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Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid

Aquellas tertulias

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¡Cómo no recordar aquellas viejas y entrañables costumbres, familiares y sociales, que eran las tertulias! En familia, después de comer o de cenar se comentaban los sucesos más variados del día. No, no era rendir cuentas, eran hechos a veces nimios y sin trascendencia, pero que servían para mostrar la comunicabilidad entre unos y otros, despertar los sentidos, la familiaridad, la confianza, la simpatía. Eran, sin pretenderlo, auténticas clases de virtudes donde nos íbamos forjando.


Otros tipos de tertulias se han hecho famosas: las taurinas, las futbolísticas y, sobre todo, las literarias, de las que hay pinturas o fotografías que han adquirido bastante fama por la singularidad de los tertuliantes. Especial relevancia tuvieron las tertulias literarias de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en lugares que todavía se recuerdan e incluso se visitan por permanecer la actividad comercial.


 José de Maistre escribió un muy recomendable libro que es una verdadera y auténtica defensa de las tertulias: “Las veladas de San Petersburgo”. Tres personajes que se han reunido en esta ciudad rusa renuncian a paseos, a excursiones, a fiestas palaciegas y otros agasajos, con el ánimo exclusivo de sentarse plácidamente a tomar té y a conversar; y esto durante varios días. En un momento determinado se plantea la cuestión de si una conversación vale más que un libro. La respuesta la ofrece otro contertulio: “Desde luego que vale más para instruirse, puesto que admite la interpretación, la interrogación y la explicación”.


Efectivamente la tertulia es más enriquecedora que un libro, desde el punto de vista humano, porque tal vez no ofrezca unos conocimientos culturales específicos y elevados (a veces sí), pero de lo que no hay duda es del crecimiento y desarrollo de virtudes como la afabilidad, la cordialidad, la comprensión, la caballerosidad, y tantos otros valores personales que aportan una conversación.

Aquellas tertulias

Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid
Lectores
sábado, 13 de abril de 2024, 10:38 h (CET)

¡Cómo no recordar aquellas viejas y entrañables costumbres, familiares y sociales, que eran las tertulias! En familia, después de comer o de cenar se comentaban los sucesos más variados del día. No, no era rendir cuentas, eran hechos a veces nimios y sin trascendencia, pero que servían para mostrar la comunicabilidad entre unos y otros, despertar los sentidos, la familiaridad, la confianza, la simpatía. Eran, sin pretenderlo, auténticas clases de virtudes donde nos íbamos forjando.


Otros tipos de tertulias se han hecho famosas: las taurinas, las futbolísticas y, sobre todo, las literarias, de las que hay pinturas o fotografías que han adquirido bastante fama por la singularidad de los tertuliantes. Especial relevancia tuvieron las tertulias literarias de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en lugares que todavía se recuerdan e incluso se visitan por permanecer la actividad comercial.


 José de Maistre escribió un muy recomendable libro que es una verdadera y auténtica defensa de las tertulias: “Las veladas de San Petersburgo”. Tres personajes que se han reunido en esta ciudad rusa renuncian a paseos, a excursiones, a fiestas palaciegas y otros agasajos, con el ánimo exclusivo de sentarse plácidamente a tomar té y a conversar; y esto durante varios días. En un momento determinado se plantea la cuestión de si una conversación vale más que un libro. La respuesta la ofrece otro contertulio: “Desde luego que vale más para instruirse, puesto que admite la interpretación, la interrogación y la explicación”.


Efectivamente la tertulia es más enriquecedora que un libro, desde el punto de vista humano, porque tal vez no ofrezca unos conocimientos culturales específicos y elevados (a veces sí), pero de lo que no hay duda es del crecimiento y desarrollo de virtudes como la afabilidad, la cordialidad, la comprensión, la caballerosidad, y tantos otros valores personales que aportan una conversación.

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