la Guardia Civil y sus parejas fueron, miserablemente, atacados por un grupo de 50 descerebrados radicales separatistas de izquierdas, uno de ellos ha tenido que ser operado a causa de las lesiones recibidas y, señores, aquí no pasa nada, ninguna autoridad se siente concernida, todos tiene un irracional miedo a estas izquierdas agresivas, destructoras, y envalentonadas, que sólo esperan la ocasión para hacerse con el poder para llevarnos a aquellos “paraísos” que prometen aquellos que se atribuyen ser los redentores de una humanidad que, según ellos, está sojuzgada por los “ricos” pero que, cuando se escarba un poco en sus verdaderos propósitos, en los lugares donde han conseguido sus ambiciosos proyectos, resulta que no existen las maravillas que prometen, impera la pobreza, la falta de alimentos y medicinas, se impide la democracia, se imponen a la fuerza las restricciones de las libertades individuales y se coarta la actividad del Parlamento, sojuzgado por una justicia corrupta y un Ejército al que se le ha conferido el imponer su poder en todos los ámbitos del país, naturalmente para sacar provecho de ello.

Hay que reconocer que la mojigatería de los encargados de mantener el orden, el miedo irracional de los políticos a indisponerse con esta horda de “moralistas” de la más dañina inmoralidad, han contribuido a que se haya creado un clima de impunidad, de sensación de que todo está permitido, de que se puede cometer toda clase de desmanes contra las personas, la propiedad, la convivencia, las instituciones, los ideales políticos y todos aquellos que no están de acuerdo con este nuevo rumbo que, estos frente populistas, le quieren imprimir a la nación española.

Los últimos años se han caracterizado por la falta de la decisión necesaria por parte de los gobernantes, que han estado más dedicados a no perder votos ( por supuesto de forma equivocada como se ha demostrado en los últimos comicios), que a impedir que, determinados comportamientos subversivos, separatistas, antisociales e ilegales, se hayan ido prodigando a lo largo y ancho de nuestra península, a lo que, sin duda, han contribuido de una forma harto eficaz, toda esta nueva hornada de jueces que, encabezados por el inhabilitado Garzón, han decidido por su cuenta que, desde la judicatura, se podría contribuir eficazmente a darle un giro de ciento ochenta grados a nuestro sistema de gobierno. La politización de jueces y magistrados es un hecho y la falta de confianza de los ciudadanos en la eficacia de la justicia y en su parcialidad, en más ocasiones que las que sería conveniente, han sido una constante que se ha ido agrandando a medida que jueces, como la de Andalucía, vienen permitiendo que encausados por la juez Alaya, se vayan de rositas o prescriban las causas por la falta de celo de quienes debieran ocuparse de que ello no ocurriera.

Hoy en día, entre unos y otros, han conseguido que la ciudadanía ya no crea en nada, no se fíe de ningún político, abomine de todos los que se dedican a este oficio y crean que la Justicia se ha convertido en un medio para favorecer a determinados grupos políticos y, por otra parte, en una institución que no cumple eficazmente con su labor jurisdiccional, desde el momento en que se ha convertido en práctica habitual que los juicios se eternicen, las instrucciones de los expedientes se conviertan en verdaderas acumulaciones de legajos, con el peligro de que, muchas de aquellas causas, se acaben cerrando en falso y su sustanciación, por los motivos que fueren, que nunca podrán estar justificados si ello supone mantener a las partes, durante años, esperando que su caso sea juzgado. Como decía Jean de la Bruyere: “Una cualidad de la Justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”.

