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Viendo casos clínicos de todo el mundo, “hemos podido probar que esta experiencia del umbral de la muerte no está limitada a un cierto medio social y que no tiene nada que ver con una u otra religión"

Testimonio de Elisabeth Kübler-Ross sobre las experiencias cercanas a la muerte

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Pienso que el mejor libro sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM) sigue siendo el de Elisabeth Kübler-Ross, La muerte: un amanecer. Ella asistió en los últimos momentos a muchas personas, fue una pionera de los cuidados paliativos, y su lectura da mucha paz. Opina que nuestro estado natural ha de ser la felicidad, y el infierno sobre todo es “el creado por nosotros mismos”. Decía:

“Quisiera hablaros de algunas experiencias que hemos podido tener a lo largo de los últimos diez años y que se refieren a la vida, a la muerte, y a la vida después de la muerte, y esto después de estudiar seriamente el campo de la muerte y de una vida después de la muerte. Después de habernos ocupado durante muchos años de los enfermos moribundos, hemos entendido que nosotros, los humanos, no hemos encontrado aún respuesta a la pregunta quizá más importante de todas, a pesar de que nuestra presencia en la tierra se remonta a millones de años: la definición, el significado y el fin de la vida y de la muerte”. Y ella quiso compartir sus investigaciones. “Desde hace largo tiempo estudiábamos las experiencias del umbral de la muerte, pero en nuestro espíritu guardábamos el hecho de que se trataba solamente de una experiencia del umbral de la muerte y no de la muerte verdadera”. Piensa que “anteriormente la gente tenía un contacto mucho más estrecho con todo lo referente a la muerte y creía en un cielo o en una vida después de la muerte” y que en el último siglo y pico hubo escepticismo al respecto. Pero piensa que otra vez mucha gente empieza a comprender que “el cuerpo físico no es más que una casa, un templo, como nosotros solemos llamarle, el «capullo de seda» en el que vivimos durante un cierto tiempo hasta la transición que llamamos muerte. Cuando llega la muerte abandonamos el capullo de seda y somos libres como una mariposa. Nos servimos de esta imagen del lenguaje simbólico y la utilizamos al hablar con los niños moribundos o con sus hermanos y hermanas”.


Su dedicación durante más de 20 años a la atención de los moribundos le hizo pensar que muchos se refieren “al cuerpo físico, como si el hombre sólo fuera esa envoltura. Yo misma formaba parte del conjunto de científicos que no habían cuestionado nunca esa concepción”. Los trasplantes de órganos plantearon este tema a nivel ético, jurídico y por tanto antropológico: la persona no era esos órganos.


Muchos de sus pacientes fueron accidentados graves. Habla de un chico que perdió las piernas, y “mientras se encontraba fuera de su cuerpo físico incluso vio una de sus piernas en el suelo, y fue perfectamente consciente de encontrarse en un cuerpo etérico absolutamente perfecto y tener sus dos piernas. No podemos suponer que este hombre sabía de antemano que perdería las dos piernas y que su visión era sólo la proyección del deseo de andar de nuevo”.


Con experiencias, refuta la hipótesis de que estos casos de ECM una proyección del deseo y de modo misterioso cuenta como eso “nos llega por parte de los ciegos que a lo largo de este estado de muerte aparente dejan de serlo. Les pedimos que compartieran con nosotros sus experiencias. Si sólo se hubiera tratado en ellos de una proyección del deseo, no estarían capacitados para precisar el color de un jersey, el dibujo de una corbata o el detalle de los dibujos, colores y cortes de prendas que llevaban los presentes. Interrogamos a una serie de personas con ceguera total y fueron capaces de decirnos no solamente quién entró primero en la habitación para reanimarlo sino describir con precisión el aspecto y la ropa que llevaban los que estaban presentes, y en ningún caso los ciegos disponen de esta capacidad”. Habla por tanto de un cuerpo donde hay ausencia de dolor y la percepción de integridad corporal, “un cuerpo simulado perfecto que podemos llamar cuerpo etérico”.


Una idea muy bonita que cuenta es la de que nadie muere solo. Ve que los niños que pasan por ese trance tienen una espiritualidad mayor que los niños sanos de su misma edad, fruto de ese nuevo entorno que han experimentado de algún modo. También cuenta que en esas experiencias “no hay ni tiempo ni espacio y podemos desplazarnos instantáneamente donde queramos”. Cuenta de personas que querían ser retenidas por sus parientes, como una madre que decía a su hija “no puedes hacerme esto, no te mueras”. Pero el que está en ese trance, tiene sus experiencias que no coinciden con las de sus seres queridos que el acompañan al lado de la cama. Los contactos terrestres desaparecen, y la niña “había adquirido la capacidad de abandonar su envoltura y liberarse de ella rápidamente para volver con la velocidad del pensamiento cerca de su mamá o su papá o hacia cualquier persona que la atrajese”.


