Tengo formación cristiana, pero dudo que haya sido la religión dominante en aquél mi extinto país la que me haga sentir náuseas hacia los tibios. Me parece, simple y llanamente, que me repugna la tibieza porque es asquerosa. Me gusta la gente que es lo que es sin paliativos ni concesiones: si es blanco, tal cosa; si negro, pues eso; si halcón, tan ricamente; y si paloma, pues como que no. Las palomas van de mansas, pero, ¡ojito con ellas!, están exterminándonos a los halcones. Los tibios… -¡ay, los tibios!-, a esos sí que les enfriaba o les calentaba el alma, que por fuerza han de tener la de un cadáver.
Lejos de parecerme conciliador el ecléctico que no sabe ni él mismo de qué material está hecho, me resulta cursi y flébil, y no sólo por la misma estupidez que representa forjarse a pedazos de disímiles materiales o intentar recibir el beneplácito de tirios y troyanos al mismo tiempo, sino porque no me parecen de fiar. Ésos, a la chita cayando, te la terminan clavando, ¡fijo! En algún momento han de quedarse a solas, y ahí no tendrán más remedio que tomar partido… si es que se encuentran a sí mismos. No, no; palomas fuera. Ya digo, me gusta la gente que llama a las cosas por su nombre, que se viste por los pies y que no teme tomar partido, ajeno a las modas o a los dictados del gurú mediático del turno: si halcón, a devorar presas; si paloma, a ser devorada. No es necesario un maestro para ser: ya nacemos siendo.
En esa religión que no practico, pero que respeto profundamente, hay sobrados ejemplos de esto que digo: que si “vomito a los tibios de mi boca”, que si “mansos como palomas, pero astutos como serpientes”…, etcétera. El Libro está lleno de asertos semejantes, como lo están todos los demás Libros, incluidos los de esos otros místicos que son los poetas: “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse” (Gabriel Celaya, dixit). El buenito…, el blandurrio, ¡vamos!, es que me pone de los pelos y, más que obsequiarle la caricia que mendiga, me gustaría patearle el salvohonor. Soy así, qué le vamos a hacer: halcón, bien a las claras se ve.
Ser halcón en estos tiempos ñoños que se enseñorean del calendario no se crean que no tiene su miga. Años difíciles como pocos, de gentecillas de mmoral amorfa que son un poco como el recién fallecido Jackson ése, que ni blanco, ni negro, o como los del PSOE, que van del rosa al amarillo, o, mejor todavía, del amarillo al marrón. Son los tibios de los tibios, los que quieren dar gusto a todos y gobiernan a golpe de encuesta, los que crean SGAEs de la Cultura para cargarse la Cultura, los que desnaturalizan la Naturaleza para respetar las naturalezas y los que se fumigan la Vida para respetar las vidas... de los criminales. Y eso por no meternos con cómo persiguen a los piratas malvados… para pagarles, o cómo son tan firmes con la ciudadanía sometida a sus leyes indignas e inmorales (y diría yo que a menudo ilegales) mientras... “no te pregruntes que puede hacer Obama por ti, sino pregúntate mejor: ¿qué puedo hacer yo por Obama?” -¡chup-chup!-.
Vamos, que no es que los vomite de mi boca, sino que solamente los vomito, y punto. Prefiero a Franco, francamente -¿lo cogen?-. Por eso no veo la televisión, porque no tengo el hígado a prueba de bombas y porque me llena de ira ver cómo están destruyendo aquél, mi país, la naturaleza humana, la lógica y hasta la razón. Demasiado friki hay en la Moncloa y alrededores, y demasiado atavismo entre los tibios que les votan, que ni se deciden a ser de izquierdas o a dejar de serlo. Son de izquierdas por la pasta para vivir como reyes. Ahí, en tierra de nadie, con la lógica difusa por bandera, se sienten en su salsa y emborronan, mienten, engañan, dicen la verdad, mienten, engañan, todo de una forma tan ordenadamente anárquica que ni la Santa Madre del Misterio lo entiende.
Sí, sí, ya sé: es la evidencia incontestable de mi propia Teoría del Puchero; pero, ¡caramba!, es que uno no es de piedra y, aunque, torpe, todavía piensa y ve y colige, y siente que el estómago se le revuelve, que se le enredan las entrañas y que le viene la náusea, le llega el asquito, y, ¡hala!, a tomar… pastillitas. Por eso me he borrado de la tele, y de los periódicos que tanto marean a las palomas, y de comprar discos que mantienen a los tipos ésos de la metralleta de tambor de la SGAE y a los del trabuco naranjero de la ceja… Me he borrado de todo y me he echado al monte…, no para hacer la guerra en plan Sun Tzu, sino para hacerme la paz que las palomas me niegan. Confío y espero que en estas soledumbres no me tomen por Caperucita, y que si me sale un lobo, no sea en realidad una loba travestida.
Pero, en fin, debe de ser por la cosa del cambio climático por lo que los inviernos se están quedando en nada, en algo tibio y homogéneamente florido. Sin embargo, los veranos, ésos sí que echamos lumbre, chispas y hasta llamaradas. Como siempre, vamos. No somos los halcones los que cambiamos, no, sino sólo los que nos extinguimos para mayor gloria de las palomas. Así lo están poniendo todo con sus caquitas, que no hay dónde apoyarse. Un problema de veras, no se crean, porque con la proliferación de estas aves de mal güero gorgoritante arrulladero no es que no sepamos ya adónde nos dirigimos, sino que nos están exterminando a los que somos lo que somos, y, claro, sin las contenciones naturales prolifera la criptococosis social, la tripanosomiasis cultural, la clamidiasis cuneiforme legal y, cómo no, la salmonelosis besuguiforme conjuntiva, muy afectiva a las ganaderías piscícolas del secano intelectual, formándose un gatuperio asnífico. Un desastre epidemiológico de primera magnitud que sólo y únicamente se puede paliar con generosas sobredosis de halcones, antes de que la sintomática de la muñeca rota impida las técnicas masturbatorias promocionadas con todo acierto por la Junta Extremeña para mayor desarrollo de la población onanista secular (algo es algo). Halcones: lo que le falta a nuestra sociedad, son halcones; pero, lamentablemente, estamos en vías extinción y no somos una especie protegida: estamos siendo asfixiados por la expansión incontrolada de la histoplasmosis palomiforme de guarrido floreado. Pocos y perseguidos; esto acaba siendo el trópico, como si lo estuviera viendo, y entonces, sin depredadores ya las palomas, podrán echar plumas a tutiplén, y derivar por propia evolución darwinguiana en quetzales domingueros, cacatúas verbeneras o pinzones marineros. ¡Peligrosísimos, oiga usted!
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