España está pasando por una verdadera crisis en la que la parte económica no es la menor pero, sin duda alguna, las carencias en cuanto a ética y moralidad, la trasformación que, en unos pocos años, se ha producido en algunos sectores de nuestra sociedad, la llegada de la filosofía relativista que tanto ha influido en una parte importante de nuestra juventud, la degradación del concepto de familia y el grave error de haber trasferido, a través de los estatutos de autonomía, la enseñanza y otras materias, han ido creando un sentimiento, en algunas autonomías, junto a la aparición de estos grupos comunistas bolivarianos, que ha causado una conmoción que, mucho nos tememos, han influido de forma negativa en muchos que, seguramente, nunca pensaron llegar a profesar este tipo de opiniones y, sin embargo, la presión de la prensa, la TV y la radio, grandes propagandistas de estas nuevas ideologías importadas, han conseguido atraerlos a estas nuevas teorías que, bien analizadas con un sentido práctico de la realidad y dentro de una economía de libre mercado y oferta y demanda ( hasta ahora la única que ha demostrado ser capaz de traer bienestar a la gente y un buen nivel de vida) es evidente que, lo único que llegan a reportar a quienes caen en ellas, es acabar, como ocurre ya en los países bolivarianos de Suramérica, en verdaderos fracasos donde, quienes son los únicos en enriquecerse, son los dictadores que las están gobernando.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el amargo convencimiento de que, si seguimos por el camino emprendido, es muy probable que se vayan deteriorando cada vez más, como ya ha empezado a suceder, las instituciones; especialmente aquellas que parece que han dejado de considerar como prioritarios el restablecer la seguridad; el evitar la ocupación de las calles por arribistas y antisistema; el regenerar con urgencia la aplicación de la Justicia, mejorando y reformando a los encargados de aplicarla; el impedir que los nacionalismos se conviertan en uno de los peores cánceres que afecten a España, sin seguir manteniendo esta actitud expectante, timorata, dubitativa , falta de energía y, evidentemente, demasiado prolongada que, lo único que ha conseguido hasta ahora, ha sido darles alas, reafirmarlos en sus ambiciones, infundirles esperanza y seguir captando más adeptos para su causa, precisamente como consecuencia de la impunidad con la que nuestras autoridades permiten que se sigan desenvolviendo quienes intentan destrozar a nuestra nación. O esta es la forma con la que vemos este triste panorama actual.

En España, el Estado de Derecho peligra

“Seamos esclavos de las leyes para que podamos ser libres” Cicerón
Miguel Massanet
martes, 18 de octubre de 2016, 00:03 h (CET)
No creo que, en todos los años que los españoles nos creemos estar en democracia, haya habido un periodo más peligroso para nuestro Estado de Derecho que el que estamos viviendo. Quizá convenga recordar a nuestros paisanos lo que entendemos por Estado de Derecho y las consecuencias que pueden traer a nuestra nación el haber entrado en una etapa en la que parece ser que, los españoles o una parte importante de ellos, hayan decidido ponerse las leyes por montera para, al menos intentarlo, actuar como les venga en gana, sin que les importe un bledo si, con esta actitud egoísta y libertaria, puedan poner en peligro la misma esencia del concepto democracia aunque, en una clara perversión del término, en algunas partes de España se pretenda que, ejerciendo su santa voluntad, están cumpliendo con las reglas de la democracia, naturalmente entendida según su particular idea de lo que a ellos les convendría que fuera y no lo que, en realidad, es. Podríamos decir que, una definición bastante exacta y comprimida de lo que se entiende por Estado de Derecho podría ser la siguiente: “Estado cuyo poder y cuya actividad están regulados y garantizados por la Ley”. De aquí viene que, si se desarrolla el Estado de Derecho, llegaremos a las conclusiones de Montesquieu, donde aparece definida la división de los poderes del Estado en: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial (anteriormente, se reunían los tres en la figura del Rey, cuando el Estado era del modelo absolutista).

