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Lo trascendente está en compartir, en cooperar y en colaborar en el hacer, para que nadie se sienta una carga inútil y, lo que es peor, llegue a desear y pedir la muerte

Alimentarse de sueños, para no envejecer, es buena terapia

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Puede que envejecer sea un asunto ineludible e irreversible, pero no necesariamente negativo. Todo tiene sus anversos y reversos. Lo significativo está en que nosotros no acortemos el entusiasmo existencial, crucificándonos a diario y olvidemos vivir, hacer familia y renovarnos. Para empezar, somos seres vivos, y como tales, necesitamos alentarnos y alimentarnos de anhelos, para poder rejuvenecernos cada día. Ciertamente, con cada amanecer despertamos, sabiendo que lo mejor está aún por llegar.


Lo importante radica en no desfallecer, en reinventarse como sociedad para todas las edades, con la esperanza de que unidos, mejoraremos la visión del ciclo vital y las correspondencias entre generaciones. Desde luego, con una duración más larga deben acrecentarse las posibilidades, ya no sólo para las personas mayores y sus hogares, sino también para la humanidad en su conjunto. Somos ciudadanos del mundo, con un fondo de humanidad que está internamente en todos, lo que hace que nada pueda resultarnos extraño.


Es evidente que hay que superar los estereotipos sociales, no marginar a nadie y aprender a convivir complementándose unos con otros, como agentes de proyectos compartidos. De ahí, la influencia formativa centrada en el ser, que es lo que verdaderamente nos hace apreciar la savia en todas sus fases, tanto abriéndonos a las posibilidades como poniendo límites. Al fin y al cabo, lo trascendente está en compartir, en cooperar y en colaborar en el hacer, para que nadie se sienta una carga inútil y, lo que es peor, llegue a desear y pedir la muerte.


Resulta público y notorio, observar que nada nos envejece con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos llega el ocaso; y, con ello, la pérdida del esplendor. Pues no debe ser así. A veces, olvidamos para desgracia nuestra, que los andares se cuentan por sonrisas, no por apenados pasos ni por lágrimas. Cualquier etapa de nuestra historia debe considerarse de manera positiva, si cabe aún más en la ancianidad, en la que la persona es particularmente vulnerable, víctima de la fragilidad humana.


Comprender el envejecimiento nos ayudará a entendernos y a embellecernos mar adentro. Quizás nuestra gran tarea pendiente sea rejuvenecer el espíritu, en un tiempo en el que la mirada se torna libre y la vista serena. Activar los encuentros e impulsar los vínculos como una escuela de amor es saludable. Hoy más que nunca, tenemos que aprender de las generaciones mayores, salir del aislamiento, sumar las fuerzas para favorecer, sostener y sustentar el entusiasmo por vivir, desviviéndonos unos por otros con la ayuda, la prevención del miedo y del rechazo.


Nos precisamos mutuamente. Los años adicionales nos brindan la oportunidad del tiempo, del que tantas veces andamos escasos, para llevar a buen término nuevas actividades, ya no solo formativas, sino también de recreo y de realización. Los cultivos abandonados hay que protegerlos y asistirlos de corazón. En cualquier caso, y bajo este peregrinar por aquí abajo, jamás hay que dejarse atrapar por la tristeza. Recibir la gracia de una vida larga, debe hacernos repensar todavía más, para profundizar en la relación entre latidos diversos.


Precisamente, es bajo este contexto, como se crece uno más y se recrea, al sentirse y verse más alma que cuerpo. Esto es vital, ya que nadie puede vivir solo y sin acompañamiento. Bajo esta corona de sabiduría y de voluntades, que injerta la edad, todo se hace más humanitario y más ternura nos inspiran los individuos en particular. La huella de nuestro paso, va a quedar para siempre sobre el camino, a la espera de encauzar la estética sembrada con la ética vertida.


Sin duda, con buena salud y en un entorno propicio, los humanos debemos afrontar la problemática de la longevidad y liberar su potencial. Ellos, nuestros mayores, son un manantial excepcional de experiencias, que hemos de requerirles, para que se sientan activos, puedan participar plenamente y aporten contribuciones esenciales. Comencemos, pues, por cumplir las promesas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para las personas mayores: entre todas las generaciones. ¡Hagámoslo ahora mismo; qué nunca es tarde para unir y reunirse!

