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De todas nuestras múltiples raíces expurguemos lo negativo y construyamos un hispanismo nuevo destinado a luchar contra una miseria que alimenta la injusta opulencia de otros que mienten sobre nosotros

​De la fe a la razón fundantes

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Si bien las recetas de Marcelo Gullo no son asumibles por todos (un catolicismo que definiríamos como conservador si estuviéramos seguros de ello), su diagnóstico sobre lo ocurrido en Iberoamérica resulta, como mínimo, interesante, y es una luz que incita a desconfiar en la actualidad de esa cultura mundial que interesadamente quiere uniformarnos.


El otro día veíamos un reportaje (actual) de la BBC sobre el desastre de la Armada Invencible española (nombre puesto por los ingleses). Venía a informar sobre lo que muchos ya sabíamos. Pero tenía unas notas singulares que merece la pena comentar. El reportaje reconoce que lo sucedido a la armada española no fue una derrota infligida por los ingleses. Sin embargo, sorprende lo que se dice casi al final por voz de una historiadora inglesa: que esa mentira ha servido a Inglaterra para cohesionar al país y darle fuerzas en los momentos de flaqueza. Somos invencibles, viene a significar. Aunque falsa, la historia les vale como un talismán histórico que les da confianza en los momentos de peligro. Si una vez lo hicimos (o no), lo volveremos a repetir. Junto a estos argumentos se introducen imágenes de una Thatcher belicosa subida en un tanque, intentando rememorar las supuestas victorias de Isabel I de Inglaterra.


El reportaje, en inglés, está subtitulado en español. Lo curioso es que casi al final, cuando otro personaje narra la subsiguiente y real derrota de la armada inglesa en su ataque contra España, se acaba la subtitulación en español. Terminada esta parte, se vuelve a la subtitulación en nuestro idioma, y en una especie de cierre optimista se diserta emocionadamente sobre la utilidad nacional de tales mentiras. Aún nos preguntamos quién subtitulaba, si la BBC o los españoles. No nos sorprendería que aquí siguiéramos en ese misterio educativo en el cual estudiábamos el desastre español y no el posterior inglés.


La cuestión es que no hay razón para no ver una intención político cultural destinada a hacer grande a Inglaterra y empequeñecer todo lo demás, sea verdad o mentira. Volviendo a Marcelo Gullo, este explica cómo Inglaterra logra romper la unidad iberoamericana con hábiles maniobras de distinto tipo, especialmente las desarrolladas en el ámbito de las creencias. Decimos unidad iberoamericana porque para ellos fue muy preocupante la unión de Portugal y de España, la cual se trasladó a Brasil y restantes virreinatos españoles.


Explica Gullo que Inglaterra, mediante una política proteccionista, crea una industria potente que después le permite vender muy barato. La mercancía se convierte en una punta de lanza que abre mercados y fomenta enfrentamientos comerciales entre las posesiones españolas (los puertos contra el interior de los territorios por cuestiones de precios y de márgenes gananciales). Oyendo a Marcello Gullo nos convencemos de que Inglaterra no cree en principios, sino en intereses.

Desarrollada su industria ya no proclama las ventajas antes indiscutibles del proteccionismo, sino las del libre mercado. La razón es que necesita que esos mercados se abran a sus mercancías sin cargas arancelarias en los distintos puertos. Todo esto provoca un movimiento general de intereses encontrados en las distintas plazas iberoamericanas. Podríamos acuñar una nueva máxima: remueve los egoísmos y vencerás (lo cual también sirve para nosotros).


La segunda unidad de ataque es filosófica. No le interesa unas creencias basadas en la fe. La fe es inatacable porque es inargumentable, por lo cual fomenta el iluminismo. Se podría contestar: es lo justo. Sí, pero esas reglas, como ahora, no servían para Inglaterra, sino sólo para los extraños. Su religión anglicana es intocable. Y a pesar de ese iluminismo filosófico, su fe no cambia. Mientras la fe católica premia según las acciones en la tierra, lo cual es doctrinalmente racional, para ella la fe y no las acciones es lo que salva. En sus términos: “El arrepentimiento genuino y la fe verdadera en Él, son los únicos caminos que nos llevan a la salvación”. Quizás Jack el Destripador, arrepentido, esté en el cielo impartiendo los Evangelios. Pero hay textos más maravillosos aún: “La dignidad humana y la igualdad entre todas las personas forman parte fundamental de los valores anglicanos”. Esto, leído contra un español en Hispanoamérica debía ser terrible. Tanto como leído a los aborígenes australianos, o a los tasmanos, de cuyas mujeres sólo sobrevivió una. Pero, no nos molestemos en buscar “masacre en Tasmania”. Saldrá la historia de una matanza en Port Arthur, realizada por un tal Martin Bryant, psicópata moderno. Mejor buscar en Guerra Negra, que no hay nada como los eufemismos. Y aun así, el texto está plagado de dudas, ponderaciones y opiniones encontradas. Si la irrealidad de la Invencible es real, la realidad de Tasmania y del resto de Australia es irreal.