Recuerdo a un moribundo al que sus parientes le atosigaban hablando sin parar, y poco antes de morir le preguntaron: “¿quieres algo”? y él respondió “-Sí, que os calléis”. Le gustaba la compañía de ellos, podían hablar, pero no que se dirigieran a él con cosas banales, pues él estaba en otra dimensión.


He visto morir a docenas de personas, y todas mueren en paz. Además, hay un poder de retener la vida (por ejemplo cuando se espera un ser querido que está de viaje, un sacerdote para dar la Unción de los enfermos…) o soltarla, cuando ya se ha cumplido aquello que deseaba tanto, y se deja llevar. Lo he visto en más de media docena de ocasiones. Sobre esto, la tanatóloga citada afirma: “Podía observar también que inmediatamente después del fallecimiento, el rostro de mis enfermos expresaba paz, equilibrio y una expresión solemne de júbilo, y esto era tanto más incomprensible en los casos en los que el moribundo poco antes de morir se encontraba en un estado de cólera, de agitación o de depresión”.


Ella hace una observación interesante, que me recuerda algo de mi experiencia. Cuando alguien estaba en las últimas, yo deseaba y rezaba para que se curara, pero cuando ya tenía los ojos vidriosos, los órganos de su cuerpo ya en fase terminal, ya dejaba de sentir ese deseo, y con paz observaba ese trance; ella dice que en ese momento “ellos ya no existían, lo que me extrañaba tanto que me preguntaba si yo era normal. Cuando los miraba en su lecho de muerte, tenía la impresión de que se habían quitado el abrigo de invierno, como cuando llega la primavera, ya que no les hacía falta nada más. Tenía la certeza increíble de que esos cuerpos no eran más que unas envolturas y de que mis queridos enfermos ya no estaban en la cama”.


Cuenta también de su primera experiencia de ECN, una mujer que luego de salir de su cuerpo “nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero cuanto más se esforzaba en explicarles más la atendían solícitamente, hasta que poco a poco comprendió que era ella únicamente la que podía entender, mientras que los demás no la oían. La señora Schwarz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia, como nos dijo textualmente. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Compartió su experiencia con mis estudiantes y conmigo en uno de mis seminarios. No necesito decir aquí que este caso representó para mí algo nuevo, puesto que yo no había oído hablar nunca de tal experiencia de muerte aparente, aunque era doctora en medicina desde hacía tiempo. Mis estudiantes se extrañaron de que no clasificase esta experiencia simplemente como una alucinación, una ilusión o como la desintegración de la conciencia de la personalidad. Querían a toda costa dar un nombre a esta vivencia para identificarla, clasificarla y no tener que pensar más en ella”.

Y ahí empezó la investigación: “Lo llamamos simplemente experiencia de muerte aparente o del umbral de la muerte (neardeath experience) puesto que todos estos enfermos, una vez restablecidos, la han podido compartir con nosotros”. Como en los sueños, sólo en algunos casos se recuerda lo que pasó en ese trance.


Viendo casos clínicos de todo el mundo, “hemos podido probar que esta experiencia del umbral de la muerte no está limitada a un cierto medio social y que no tiene nada que ver con una u otra religión. Tampoco tiene ninguna importancia que esté precedida por un asesinato o un accidente, por un suicidio o por una muerte lenta”.


Viktor Frankl ha escrito un maravilloso libro: The search for meaning (El hombre en busca de sentido), en el que describe sus vivencias en un campo de concentración. Probablemente es el científico más conocido y el que mejor ha estudiado las experiencias extracorporales. Llevaba años contando los relatos de gente que había tenido caídas en la montaña y veían cómo se desarrollaba su propia vida como una película. Estudió las experiencias visualizadas durante los pocos segundos de la caída, para llegar a la conclusión de que en éstas no interviene el factor tiempo. Muchas personas han tenido una experiencia semejante al ahogarse o en otras situaciones de gran peligro. Luego, Robert Monroe fue otro colaborador que ella tuvo, fue autor del libro Journey sout of the body (Le voyage hors du corps, en español Vida después de la vida). 

