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P. González, Barcelona

La minoría del 14%

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Según una encuesta de una fuente tan poco sospechosa como el gobierno catalán, tan solo el 14% de los ciudadanos que viven en Cataluña no se sienten españoles en algún grado. El resultado puede sorprender tras años de “proceso” y propaganda nacionalista pero la realidad es que a los catalanes nos unen más cosas de las que nos separan con el resto de españoles.

Ese discurso de los dirigentes nacionalistas en las últimas décadas, ya sean Pujol, Mas o Puigdemont, de una Cataluña alejada y en permanente conflicto y enfrentamiento con el resto de España, no representa afortunadamente a la sociedad catalana. Quizá el gran problema de Cataluña sea la exagerada sobrerrepresentación de esa escasa minoría del 14% que no se siente española en medios de comunicación, entidades y la élite dirigente, dando la impresión, muchas veces, de que son el 86%.

La minoría del 14%

P. González, Barcelona
Lectores
lunes, 3 de octubre de 2016, 11:28 h (CET)
Según una encuesta de una fuente tan poco sospechosa como el gobierno catalán, tan solo el 14% de los ciudadanos que viven en Cataluña no se sienten españoles en algún grado. El resultado puede sorprender tras años de “proceso” y propaganda nacionalista pero la realidad es que a los catalanes nos unen más cosas de las que nos separan con el resto de españoles.

Ese discurso de los dirigentes nacionalistas en las últimas décadas, ya sean Pujol, Mas o Puigdemont, de una Cataluña alejada y en permanente conflicto y enfrentamiento con el resto de España, no representa afortunadamente a la sociedad catalana. Quizá el gran problema de Cataluña sea la exagerada sobrerrepresentación de esa escasa minoría del 14% que no se siente española en medios de comunicación, entidades y la élite dirigente, dando la impresión, muchas veces, de que son el 86%.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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