El pueblo, en democracia, es quien tiene el poder y lo ejerce eligiendo a quienes serán sus representantes, mediante las elecciones. Lo que no cabe es entenderlo como si, la verdadera democracia, fuera como las muñecas rusas, de modo que dentro de una nación se pretendiera que convivieran, independientemente unas de otras, varias formas de gobierno, con sus particulares e independientes sistemas legislativos, en base a su “derecho democrático” a actuar de forma distinta al aceptado para todo el Estado (mediante un referéndum votado masivamente por todas las autonomías del país y plasmado en la Constitución del propio país) Algo así es lo que vienen pretendiendo, los catalanes y los vascos, cuando hablan de que ejercen la democracia al imponer la voluntad de unos cuantos de los habitantes de sus autonomías, que ellos consideran que constituyen la mayoría dentro de su territorio, apoya sus ambiciones independentistas y, los demás catalanes y vascos que no admiten semejante imposición, lo mismo que los españoles del resto de España, aunque tengan todo el derecho a oponerse, tuvieran que claudicar ante una minoría que se atribuye ilegalmente tales facultades.

Lo cierto es que, en España, se están notando evidentes síntomas de rebeldía contra las normas; de peligrosos intentos de imponer la voluntad de la “calle” a la de las mayorías; de intentos de limitar la actuación de las fuerzas encargadas de mantener el orden en base a los supuestos “derechos humanos” de los infractores, delincuentes, activistas antisistema, vándalos incendiarios o presuntos “justicieros”, que se atribuyen el derecho a infringir las leyes sólo porque, desde su punto de vista, no les parecen justas. ¿El legislativo y el judicial, entonces están de sobras? Pues para estos individuos, como es el caso de la señora Colau, la alcaldesa de Barcelona, parece que sí, si es que, como también sucede con la alcaldesa de Madrid, señora Carmena, y el grupo que las respaldan, Podemos, han decidido que son ellos los que han de establecer el sistema soviético en su demarcación, olvidándose que, en España, hasta ahora, tenemos un Estado de Derecho al que han de ajustarse quieran o no.

Cada día existen más muestras de este deterioro de la convivencia, del desmadre en las redes sociales, donde verdaderos energúmenos se atreven a desbarrar deseando la muerte a un niño o insultando, a diestro y siniestro, sin la menor continencia, como si el hecho de hacerlo por las redes sociales les confiriera impunidad para expresar sus más abyectos sentimientos. Hace unos días dos oficiales de la Guardia Civil y sus parejas fueron, miserablemente, atacados por un grupo de 50 descerebrados radicales separatistas de izquierdas, uno de ellos ha tenido que ser operado a causa de las lesiones recibidas y, señores, aquí no pasa nada, ninguna autoridad se siente concernida, todos tiene un irracional miedo a estas izquierdas agresivas, destructoras, y envalentonadas, que sólo esperan la ocasión para hacerse con el poder para llevarnos a aquellos “paraísos” que prometen aquellos que se atribuyen ser los redentores de una humanidad que, según ellos, está sojuzgada por los “ricos” pero que, cuando se escarba un poco en sus verdaderos propósitos, en los lugares donde han conseguido sus ambiciosos proyectos, resulta que no existen las maravillas que prometen, impera la pobreza, la falta de alimentos y medicinas, se impide la democracia, se imponen a la fuerza las restricciones de las libertades individuales y se coarta la actividad del Parlamento, sojuzgado por una justicia corrupta y un Ejército al que se le ha conferido el imponer su poder en todos los ámbitos del país, naturalmente para sacar provecho de ello.

Hay que reconocer que la mojigatería de los encargados de mantener el orden, el miedo irracional de los políticos a indisponerse con esta horda de “moralistas” de la más dañina inmoralidad, han contribuido a que se haya creado un clima de impunidad, de sensación de que todo está permitido, de que se puede cometer toda clase de desmanes contra las personas, la propiedad, la convivencia, las instituciones, los ideales políticos y todos aquellos que no están de acuerdo con este nuevo rumbo que, estos frente populistas, le quieren imprimir a la nación española.