Alimentarse de sueños, para no envejecer, es buena terapia

Lo trascendente está en compartir, en cooperar y en colaborar en el hacer, para que nadie se sienta una carga inútil y, lo que es peor, llegue a desear y pedir la muerte
Víctor Corcoba
jueves, 28 de septiembre de 2023, 11:12 h (CET)

Puede que envejecer sea un asunto ineludible e irreversible, pero no necesariamente negativo. Todo tiene sus anversos y reversos. Lo significativo está en que nosotros no acortemos el entusiasmo existencial, crucificándonos a diario y olvidemos vivir, hacer familia y renovarnos. Para empezar, somos seres vivos, y como tales, necesitamos alentarnos y alimentarnos de anhelos, para poder rejuvenecernos cada día. Ciertamente, con cada amanecer despertamos, sabiendo que lo mejor está aún por llegar.


Lo importante radica en no desfallecer, en reinventarse como sociedad para todas las edades, con la esperanza de que unidos, mejoraremos la visión del ciclo vital y las correspondencias entre generaciones. Desde luego, con una duración más larga deben acrecentarse las posibilidades, ya no sólo para las personas mayores y sus hogares, sino también para la humanidad en su conjunto. Somos ciudadanos del mundo, con un fondo de humanidad que está internamente en todos, lo que hace que nada pueda resultarnos extraño.


Es evidente que hay que superar los estereotipos sociales, no marginar a nadie y aprender a convivir complementándose unos con otros, como agentes de proyectos compartidos. De ahí, la influencia formativa centrada en el ser, que es lo que verdaderamente nos hace apreciar la savia en todas sus fases, tanto abriéndonos a las posibilidades como poniendo límites. Al fin y al cabo, lo trascendente está en compartir, en cooperar y en colaborar en el hacer, para que nadie se sienta una carga inútil y, lo que es peor, llegue a desear y pedir la muerte.


Resulta público y notorio, observar que nada nos envejece con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos llega el ocaso; y, con ello, la pérdida del esplendor. Pues no debe ser así. A veces, olvidamos para desgracia nuestra, que los andares se cuentan por sonrisas, no por apenados pasos ni por lágrimas. Cualquier etapa de nuestra historia debe considerarse de manera positiva, si cabe aún más en la ancianidad, en la que la persona es particularmente vulnerable, víctima de la fragilidad humana.


Comprender el envejecimiento nos ayudará a entendernos y a embellecernos mar adentro. Quizás nuestra gran tarea pendiente sea rejuvenecer el espíritu, en un tiempo en el que la mirada se torna libre y la vista serena. Activar los encuentros e impulsar los vínculos como una escuela de amor es saludable. Hoy más que nunca, tenemos que aprender de las generaciones mayores, salir del aislamiento, sumar las fuerzas para favorecer, sostener y sustentar el entusiasmo por vivir, desviviéndonos unos por otros con la ayuda, la prevención del miedo y del rechazo.


Nos precisamos mutuamente. Los años adicionales nos brindan la oportunidad del tiempo, del que tantas veces andamos escasos, para llevar a buen término nuevas actividades, ya no solo formativas, sino también de recreo y de realización. Los cultivos abandonados hay que protegerlos y asistirlos de corazón. En cualquier caso, y bajo este peregrinar por aquí abajo, jamás hay que dejarse atrapar por la tristeza. Recibir la gracia de una vida larga, debe hacernos repensar todavía más, para profundizar en la relación entre latidos diversos.


Precisamente, es bajo este contexto, como se crece uno más y se recrea, al sentirse y verse más alma que cuerpo. Esto es vital, ya que nadie puede vivir solo y sin acompañamiento. Bajo esta corona de sabiduría y de voluntades, que injerta la edad, todo se hace más humanitario y más ternura nos inspiran los individuos en particular. La huella de nuestro paso, va a quedar para siempre sobre el camino, a la espera de encauzar la estética sembrada con la ética vertida.


Sin duda, con buena salud y en un entorno propicio, los humanos debemos afrontar la problemática de la longevidad y liberar su potencial. Ellos, nuestros mayores, son un manantial excepcional de experiencias, que hemos de requerirles, para que se sientan activos, puedan participar plenamente y aporten contribuciones esenciales. Comencemos, pues, por cumplir las promesas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para las personas mayores: entre todas las generaciones. ¡Hagámoslo ahora mismo; qué nunca es tarde para unir y reunirse!

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