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A lo largo de la historia, la figura del delator ha sido consistentemente revestida de oprobio y desprecio. Aquel que, movido por diversos motivos, entrega a sus semejantes a la autoridad o a un poder opresor, carga sobre sus hombros un estigma moral que trasciende las épocas y las culturas.
Soy consciente de que el «cónclave» del próximo 07/05/25 (en latín, ‘habitación cerrada con llave‘) para la elección del nuevo Papa, sucesor de Francisco, no interesa a muchísima gente. Entre otras cosas porque un cónclave o reunión de «príncipes de la Iglesia» para elegir a la persona que va a regir el destino de más de 1000 millones de católicos es algo medieval, oscurantista y, todo lo contrario de lo que debería ser una democracia.
En los últimos días, el debate público se ha visto sacudido por la decisión del Gobierno de condonar parte de la deuda de Cataluña. Esta medida ha despertado reacciones encontradas, desde quienes la consideran un paso necesario para aliviar la carga financiera de la comunidad hasta quienes la perciben como un agravio comparativo respecto a otras regiones.
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