Esta estrategia está adobada, según Gullo, con la Leyenda Negra contra España. No vamos a hacer como ellos, para quienes sólo los anglosajones merecen ser portavoces de lo correcto. Pero, según se van aclarando las cosas, parece que la acción exterior española, sin ser ejemplar, fue mucho más humana que la anglosajona. Ponemos como testigo a un revolucionario, Sandino, que no tiene inconveniente en proclamar los beneficios aportados por España, que de entrada, se fundió con América sin prohibiciones raciales ni lingüísticas. No es difícil oírles hablar, aquí en España, en su idioma original. Y si los españoles se portaron mal en aquellas tierras, no mejor se portaban aquí con sus compatriotas (por lo tanto cuestión de clases, no de razas); ni mejor se portaron las autoridades independizadas; ni mejor se portaron otras naciones. Lo de Bélgica y Holanda, que no disfrutan de una generosa leyenda negra, es antológico. No digamos qué hacían los franceses en sus colonias. No recordemos las guerras en Argelia y Conchinchina. No recordemos las guerras del opio en China. No recordemos la sangrienta guerra de Crimea (1853- 1856), todo sucesos sin leyendas negras.


Es más, la cosa no queda ahí, y hablamos ahora de campañas: En el estado de California se ha de estudiar obligatoriamente, por ley, la Leyenda Negra. En EE.UU. se conmemora el día de Colón, no el de la Hispanidad, y se invita sólo a italianos y a sus autoridades. Los niños en los colegios, ese día, se disfrazan de indígenas y de frailes, y estos fingen maltratar a aquellos. A las estatuas de fray Junípero Serra (fundador de ciudades como San Diego, Los Ángeles, San Francisco y Sacramento) se les corta la cabeza y se las embadurna con pintura roja. García Barea narra en sus conferencias como en EE.UU. una obra teatral sobre la leyenda negra española es un gran éxito de taquilla y de crítica, Esto con asistencia de turistas españoles que se sienten muy progresistas por aceptar con tanta distancia y equidad las verdades extranjeras sobre nuestras maldades. Luego, esa lucha del bien contra el mal convertirá sus reglas en paradigma de los derechos humanos. Es curiosa la inquina contra un país supuestamente aliado. ¿Qué tiene o no tiene España que no tienen o tienen otros?


Y, ¿por qué esta actualización contra las raíces hispánicas? No lo sabemos a ciencia cierta. Pero resulta sospechoso ese indigenismo que se fomenta, más potente en lo racial que en lo social. ¿Sería bueno para Iberoamérica, para España, convertirse en una miríada de naciones racialmente puras? No olvidemos, por ejemplo, a los misquitos, evangelizados por misioneros anglicanos, y por tanto seguidores actualmente de la fe anglicana, y que ocupan estratégica y casualmente toda la costa oriental de Nicaragua.


¿Acaso la racialidad deriva indefectiblemente en justicia social? ¿Pequeñas naciones, mejor que grandes, estarán libres de injerencias? ¿Tan perdidos están esos pueblos que necesitan la tutela evangelista externa que nadie puede negar y que ayuda a ganar y perder elecciones como en Brasil?

Debilitada esa fe fundacional, según Gullo, la dispersión es más fácil. Por eso, nos cuenta, San Martín, no creyente, se percata del sustrato religioso que une a sus tropas, y las obliga a orar (en católico) diariamente. Gullo hace un cálculo numérico y afirma que lo que hoy sería un ejército inglés de dos millones de soldados, es vencido. Es decir, que la fuerza de las ideas es más poderosa que la de las tropas, por lo cual se abunda en este tipo de manipulaciones y mentiras.


Resumiendo: cuidado con los movimientos culturales aparentemente inocuos. Cada día es más evidente que tras la filosofía, la historia, la política (la guerra, como su extensión), incluso la religión, etc., hay negocio. Tan importantes como saber a dónde vamos es saber de dónde NO venimos. Sobre todo desde Fernando VII hemos permitido que nos acomplejen y desmotiven y vacíen con mentiras o exageraciones.


Por lo tanto, si no una fe fundacional, busquemos una razón fundacional basada en la principal regla de la naturaleza: la de la necesidad. De todas nuestras múltiples raíces expurguemos lo negativo y construyamos un hispanismo nuevo destinado a luchar contra una miseria que alimenta la injusta opulencia de otros que mienten sobre nosotros. Y no olvidemos que la geopolítica, palabra todavía extraña en nuestro acervo, la crearon los geógrafos y los mercaderes.

