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No hay lasitud ni aquiescencia que valga frente al sufrimiento

Una canonización en tela de juicio

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El tránsito agónico de la vida a la muerte es el momento más complicado con el que puede encontrarse cualquier ser vivo, pero el ser humano, consciente como es de su propia muerte, mucho más. Por eso, somos tantos los que anhelamos marcharnos de este mundo sin alharacas, y cuanto menos conscientes del dolor mucho mejor. Pero no todos piensan lo mismo y, como en muchos ámbitos de la vida, también en esta ocasión aparece esa suerte de dicotomía de marras que divide el mundo en dos. Es por eso que, cuando se interesan por mi opinión acerca de la Eutanasia, yo siempre apostillo a mi interlocutor de turno para que concrete, de las dos definiciones con que cuenta el diccionario de la RAE para esa acepción, con cuál de ellas se queda. Porque no es lo mismo hablar de muerte sin sufrimiento físico, que sería la traducción más fidedigna del griego antiguo del que deriva, que de intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura, extraída primero de Dios sabe dónde y redactada más tarde con muy poca sutileza.

Como católica exacerbada que dicen que fue, seguro que Teresa de Calcuta era de la opinión contraria de quienes, como yo mismo, defienden la muerte dulce, pero eso no significa de ningún modo que se recrease en el sufrimiento de los enfermos que se acercaban a su misión para morir, como ha llegado a sugerir el racionalista Debasis Bhattacharya, enemigo acérrimo de cualquier aseveración que no admita réplica en el laboratorio, acusándola también de llevar a cabo prácticas sanitarias de riesgo y de financiación irregular. Yo me niego a creer eso de ella, ni de ella ni de nadie no aquejado de alguna clase de psicopatía que le impida empatizar con sus semejantes, en una tesitura así de grave. Otra cosa muy distinta, como ya he dicho antes, es que no estuviese por la labor de facilitarles de diferente modo el tránsito a la otra vida a los desahuciados que colapsan a diario el centro, que la congregación de las Misioneras de la Caridad sigue gestionando en Calcuta, diecinueve años después de la desaparición de la santa.

Una canonización en tela de juicio

No hay lasitud ni aquiescencia que valga frente al sufrimiento
Francisco J. Caparrós
martes, 13 de septiembre de 2016, 08:32 h (CET)
El tránsito agónico de la vida a la muerte es el momento más complicado con el que puede encontrarse cualquier ser vivo, pero el ser humano, consciente como es de su propia muerte, mucho más. Por eso, somos tantos los que anhelamos marcharnos de este mundo sin alharacas, y cuanto menos conscientes del dolor mucho mejor. Pero no todos piensan lo mismo y, como en muchos ámbitos de la vida, también en esta ocasión aparece esa suerte de dicotomía de marras que divide el mundo en dos. Es por eso que, cuando se interesan por mi opinión acerca de la Eutanasia, yo siempre apostillo a mi interlocutor de turno para que concrete, de las dos definiciones con que cuenta el diccionario de la RAE para esa acepción, con cuál de ellas se queda. Porque no es lo mismo hablar de muerte sin sufrimiento físico, que sería la traducción más fidedigna del griego antiguo del que deriva, que de intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura, extraída primero de Dios sabe dónde y redactada más tarde con muy poca sutileza.

Como católica exacerbada que dicen que fue, seguro que Teresa de Calcuta era de la opinión contraria de quienes, como yo mismo, defienden la muerte dulce, pero eso no significa de ningún modo que se recrease en el sufrimiento de los enfermos que se acercaban a su misión para morir, como ha llegado a sugerir el racionalista Debasis Bhattacharya, enemigo acérrimo de cualquier aseveración que no admita réplica en el laboratorio, acusándola también de llevar a cabo prácticas sanitarias de riesgo y de financiación irregular. Yo me niego a creer eso de ella, ni de ella ni de nadie no aquejado de alguna clase de psicopatía que le impida empatizar con sus semejantes, en una tesitura así de grave. Otra cosa muy distinta, como ya he dicho antes, es que no estuviese por la labor de facilitarles de diferente modo el tránsito a la otra vida a los desahuciados que colapsan a diario el centro, que la congregación de las Misioneras de la Caridad sigue gestionando en Calcuta, diecinueve años después de la desaparición de la santa.

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