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​Alabando el piropo

José Medina Pedregosa, Córdoba
Lectores
miércoles, 4 de diciembre de 2024, 15:47 h (CET)

Me encantaría ser bronceador para derretirme en tu piel


Desde hace tiempo estamos metidos en el tema de la violencia machista, violencia que estos caporales esconden siempre con manifestaciones. Por señalar algo, estos vagabundean con declaraciones escritas y televisivas, diciendo que el piropo es violencia machista, cuyos organismos, como el Instituto de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud, hacen lo propio, rayando sus manifestaciones con ridiculeces y burlas.


Estos menesterosos y conformistas, hembras estoy seguro de que nadie les ha echado un piropo o una galantería, aunque fuese un guiño. En cierta ocasión le dije a una mujer poco agraciada: “¡Que Dios te bendiga esa guapura que te ha dado, mujer!”. Miró hacia atrás para ver a quién iba dirigida esta frase, y como no había nadie, volviéndose hacia mí, me dijo: “Muchas gracias, caballero”.


Aquí se ha confundido el piropo con el insulto, las palabras groseras y chabacanas que podrían provenir de ciertas personas no aptas para estar capacitadas como hombres. No quisiera, no es mi deseo fanfarronear, pero alabo el piropo como un halago hacia las mujeres. Una vez, paseando por Sevilla, por la acera de la Torre del Oro, vi venir a dos personas femeninas. Al verlas, me dirigí a la que yo creía de más edad:


—¿Señora, es esta su hija?


—Sí, caballero —me dijo—. ¿Y por qué lo dice?


Las dos se quedaron paradas, esperando la contestación. Inmediatamente le dije a la señora mayor:


—Que Dios bendiga a su madre por haber traído al mundo esta frescura y lindeza de mujer.


Y continué diciendo:


—Y a usted le diré: “De tal palo, tal astilla”.


Ya lo he dicho, no deseo fanfarronear al contar lo que me dijo aquella señora:


—Muchas gracias, caballero.


—Gracias a vosotras dos por haberme alegrado el día —les respondí.


Aquel día estaba lloviendo, cuando de pronto, enfrente de mí, estaba, bajo un paraguas, una linda rubia. Mi corazón empezó con la sístole y la diástole peleándose entre sí.


—Rubia, ¿me dejas meterme en tu paraguas? Mira cómo estoy, bañadito del chaparrón que está cayendo.


Hace un mes cumplí mis 66 años de casado. Aquella niña rubia del paraguas es mi señora esposa.


No confundamos el piropo agradable, galante y educado con la ordinariez, lo obsceno de los guarros y soeces piropos. Ya está bien de tantas manipulaciones. Dejemos a esos piropos nacionales que el varón español siempre ha dedicado a una mujer, o, por el contrario, estas asociaciones lo único que hacen es “engordar la marrana”. Estos se están columpiando de lo lindo, mejor dicho, identificando con amargas manifestaciones los dulces y suaves florituras hacia las mujeres de verdad.

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