​De la fe a la razón fundantes

De todas nuestras múltiples raíces expurguemos lo negativo y construyamos un hispanismo nuevo destinado a luchar contra una miseria que alimenta la injusta opulencia de otros que mienten sobre nosotros
Luis Méndez Viñolas
martes, 6 de febrero de 2024, 09:44 h (CET)

Si bien las recetas de Marcelo Gullo no son asumibles por todos (un catolicismo que definiríamos como conservador si estuviéramos seguros de ello), su diagnóstico sobre lo ocurrido en Iberoamérica resulta, como mínimo, interesante, y es una luz que incita a desconfiar en la actualidad de esa cultura mundial que interesadamente quiere uniformarnos.


El otro día veíamos un reportaje (actual) de la BBC sobre el desastre de la Armada Invencible española (nombre puesto por los ingleses). Venía a informar sobre lo que muchos ya sabíamos. Pero tenía unas notas singulares que merece la pena comentar. El reportaje reconoce que lo sucedido a la armada española no fue una derrota infligida por los ingleses. Sin embargo, sorprende lo que se dice casi al final por voz de una historiadora inglesa: que esa mentira ha servido a Inglaterra para cohesionar al país y darle fuerzas en los momentos de flaqueza. Somos invencibles, viene a significar. Aunque falsa, la historia les vale como un talismán histórico que les da confianza en los momentos de peligro. Si una vez lo hicimos (o no), lo volveremos a repetir. Junto a estos argumentos se introducen imágenes de una Thatcher belicosa subida en un tanque, intentando rememorar las supuestas victorias de Isabel I de Inglaterra.


El reportaje, en inglés, está subtitulado en español. Lo curioso es que casi al final, cuando otro personaje narra la subsiguiente y real derrota de la armada inglesa en su ataque contra España, se acaba la subtitulación en español. Terminada esta parte, se vuelve a la subtitulación en nuestro idioma, y en una especie de cierre optimista se diserta emocionadamente sobre la utilidad nacional de tales mentiras. Aún nos preguntamos quién subtitulaba, si la BBC o los españoles. No nos sorprendería que aquí siguiéramos en ese misterio educativo en el cual estudiábamos el desastre español y no el posterior inglés.


La cuestión es que no hay razón para no ver una intención político cultural destinada a hacer grande a Inglaterra y empequeñecer todo lo demás, sea verdad o mentira. Volviendo a Marcelo Gullo, este explica cómo Inglaterra logra romper la unidad iberoamericana con hábiles maniobras de distinto tipo, especialmente las desarrolladas en el ámbito de las creencias. Decimos unidad iberoamericana porque para ellos fue muy preocupante la unión de Portugal y de España, la cual se trasladó a Brasil y restantes virreinatos españoles.


Explica Gullo que Inglaterra, mediante una política proteccionista, crea una industria potente que después le permite vender muy barato. La mercancía se convierte en una punta de lanza que abre mercados y fomenta enfrentamientos comerciales entre las posesiones españolas (los puertos contra el interior de los territorios por cuestiones de precios y de márgenes gananciales). Oyendo a Marcello Gullo nos convencemos de que Inglaterra no cree en principios, sino en intereses.

Desarrollada su industria ya no proclama las ventajas antes indiscutibles del proteccionismo, sino las del libre mercado. La razón es que necesita que esos mercados se abran a sus mercancías sin cargas arancelarias en los distintos puertos. Todo esto provoca un movimiento general de intereses encontrados en las distintas plazas iberoamericanas. Podríamos acuñar una nueva máxima: remueve los egoísmos y vencerás (lo cual también sirve para nosotros).


La segunda unidad de ataque es filosófica. No le interesa unas creencias basadas en la fe. La fe es inatacable porque es inargumentable, por lo cual fomenta el iluminismo. Se podría contestar: es lo justo. Sí, pero esas reglas, como ahora, no servían para Inglaterra, sino sólo para los extraños. Su religión anglicana es intocable. Y a pesar de ese iluminismo filosófico, su fe no cambia. Mientras la fe católica premia según las acciones en la tierra, lo cual es doctrinalmente racional, para ella la fe y no las acciones es lo que salva. En sus términos: “El arrepentimiento genuino y la fe verdadera en Él, son los únicos caminos que nos llevan a la salvación”. Quizás Jack el Destripador, arrepentido, esté en el cielo impartiendo los Evangelios. Pero hay textos más maravillosos aún: “La dignidad humana y la igualdad entre todas las personas forman parte fundamental de los valores anglicanos”. Esto, leído contra un español en Hispanoamérica debía ser terrible. Tanto como leído a los aborígenes australianos, o a los tasmanos, de cuyas mujeres sólo sobrevivió una. Pero, no nos molestemos en buscar “masacre en Tasmania”. Saldrá la historia de una matanza en Port Arthur, realizada por un tal Martin Bryant, psicópata moderno. Mejor buscar en Guerra Negra, que no hay nada como los eufemismos. Y aun así, el texto está plagado de dudas, ponderaciones y opiniones encontradas. Si la irrealidad de la Invencible es real, la realidad de Tasmania y del resto de Australia es irreal.


