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La ética de la geopolítica es la ética de cada país. Los peores quisieran que se piense que todos son igual a ellos

España es diferente: la desunión hace la fuerza

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Se afirma que la geopolítica es amoral, e incluso inmoral. Se presenta esta característica como un fatalismo por el cual es imposible que intervengan en ella elementos como la conciencia o la ética. Pero siendo esto cierto, no es una regla de acero. Cualquier definición extrema es siempre inexacta. La necesidad en geopolítica no excluye unos márgenes mínimos de moralidad y de solidaridad, al menos entre aliados. Después de todo, la ética de la geopolítica es la ética de cada país. Los peores quisieran que se piense que todos son igual a ellos.


En lo que llamamos Occidente se evidencian dos círculos concéntricos, uno central, la llamada anglosfera, y otro circundante que lo componen los demás países. Relaciones en régimen de desigualdad que a veces resultan contraproducentes e incluso torpes.


Por ejemplo, las relaciones entre España y el Reino Unido en lo que se refiera a Gibraltar. ¿Tan grandes son los réditos de la ilegalidad inglesa para que no pueda sujetarse a unos mínimos éticos? ¿No pertenecemos a una organización que se presenta como ejemplo universal basado en “reglas”? ¿Qué dicen nuestros aliados? Tampoco ha sido muy leal el asunto de los doce submarinos encargados primero a Francia y después a EE.UU por un monto de 56 mil millones de euros.


Hace poco todos los medios de comunicación se llenaron de aspavientos por el caso Hermosillo-Rubiales (se ha mezclado el huevo con el fuero; no todo es el momento). Sin embargo, no ha levantado los mismos encrespamientos el enésimo caso de conflicto con Gibraltar. El ministro de Asuntos Exteriores, en funciones, Albares, ha trasladado al Reino Unido una “enérgica protesta” por la presencia de buques británicos en las aguas españolas (subrayamos el “en”) en torno a Gibraltar, más los “tres graves incidentes” ocurridos desde julio.


Enérgica protesta. ¿Se sentirán afectados los ingleses, ellos que reconocen que no tienen principios (¿reglas?) sino intereses? Los seguidores de la política realista dirán: ¿y qué se puede hacer? No creemos que Marruecos disponga de más recursos que nosotros, y sin embargo sí sabe qué hacer, sobre todo en política exterior.


¿Qué hacer? Por ejemplo ¿crear un emporio que absorba los puestos de trabajo en Gibraltar con los cuales Inglaterra nos chantajea? Si no podemos nosotros habrá otros que sí puedan. Hace muchas décadas se pensó en crear una administración territorial entre los municipios de Algeciras (primer puerto de España en tráfico total de mercancías y el primero del mar Mediterráneo), San Roque y La Línea, con la finalidad de industrializarla. Algo se hizo, pero insuficiente. ¿Se puede crear un estado cuasi federal y es imposible responder a una necesidad política, ética, laboral, estratégica? No olvidemos que Gibraltar y Ceuta son las puertas del Mediterráneo. ¿No somos fiables para ser cancerberos del estrecho? ¿Occidente se fía más de Marruecos que de nosotros?


No entraremos en los detalles históricos de lo sucedido con el Sáhara español ni hablaremos de las posiciones contrapuestas entre Carrero Blanco --Pedro Cortina y Arias Navarro--José Solís (todos políticos franquistas) las cuales son prueba de que cabían opciones distintas a la de fortalecer a Marruecos. Los ingleses en eso siempre han sido maestros: cuando se iban de un lugar lo dividían en partes. Mejor dos enemigos enfrentados que uno potente.


La cuestión es la de si somos capaces de planificar no ya nuestra política, sino nuestra supervivencia. ¿No podría haber sido el Sáhara una autonomía anticipada a esta ensalada actual aliñada a conveniencia de cada uno? Los yacimientos de fosfato de Bucraa, uno de los más importantes del mundo ¿no eran razón suficiente para que la siesta nacional desperezara?


