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El llamado movimiento transgénero se ha convertido en un potente grupo de presión que no solo usa a los medios de comunicación para amedrentar a quienes cuestionan sus dogmas, sino que ha conseguido infiltrarse en las políticas públicas de numerosos Gobiernos del mundo occidental.
En Europa, Gran Bretaña, con su Ley de Reconocimiento de Género, o España con La Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans, son dos ejemplos de la influencia real del movimiento transgénero.
Son muchos los médicos, psicólogos, filósofos e intelectuales que insisten en la perversión que implica ignorar deliberadamente los derechos de los menores y negar que ser mujer sea una identidad relacionada con el sexo biológico.
He recibido diferentes comentarios sobre mi artículo anterior en el que analizaba la responsabilidad de la izquierda en el ascenso de la extrema derecha. Algunos de ellos, no publicados en la web, me dicen que soy demasiado crítico diciendo que la izquierda ha perdido identidad como defensora de valores universales. Para tratar de explicar mejor lo que quería decir, voy a desarrollar el ejemplo que mencionaba en el anterior artículo.
Es perfectamente inteligible, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, que un país como el nuestro, donde la armonía, hasta con h, nacional se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y creciente; tipificable posiblemente por un confusionismo in crescendo más un conformismo en línea, no preste la debida atención a la política exterior.
Superado su período de solipsismo, Sánchez impulsado una vez más por el llamado síndrome de Pontius, (citado en 1820 por el psicólogo estadounidense Charles Graham Pontius) y consistente en «una distorsión en la percepción del peligro que tendría su origen en el exceso de adrenalina de la persona afectada», se presentó ante la sociedad dispuesto a iniciar la cruzada contra la «máquina del fango» y los creadores de bulos mediáticos.
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