Esta reflexión viene a cuenta de mi “guerra” con la más importante compañía de teléfonos hispana suscitada cada vez que me cambio de un domicilio a otro. A la hora de contratar casi nunca hay problema. Este se produce a la hora de volver a mi domicilio habitual.
El último incidente se ha generado cuando, pensando que no habría dificultad, llamo a dicha compañía para que me vuelvan a llevar el terminal a mi casa de siempre (siempre pagando las tasas correspondientes). Me indican que ya no dispongo de línea, que la mía se la han adjudicado a otro.
Después de rogar y rogar me dicen que me pondrán en una especie de lista de espera o de limbo telefónico. Pido hablar con algún coordinador o supervisor y me contesta que “en ella comienza y acaba la cadena informativa”. Inopinadamente se corta el teléfono.
Vuelvo a llamar y me atiende un ángel en forma de teleoperadora.
Le vuelvo a contar el problema… ella mira por un sistema… mira por otro… y me dice que lo tiene que arreglar como sea. Consideraba que mi petición se movía dentro del campo de lo justo y lo lógico. Y lo arregla. Mi ángel (Elena creo que me dijo que se llamaba) me despide con el número del contrato y la satisfacción del deber cumplido.
Es totalmente incoherente que empresas creadas para facilitar la comunicación oral, intenten evitar la misma con ordenadores parlantes, páginas webs y cortafuegos dialécticos. De verdad que no lo entiendo. Mi buena noticia de hoy se basa en que sigue habiendo trabajadores que aman su oficio y lo dignifican con la labor bien hecha.
¡Ay Elena! Has salvado mi vida de humilde escritor.