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El espíritu cooperante no puede cesar en ningún tiempo

No basta la buena intención, es preciso vivirla para poder mostrarla. Tanto es así, que la confianza en uno mismo y en los demás, es el primer secreto del anticipo humanitario
Víctor Corcoba
jueves, 23 de enero de 2025, 09:54 h (CET)

El mundo no puede parcelarse anímicamente entre análogos. Necesitamos sumar pulsos, sentirnos arropados mutuamente. Sólo hay que ver que el orbe vive más tiempo, más sano y tal vez un poco más radiante, gracias a las organizaciones internacionales, en este caso a merced de la Organización Mundial de Salud. Precisamente, es este espíritu donante el que hace frenar el calentamiento global, con un enorme impacto negativo potencial en la salud pública. Precisamente son estas alianzas, entre unos y otros, las que derriban los frentes y las fronteras, acrecentando el auxilio con la concordia que todos requerimos cada día, siendo una parte indispensable del sistema humanitario universal.


Indudablemente, cada cual debe cooperar a tiempo completo, como servidores y custodios de la vida. Las experiencias personales y sociales de tantas gentes de bien y bondad, en los tiempos modernos, es lo que nos hace que la especie no naufrague. Lo importante es mantener la unión y la unidad en la justa dirección, con el compromiso constructivo de todos y de cada uno de los pueblos.

El crecimiento de las temperaturas, dentro de un contexto de sequía fuerte, se doblega a las condiciones ideales para que los incendios forestales prendan como jamás y además, también, se propaguen rápidamente. Esta invasión de zonas silvestres, aparte de dejarnos sin aliento viviente, nos tritura mar adentro nuestro espíritu contemplativo.


En consecuencia, es la visión universal de todo ser, lo que nos injerta el afán y el desvelo cooperante. Nuestra genealogía es humana y sus vínculos son místicos, no de compra/venta, lo que nos llama a despojarnos de lo mundano, del poseer y del poder para sí y los nuestros, para poder restituir la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la savia conjunta, que es lo único que puede evitar una derrota de la civilización como tal, de consecuencias imprevisibles. No somos dioses, nunca lo pensemos. Desde luego, el campo de la sanidad y de la salud, de la formación y del hálito hermanado, nos imprime el pleno respeto a toda vida; la cual, para ser realmente tal, ha de ser también amor verdadero.


Fraternizarse es lo que nos armoniza, atmósfera que nunca viene dada, sino que debe reconquistarse cada amanecer. Tanto es así, que por los acuerdos los estados pequeños se hacen grandes; mientras que por la discordia, llegan a demolerse las más pujantes potencias. Lo mismo sucede a poco que ahondemos en nosotros mismos, la existencia deja de ser aceptable cuando el cuerpo y el espíritu no se soportan, llegando a caminar a ritmos distintos. Por consiguiente, es hora de repensar en nuestro avance, sustentado en el progreso cooperante de disposición o en guardia permanente, como auténticos trovadores de fosforescencia y de existencia en asistencia. Evidentemente, esta conciencia se refuerza y estimula, por la certeza vertida.


No basta la buena intención, es preciso vivirla para poder mostrarla. Tanto es así, que la confianza en uno mismo y en los demás, es el primer secreto del anticipo humanitario. Nada puede hacerse sin anhelo; como tampoco puede rehacerse, sin concurrencia de sueños. Lo sabemos, sin embargo, nuestro morar está lejos de ser perfecto, a pesar de la inmediatez de la comunicación. Esto, que es importante, no necesariamente se traduce en una energía favorecedora de apoyo y de avenencia. Rompamos juntos, por consiguiente, los muros divisorios de la hostilidad y reconstruyamos el reino de la quietud, según los designios que el propio corazón nos dicte. Sus latidos son tan envolventes de paz, que nos desenredan lo perverso y destapan lo que nos esclaviza.

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