Testimonio de Elisabeth Kübler-Ross sobre las experiencias cercanas a la muerte

Viendo casos clínicos de todo el mundo, “hemos podido probar que esta experiencia del umbral de la muerte no está limitada a un cierto medio social y que no tiene nada que ver con una u otra religión"
Llucià Pou Sabaté
jueves, 9 de noviembre de 2023, 08:51 h (CET)

Pienso que el mejor libro sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM) sigue siendo el de Elisabeth Kübler-Ross, La muerte: un amanecer. Ella asistió en los últimos momentos a muchas personas, fue una pionera de los cuidados paliativos, y su lectura da mucha paz. Opina que nuestro estado natural ha de ser la felicidad, y el infierno sobre todo es “el creado por nosotros mismos”. Decía:

“Quisiera hablaros de algunas experiencias que hemos podido tener a lo largo de los últimos diez años y que se refieren a la vida, a la muerte, y a la vida después de la muerte, y esto después de estudiar seriamente el campo de la muerte y de una vida después de la muerte. Después de habernos ocupado durante muchos años de los enfermos moribundos, hemos entendido que nosotros, los humanos, no hemos encontrado aún respuesta a la pregunta quizá más importante de todas, a pesar de que nuestra presencia en la tierra se remonta a millones de años: la definición, el significado y el fin de la vida y de la muerte”. Y ella quiso compartir sus investigaciones. “Desde hace largo tiempo estudiábamos las experiencias del umbral de la muerte, pero en nuestro espíritu guardábamos el hecho de que se trataba solamente de una experiencia del umbral de la muerte y no de la muerte verdadera”. Piensa que “anteriormente la gente tenía un contacto mucho más estrecho con todo lo referente a la muerte y creía en un cielo o en una vida después de la muerte” y que en el último siglo y pico hubo escepticismo al respecto. Pero piensa que otra vez mucha gente empieza a comprender que “el cuerpo físico no es más que una casa, un templo, como nosotros solemos llamarle, el «capullo de seda» en el que vivimos durante un cierto tiempo hasta la transición que llamamos muerte. Cuando llega la muerte abandonamos el capullo de seda y somos libres como una mariposa. Nos servimos de esta imagen del lenguaje simbólico y la utilizamos al hablar con los niños moribundos o con sus hermanos y hermanas”.


Su dedicación durante más de 20 años a la atención de los moribundos le hizo pensar que muchos se refieren “al cuerpo físico, como si el hombre sólo fuera esa envoltura. Yo misma formaba parte del conjunto de científicos que no habían cuestionado nunca esa concepción”. Los trasplantes de órganos plantearon este tema a nivel ético, jurídico y por tanto antropológico: la persona no era esos órganos.


Muchos de sus pacientes fueron accidentados graves. Habla de un chico que perdió las piernas, y “mientras se encontraba fuera de su cuerpo físico incluso vio una de sus piernas en el suelo, y fue perfectamente consciente de encontrarse en un cuerpo etérico absolutamente perfecto y tener sus dos piernas. No podemos suponer que este hombre sabía de antemano que perdería las dos piernas y que su visión era sólo la proyección del deseo de andar de nuevo”.


Con experiencias, refuta la hipótesis de que estos casos de ECM una proyección del deseo y de modo misterioso cuenta como eso “nos llega por parte de los ciegos que a lo largo de este estado de muerte aparente dejan de serlo. Les pedimos que compartieran con nosotros sus experiencias. Si sólo se hubiera tratado en ellos de una proyección del deseo, no estarían capacitados para precisar el color de un jersey, el dibujo de una corbata o el detalle de los dibujos, colores y cortes de prendas que llevaban los presentes. Interrogamos a una serie de personas con ceguera total y fueron capaces de decirnos no solamente quién entró primero en la habitación para reanimarlo sino describir con precisión el aspecto y la ropa que llevaban los que estaban presentes, y en ningún caso los ciegos disponen de esta capacidad”. Habla por tanto de un cuerpo donde hay ausencia de dolor y la percepción de integridad corporal, “un cuerpo simulado perfecto que podemos llamar cuerpo etérico”.


Una idea muy bonita que cuenta es la de que nadie muere solo. Ve que los niños que pasan por ese trance tienen una espiritualidad mayor que los niños sanos de su misma edad, fruto de ese nuevo entorno que han experimentado de algún modo. También cuenta que en esas experiencias “no hay ni tiempo ni espacio y podemos desplazarnos instantáneamente donde queramos”. Cuenta de personas que querían ser retenidas por sus parientes, como una madre que decía a su hija “no puedes hacerme esto, no te mueras”. Pero el que está en ese trance, tiene sus experiencias que no coinciden con las de sus seres queridos que el acompañan al lado de la cama. Los contactos terrestres desaparecen, y la niña “había adquirido la capacidad de abandonar su envoltura y liberarse de ella rápidamente para volver con la velocidad del pensamiento cerca de su mamá o su papá o hacia cualquier persona que la atrajese”.


