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Confirmado: el lobo feroz no se comió a la abuelita. ¡Es todo un cuento! Como lo es que los lobos, en general, se caractericen por una especial «ferocidad», o incluso cierta «mala fe». Son simplemente lobos, y como tales se comportan, tratando de conseguir su condumio diario y sacar a sus familias adelante, como hace aquí todo bicho que se precie, con nosotros los humanos en la lista.
Por increíble que parezca, y más aún en estos tiempos en que el poder y la desigualdad se nos presentan como males inevitables de la condición humana, hubo una comunidad, allá por los remotos días del Cobre, que vivió durante más de un milenio sin amos ni esclavos, sin palacios ni élites, sin templos ni castas. Sin grandes tumbas que contar. Solo vida compartida. Trabajo, tierra y pan para todos.
A menudo, en el tejido invisible de las familias, existe una figura discreta, la persona que, durante años, se ha dedicado a cuidar de todos, postergando sus propios sueños, su salud y su bienestar. Mientras otros miembros del entorno familiar elegían vivir sus propias vidas, sin asumir responsabilidades, esta figura silenciosa sostenía a los demás, día tras día, sin pedir nada a cambio.
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