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Gabriel Ruiz-Ortega

Regularona adaptación de "Crímenes imperceptibles"

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Hace buen tiempo reseñé la novela CRÍMENES IMPERCEPTIBLES (Premio Planeta Argentina 2003), del narrador Guillermo Martínez, a quien también entrevisté. Ambas entregas fueron publicadas en este medio.

Resulta entonces inevitable que no opine sobre su adaptación cinematográfica, que bajo el título de LOS CRÍMENES DE OXFORD estuvo a cargo del director español Alex de la Iglesia.

Sabemos bien las diferencias de las parcelas literarias con las cinematográficas, cada una es independiente en su realización, desarrollo y alcances formales. En lo que ahora nos compete, pues CI nos reveló a un escritor no solo talentoso, sino también sumamente inteligente. No es locura alguna catalogarlo como uno de los más atendibles narradores latinoamericanos de hoy, es de los pocos que se salvan de las mentiras a las que nos vienen acostumbrando las grandes casas editoriales, vendiéndonos novelastros por doquier, basuras a las que hay que sindicar ante tanta metida de dedo.

Las adaptaciones cinematográficas no tienen que ser fieles a las líneas argumentales de sus fuentes (novelas, dramas, cuentos, biografías), en absoluto; mas sí respetar el espíritu que ellas motivan. En este sentido, De la Iglesia sí ha respetado el espíritu de CI, pero se ha olvidado de la esencia que no solo trasunta el policial negro, sino también el policial enigma: la relación entre sus personajes.

Arthur Seldon (John Hurt) y Martin (Elijah Wood) deben poner fin a una serie de crímenes que acaecen en Oxford. Seldon es uno de los lógicos más respetados del siglo XX, Martin es un talentoso joven matemático que cierta tarde encuentra muerta a su casera; esta era también muy amiga de Seldon, a quien se le comunicó del asesinato a través de una nota que se le hizo llegar después brindar una conferencia. A partir de entonces se desarrollan una serie de crímenes avisados, desafíos intelectuales a Seldon, que tienen el objetivo de dejar sin sustento las teorías lógicas que son la base de su reconocimiento mundial.

La película hace alarde de un buen pulso narrativo, pero la señalada relación de sus personajes es un punto insalvable, hace de esta una más del montón de policiales que se refocilan en la fórmula “Crimen – Culpable”, ni siquiera los personajes secundarios de Beth (Julie Cox) y Lorna (Leonor Watling) sirven para otorgarle esa cuota de densidad en la configuración de las sensibilidades. De la Iglesia peca de complaciente, desaprovecha las pulsiones oscuras que mueven a Seldon, los dramas de Martin nos ligan a Britney Spears al borde del colapso (no es broma).

El policial, ya sea en cine y literatura, se enriquece de la fuerza en el perfil de sus protagonistas, sin importar la historia, ni su desarrollo. El director lo sabe bien, pero a lo mejor se dejó llevar por el hecho de que la película iba a ser exhibida para un público fuera del circuito hispanohablante (LCO está filmada en inglés), lo que evidentemente produjo un tratamiento dócil, hasta pueril, con tal de agradar a todos.

LCO no es una mala película, esta cumple su cometido comercial de entretener, pero de un artista de la talla de Alex de la Iglesia, uno espera muchísimo más, no por nada este escritor, a pesar de este señalamiento, le sigue admirando.

Regularona adaptación de "Crímenes imperceptibles"

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
lunes, 14 de septiembre de 2009, 03:09 h (CET)
Hace buen tiempo reseñé la novela CRÍMENES IMPERCEPTIBLES (Premio Planeta Argentina 2003), del narrador Guillermo Martínez, a quien también entrevisté. Ambas entregas fueron publicadas en este medio.

Resulta entonces inevitable que no opine sobre su adaptación cinematográfica, que bajo el título de LOS CRÍMENES DE OXFORD estuvo a cargo del director español Alex de la Iglesia.

Sabemos bien las diferencias de las parcelas literarias con las cinematográficas, cada una es independiente en su realización, desarrollo y alcances formales. En lo que ahora nos compete, pues CI nos reveló a un escritor no solo talentoso, sino también sumamente inteligente. No es locura alguna catalogarlo como uno de los más atendibles narradores latinoamericanos de hoy, es de los pocos que se salvan de las mentiras a las que nos vienen acostumbrando las grandes casas editoriales, vendiéndonos novelastros por doquier, basuras a las que hay que sindicar ante tanta metida de dedo.

Las adaptaciones cinematográficas no tienen que ser fieles a las líneas argumentales de sus fuentes (novelas, dramas, cuentos, biografías), en absoluto; mas sí respetar el espíritu que ellas motivan. En este sentido, De la Iglesia sí ha respetado el espíritu de CI, pero se ha olvidado de la esencia que no solo trasunta el policial negro, sino también el policial enigma: la relación entre sus personajes.

Arthur Seldon (John Hurt) y Martin (Elijah Wood) deben poner fin a una serie de crímenes que acaecen en Oxford. Seldon es uno de los lógicos más respetados del siglo XX, Martin es un talentoso joven matemático que cierta tarde encuentra muerta a su casera; esta era también muy amiga de Seldon, a quien se le comunicó del asesinato a través de una nota que se le hizo llegar después brindar una conferencia. A partir de entonces se desarrollan una serie de crímenes avisados, desafíos intelectuales a Seldon, que tienen el objetivo de dejar sin sustento las teorías lógicas que son la base de su reconocimiento mundial.

La película hace alarde de un buen pulso narrativo, pero la señalada relación de sus personajes es un punto insalvable, hace de esta una más del montón de policiales que se refocilan en la fórmula “Crimen – Culpable”, ni siquiera los personajes secundarios de Beth (Julie Cox) y Lorna (Leonor Watling) sirven para otorgarle esa cuota de densidad en la configuración de las sensibilidades. De la Iglesia peca de complaciente, desaprovecha las pulsiones oscuras que mueven a Seldon, los dramas de Martin nos ligan a Britney Spears al borde del colapso (no es broma).

El policial, ya sea en cine y literatura, se enriquece de la fuerza en el perfil de sus protagonistas, sin importar la historia, ni su desarrollo. El director lo sabe bien, pero a lo mejor se dejó llevar por el hecho de que la película iba a ser exhibida para un público fuera del circuito hispanohablante (LCO está filmada en inglés), lo que evidentemente produjo un tratamiento dócil, hasta pueril, con tal de agradar a todos.

LCO no es una mala película, esta cumple su cometido comercial de entretener, pero de un artista de la talla de Alex de la Iglesia, uno espera muchísimo más, no por nada este escritor, a pesar de este señalamiento, le sigue admirando.

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