Esta estrategia está adobada, según Gullo, con la Leyenda Negra contra España. No vamos a hacer como ellos, para quienes sólo los anglosajones merecen ser portavoces de lo correcto. Pero, según se van aclarando las cosas, parece que la acción exterior española, sin ser ejemplar, fue mucho más humana que la anglosajona. Ponemos como testigo a un revolucionario, Sandino, que no tiene inconveniente en proclamar los beneficios aportados por España, que de entrada, se fundió con América sin prohibiciones raciales ni lingüísticas. No es difícil oírles hablar, aquí en España, en su idioma original. Y si los españoles se portaron mal en aquellas tierras, no mejor se portaban aquí con sus compatriotas (por lo tanto cuestión de clases, no de razas); ni mejor se portaron las autoridades independizadas; ni mejor se portaron otras naciones. Lo de Bélgica y Holanda, que no disfrutan de una generosa leyenda negra, es antológico. No digamos qué hacían los franceses en sus colonias. No recordemos las guerras en Argelia y Conchinchina. No recordemos las guerras del opio en China. No recordemos la sangrienta guerra de Crimea (1853- 1856), todo sucesos sin leyendas negras.


Es más, la cosa no queda ahí, y hablamos ahora de campañas: En el estado de California se ha de estudiar obligatoriamente, por ley, la Leyenda Negra. En EE.UU. se conmemora el día de Colón, no el de la Hispanidad, y se invita sólo a italianos y a sus autoridades. Los niños en los colegios, ese día, se disfrazan de indígenas y de frailes, y estos fingen maltratar a aquellos. A las estatuas de fray Junípero Serra (fundador de ciudades como San Diego, Los Ángeles, San Francisco y Sacramento) se les corta la cabeza y se las embadurna con pintura roja. García Barea narra en sus conferencias como en EE.UU. una obra teatral sobre la leyenda negra española es un gran éxito de taquilla y de crítica, Esto con asistencia de turistas españoles que se sienten muy progresistas por aceptar con tanta distancia y equidad las verdades extranjeras sobre nuestras maldades. Luego, esa lucha del bien contra el mal convertirá sus reglas en paradigma de los derechos humanos. Es curiosa la inquina contra un país supuestamente aliado. ¿Qué tiene o no tiene España que no tienen o tienen otros?


Y, ¿por qué esta actualización contra las raíces hispánicas? No lo sabemos a ciencia cierta. Pero resulta sospechoso ese indigenismo que se fomenta, más potente en lo racial que en lo social. ¿Sería bueno para Iberoamérica, para España, convertirse en una miríada de naciones racialmente puras? No olvidemos, por ejemplo, a los misquitos, evangelizados por misioneros anglicanos, y por tanto seguidores actualmente de la fe anglicana, y que ocupan estratégica y casualmente toda la costa oriental de Nicaragua.


¿Acaso la racialidad deriva indefectiblemente en justicia social? ¿Pequeñas naciones, mejor que grandes, estarán libres de injerencias? ¿Tan perdidos están esos pueblos que necesitan la tutela evangelista externa que nadie puede negar y que ayuda a ganar y perder elecciones como en Brasil?

Debilitada esa fe fundacional, según Gullo, la dispersión es más fácil. Por eso, nos cuenta, San Martín, no creyente, se percata del sustrato religioso que une a sus tropas, y las obliga a orar (en católico) diariamente. Gullo hace un cálculo numérico y afirma que lo que hoy sería un ejército inglés de dos millones de soldados, es vencido. Es decir, que la fuerza de las ideas es más poderosa que la de las tropas, por lo cual se abunda en este tipo de manipulaciones y mentiras.


Resumiendo: cuidado con los movimientos culturales aparentemente inocuos. Cada día es más evidente que tras la filosofía, la historia, la política (la guerra, como su extensión), incluso la religión, etc., hay negocio. Tan importantes como saber a dónde vamos es saber de dónde NO venimos. Sobre todo desde Fernando VII hemos permitido que nos acomplejen y desmotiven y vacíen con mentiras o exageraciones.


Por lo tanto, si no una fe fundacional, busquemos una razón fundacional basada en la principal regla de la naturaleza: la de la necesidad. De todas nuestras múltiples raíces expurguemos lo negativo y construyamos un hispanismo nuevo destinado a luchar contra una miseria que alimenta la injusta opulencia de otros que mienten sobre nosotros. Y no olvidemos que la geopolítica, palabra todavía extraña en nuestro acervo, la crearon los geógrafos y los mercaderes.

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