Yolanda Díaz se ha mostrado sonriente en Bruselas. No obstante, una cosa es la educación y otra el almibaramiento con quienes no ocultan su deseo de desgajar una parte del territorio nacional. Tras la reunión en Bruselas el expresidente catalán ha establecido varias condiciones previas para iniciar la negociación para un nuevo gobierno nacional: reconocer “la legitimidad del independentismo” (¿legitimidad ilegal?), el “abandono de la vía judicial” (¿ley a la carta según qué ciudadanos?), la “amnistía” (ha habido muchas, recuérdese el indulto a Sanjurjo), “un relator” (quizás, últimamente en la política mundial nadie es fiable) que medie y verifique los acuerdos, y el impulso al catalán en la Unión Europea (¿mecanismo ambientador para un futuro en la UE?). Díaz, por su parte, siempre sonriente, ha dicho: “Tenemos que ver Catalunya no como problema sino como una auténtica oportunidad. Como un país diverso, con distintas culturas, maneras de hacer política. Toda esta riqueza nos hace mejores. Creo que sí vamos a tener gobierno progresista en mi país”. La cuestión no es lo que vemos nosotros, sino lo que ven los separatistas catalanes: algunos de ellos hablan en términos raciales.


La cuestión es que ese diseño plurinacionalista ya ha comenzado a crecer y a manifestarse: se comenta en un artículo de opinión en un diario progresista de tirada nacional que sin Andalucía no hay proyecto plurinacional. Leyendo todas estas cosas nos preguntamos: ¿nuestros políticos hablan por voz propia? ¿el plan está previamente estudiado y diseñado? ¿por quién, donde? ¿El pueblo español intervendría previamente en los análisis y decisiones de la cosa? ¿Es él el único sujeto que no requiere (ni participación y referendo? ¿Esa es la soberanía popular?


Viendo las reacciones ante lo del Sáhara, Gibraltar, incluso Canarias, Ceuta y Melilla, ya no estamos seguros de que la integridad territorial sea una de nuestras preocupaciones importantes. Las palabras de la ministra portavoz en funciones, Isabel Rodríguez ("Nadie se cree ya lo de que viene el lobo o que se rompe España. Basta de meter miedo a los españoles") nos han tranquilizado tanto como las de Albares. Sobre todo conociendo la fábula del lobo al que nadie esperaba y que al contrario de lo que la ministra cree, sí vino.


Una duda sobre esta reunión es la de si a Yolanda Díaz no le preocupa el artículo 408 del Código Penal. Aplicar una ley mala es malo; no aplicarla también; pero peor aún es aplicarla según convenga. Esa es la verdadera doctrina mundial de las reglas. ¿Las obligaciones que impone ese artículo no la obligan a abstenerse de determinadas acciones? Se dirá que con alguien hay que negociar. Cierto, esa es la cuestión: no hay soluciones a corto plazo. Y hemos creado una situación en la que no cabe el largo plazo ni nadie quiere hablar de él. Por cierto, las divisiones debilitan, pero con Junts y ERC surten el efecto contrario, refuerzan, por la vía de la competencia entre ellos, la escalada de exigencias.


Sin previo análisis y discusión extraparlamentaria parece que se ha aceptado sin más que en el Congreso se hablen cuatro idiomas (no olvidemos el español). Bajo el argumento del principio de igualdad ¿no podrán recabar igual derecho las demás autonomías? ¿Entraremos en una carrera demagógica sobre este asunto? ¿De hecho pasará el español a ser lengua secundaria que todos conozcan (quizás) y pocos utilicen? Menos mal que queda Hispanoamérica para defender la lengua.