Los últimos años se han caracterizado por la falta de la decisión necesaria por parte de los gobernantes, que han estado más dedicados a no perder votos ( por supuesto de forma equivocada como se ha demostrado en los últimos comicios), que a impedir que, determinados comportamientos subversivos, separatistas, antisociales e ilegales, se hayan ido prodigando a lo largo y ancho de nuestra península, a lo que, sin duda, han contribuido de una forma harto eficaz, toda esta nueva hornada de jueces que, encabezados por el inhabilitado Garzón, han decidido por su cuenta que, desde la judicatura, se podría contribuir eficazmente a darle un giro de ciento ochenta grados a nuestro sistema de gobierno. La politización de jueces y magistrados es un hecho y la falta de confianza de los ciudadanos en la eficacia de la justicia y en su parcialidad, en más ocasiones que las que sería conveniente, han sido una constante que se ha ido agrandando a medida que jueces, como la de Andalucía, vienen permitiendo que encausados por la juez Alaya, se vayan de rositas o prescriban las causas por la falta de celo de quienes debieran ocuparse de que ello no ocurriera.

Hoy en día, entre unos y otros, han conseguido que la ciudadanía ya no crea en nada, no se fíe de ningún político, abomine de todos los que se dedican a este oficio y crean que la Justicia se ha convertido en un medio para favorecer a determinados grupos políticos y, por otra parte, en una institución que no cumple eficazmente con su labor jurisdiccional, desde el momento en que se ha convertido en práctica habitual que los juicios se eternicen, las instrucciones de los expedientes se conviertan en verdaderas acumulaciones de legajos, con el peligro de que, muchas de aquellas causas, se acaben cerrando en falso y su sustanciación, por los motivos que fueren, que nunca podrán estar justificados si ello supone mantener a las partes, durante años, esperando que su caso sea juzgado. Como decía Jean de la Bruyere: “Una cualidad de la Justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”.

España está pasando por una verdadera crisis en la que la parte económica no es la menor pero, sin duda alguna, las carencias en cuanto a ética y moralidad, la trasformación que, en unos pocos años, se ha producido en algunos sectores de nuestra sociedad, la llegada de la filosofía relativista que tanto ha influido en una parte importante de nuestra juventud, la degradación del concepto de familia y el grave error de haber trasferido, a través de los estatutos de autonomía, la enseñanza y otras materias, han ido creando un sentimiento, en algunas autonomías, junto a la aparición de estos grupos comunistas bolivarianos, que ha causado una conmoción que, mucho nos tememos, han influido de forma negativa en muchos que, seguramente, nunca pensaron llegar a profesar este tipo de opiniones y, sin embargo, la presión de la prensa, la TV y la radio, grandes propagandistas de estas nuevas ideologías importadas, han conseguido atraerlos a estas nuevas teorías que, bien analizadas con un sentido práctico de la realidad y dentro de una economía de libre mercado y oferta y demanda ( hasta ahora la única que ha demostrado ser capaz de traer bienestar a la gente y un buen nivel de vida) es evidente que, lo único que llegan a reportar a quienes caen en ellas, es acabar, como ocurre ya en los países bolivarianos de Suramérica, en verdaderos fracasos donde, quienes son los únicos en enriquecerse, son los dictadores que las están gobernando.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el amargo convencimiento de que, si seguimos por el camino emprendido, es muy probable que se vayan deteriorando cada vez más, como ya ha empezado a suceder, las instituciones; especialmente aquellas que parece que han dejado de considerar como prioritarios el restablecer la seguridad; el evitar la ocupación de las calles por arribistas y antisistema; el regenerar con urgencia la aplicación de la Justicia, mejorando y reformando a los encargados de aplicarla; el impedir que los nacionalismos se conviertan en uno de los peores cánceres que afecten a España, sin seguir manteniendo esta actitud expectante, timorata, dubitativa , falta de energía y, evidentemente, demasiado prolongada que, lo único que ha conseguido hasta ahora, ha sido darles alas, reafirmarlos en sus ambiciones, infundirles esperanza y seguir captando más adeptos para su causa, precisamente como consecuencia de la impunidad con la que nuestras autoridades permiten que se sigan desenvolviendo quienes intentan destrozar a nuestra nación. O esta es la forma con la que vemos este triste panorama actual.

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