Recuerdo a un moribundo al que sus parientes le atosigaban hablando sin parar, y poco antes de morir le preguntaron: “¿quieres algo”? y él respondió “-Sí, que os calléis”. Le gustaba la compañía de ellos, podían hablar, pero no que se dirigieran a él con cosas banales, pues él estaba en otra dimensión.


He visto morir a docenas de personas, y todas mueren en paz. Además, hay un poder de retener la vida (por ejemplo cuando se espera un ser querido que está de viaje, un sacerdote para dar la Unción de los enfermos…) o soltarla, cuando ya se ha cumplido aquello que deseaba tanto, y se deja llevar. Lo he visto en más de media docena de ocasiones. Sobre esto, la tanatóloga citada afirma: “Podía observar también que inmediatamente después del fallecimiento, el rostro de mis enfermos expresaba paz, equilibrio y una expresión solemne de júbilo, y esto era tanto más incomprensible en los casos en los que el moribundo poco antes de morir se encontraba en un estado de cólera, de agitación o de depresión”.


Ella hace una observación interesante, que me recuerda algo de mi experiencia. Cuando alguien estaba en las últimas, yo deseaba y rezaba para que se curara, pero cuando ya tenía los ojos vidriosos, los órganos de su cuerpo ya en fase terminal, ya dejaba de sentir ese deseo, y con paz observaba ese trance; ella dice que en ese momento “ellos ya no existían, lo que me extrañaba tanto que me preguntaba si yo era normal. Cuando los miraba en su lecho de muerte, tenía la impresión de que se habían quitado el abrigo de invierno, como cuando llega la primavera, ya que no les hacía falta nada más. Tenía la certeza increíble de que esos cuerpos no eran más que unas envolturas y de que mis queridos enfermos ya no estaban en la cama”.


Cuenta también de su primera experiencia de ECN, una mujer que luego de salir de su cuerpo “nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero cuanto más se esforzaba en explicarles más la atendían solícitamente, hasta que poco a poco comprendió que era ella únicamente la que podía entender, mientras que los demás no la oían. La señora Schwarz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia, como nos dijo textualmente. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Compartió su experiencia con mis estudiantes y conmigo en uno de mis seminarios. No necesito decir aquí que este caso representó para mí algo nuevo, puesto que yo no había oído hablar nunca de tal experiencia de muerte aparente, aunque era doctora en medicina desde hacía tiempo. Mis estudiantes se extrañaron de que no clasificase esta experiencia simplemente como una alucinación, una ilusión o como la desintegración de la conciencia de la personalidad. Querían a toda costa dar un nombre a esta vivencia para identificarla, clasificarla y no tener que pensar más en ella”.

Y ahí empezó la investigación: “Lo llamamos simplemente experiencia de muerte aparente o del umbral de la muerte (neardeath experience) puesto que todos estos enfermos, una vez restablecidos, la han podido compartir con nosotros”. Como en los sueños, sólo en algunos casos se recuerda lo que pasó en ese trance.


Viendo casos clínicos de todo el mundo, “hemos podido probar que esta experiencia del umbral de la muerte no está limitada a un cierto medio social y que no tiene nada que ver con una u otra religión. Tampoco tiene ninguna importancia que esté precedida por un asesinato o un accidente, por un suicidio o por una muerte lenta”.


Viktor Frankl ha escrito un maravilloso libro: The search for meaning (El hombre en busca de sentido), en el que describe sus vivencias en un campo de concentración. Probablemente es el científico más conocido y el que mejor ha estudiado las experiencias extracorporales. Llevaba años contando los relatos de gente que había tenido caídas en la montaña y veían cómo se desarrollaba su propia vida como una película. Estudió las experiencias visualizadas durante los pocos segundos de la caída, para llegar a la conclusión de que en éstas no interviene el factor tiempo. Muchas personas han tenido una experiencia semejante al ahogarse o en otras situaciones de gran peligro. Luego, Robert Monroe fue otro colaborador que ella tuvo, fue autor del libro Journey sout of the body (Le voyage hors du corps, en español Vida después de la vida). 

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