No resaltaremos el asunto de esos periodistas españoles que se sulfuran cuando un político español no habla inglés o en inglés. ¿Dentro de poco todos los políticos españoles habrán de hablar chino, indio? ¿No es una regla lógica y de respeto que el periodista foráneo pregunte en el idioma del país que visita? Hubo políticos que vivieron largos años de exilio en Londres, y cuando regresaron a sus países y les preguntaron en inglés respondieron en un perfecto inglés que no hablaban tal idioma. ¿No era esta una oportuna advertencia soberanista? ¿En Gran Bretaña los periodistas ingleses preguntan a los políticos españoles en español? Cosas que parecen nimias, pero que son como el lenguaje corporal.


Hace poco, Urkullu, lehendakari (PNV), propuso una reinterpretación de la Constitución en pos de una España plurinacional que permita un mayor grado de autogobierno para Euskadi, Cataluña y Galicia (¿ha preguntado a esta última? ¿a quién?). ¿Acaso se ha convertido en propagador, coordinado, portavoz de la periferia? Para la estructuración de su propuesta propone una convención bilateral entre las nacionalidades mencionadas y el Estado (¿3 +1? ¿1 +1, 1+1, 1+1?) con la finalidad de actualizar y renovar el marco territorial. Añade que no sería una solución mágica. ¡Claro! ¿Cómo concebir una solución definitiva que no permita permanentes correcciones (ampliaciones) a cada dificultad del gobierno central? ¿Hasta dónde? ¿Hasta un conjunto de paranaciones (plurinacional)? ¿Es fácil articular así una economía? ¿Invocarían la fórmula de la libre competencia? ¿Habría fronteras fiscales entre nosotros? La lista es inacabable. ¿Hay ya un diseño (paso a paso) confederal ocultado al resto de los españoles? Porque lealtad a ciencia cierta no la hay. En definitiva, viendo el panorama ¿nuestra política interior se transformaría en geopolítica? Nos planteamos la pregunta de siempre: ¿el diseño de una nación es algo que se hace a título personal? ¿Cabe que los territorios se encuentren sin publicidad y con nocturnidad y realicen tal diseño, a espaldas del estado?


El objeto de este trabajo no es entrar en las soluciones a los problemas planteados más arriba. Más quisiéramos tenerlas, pero sí esbozar preocupaciones por asuntos que sospechamos a pocos les importan.


Respecto a Gibraltar, Marruecos, Sáhara, zonas extrapeninsulares españolas, plurinacionalismo, plurilingüismo, guerra, etc. hay que expresar sorpresa por la despreocupación y ausencia de planteamientos, así como por la infundada confianza frente a peligrosas posibilidades futuras. Tenemos la sensación de que en este país el debate abierto se considera más pernicioso que el propio problema a tratar. Se llevan unos cuarenta y cinco años de consenso, pero es evidente que el nuestro no es fortalecedor por la vía de la unión, sino laxo a causa del desinterés, y con tendencias centrífugas abonadas no sabemos por quién.


Desarticulación. Se ha desarticulado el sentido de autoconciencia de las distintas clases (hasta hace poco se decía no existían). Un desclasamiento extremo que sustituye la articulación social por la diferencia entre sexos o géneros. Ya no vivimos siquiera la ficción de que todos somos de clase media (expresión manida que de repente ha desaparecido). Sin esa autoconciencia ¿qué clase de pluralidad van a defender los partidos, por mucho que la invoque la Constitución? Sin esa clasificación ¿qué, a quién representa cada uno? Salvo los nacionalistas, que sí poseen una potente idea cohesionadora, la derecha es la continuidad (de esto mismo) y la izquierda una supuesta transversalidad que se ha quedado sin modelo estatal, salvo en lo territorial. Si los partidos no articulan ese pluralismo ¿cómo se va instrumentar la voluntad popular? ¿Cómo la nación va a manifestar su descontento, sus aspiraciones, los ritmos que desean? Por otra parte, la obligación constitucional de promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y grupos sean reales y efectivas no atraviesa sus mejores momentos. No hablemos de la libertad informativa.


El Centro por el Pluralismo y la Libertad de los Medios de la Universidad Europea de Florencia, financiado por la UE advierte sobre el deterioro de la libertad y del pluralismo de los medios. Señala que existe "un alarmante nivel de riesgo para el pluralismo de los medios en todos los países”.

Frente a estos déficits ¿cree el país que fortalecer el separatismo lo debilitará? Al separatismo sólo lo debilitará la ejemplaridad, pero en nuestra política no hay noción práctica de este término. ¿Cree que las demás regiones no se sentirán agraviadas y pretenderán de nuevo café para todos? Y después, ¿coñac para todos? Estas tres Españas (la nación estado o central, las naciones de nacionalidades y las naciones de regiones, según distinción de la propia Constitución) ¿cómo se articularán entre sí en un marco de mayores atribuciones periféricas (y de mayor debilidad central)? Sentadas a la mesa con el estado ¿se considerarán en un mismo nivel o incluso se sentirán superiores por causa de su cantidad y su convicción de que poseen un proyecto viable? ¿Las nacionalidades no estimularán el deseo de las regiones? ¿Hay por ahí algún escudo nacional que diga que la desunión hace la fuerza? Los separatismos de fuera ¿no nos han ilustrado suficientemente? ¿No ha sido evidente la capacidad que tienen para ser absorbidos? ¿No se encamina todo esto a ese gobierno mundial con estados débiles, diezmados? Prácticamente divididos en cuatro o cinco entes, con sus capacidades centrífugas fortalecidas ¿podremos pretender recuperar algún día los Gibraltares que son?


La cuestión es que se articula lo mayor (el diseño territorial del estado y todo lo que se deriva de ello, la pérdida de peso frente al exterior, la cuestión idiomática) para servir a lo menor (la constitución de un gobierno pasajero). Somos como un avión cargando un pesado circo en cada ala. Y no se ve una capacidad planificadora que evite un progresivo debilitamiento de la nación. Las nacionalidades menores, por el contrario, sí que la tienen respecto a sus proyectos; además con suficiente paciencia, constancia y planificación.


Los proyectos a medio o largo plazo están vedados para España. Esta mentalidad improvisadora anatematiza cualquier medida que suene a planificación (todo el mundo planifica, aunque lo niegue). Que los españoles antepongan lo general a lo particular fortalece la dispersión y l separación. Ese pretendido “empoderamiento” que embarga a tantos españoles y que sirve no para superar frustraciones particulares sino para ocultar fracasos colectivos, nos tiene paralizados en una especie de Ínsula Barataria (para los escépticos, de algo sirve el Quijote). Séneca decía que “para un hombre que no sabe a qué puerto se dirige, ni un solo viento le será favorable” (para los escépticos, de algo sirven los clásicos). ¿Sabemos como colectividad cuáles son los vientos, cuáles los mares, cuál el puerto, cuál la carta de navegación, quiénes los marinos y capitanes, cuál su escuela de navegación, cuáles los Leviatanes? ¿O somos un barquito de juguete en un estanque ajeno?


Se equivocaran quienes analicen estas cuestiones desde una perspectiva exclusivamente actual. Su obligación es imaginar escenarios futuros diferentes, incluso peores. Los presagios, no sólo para España sino también para Europa, comienzan a ser malos. Y es indudable que nos afectarán con mayor virulencia separados que unidos. Es evidente que España está en una posición estratégica en el orden de las ideas desfavorable. Si se mira bien, tenemos pocos aliados verdaderos: ni ingleses, ni franceses, ni marroquíes, ni norteamericanos, ni argelinos (en lo comercial), ni italianos; acaso portugueses, pero en una relación tibia y condicionada. Desde Aljubarrota los portugueses son adláteres de los ingleses (a pesar del Ultimátum británico de 1890 o la desatención en la Anexión de Goa en 1961). Esta es otra: ¿por qué portugueses y españoles no podrían afinar sus cualidades y cribar sus defectos para crear una confederación (en este caso sí, en cuanto partimos de una base separada), lo cual potenciaría la idea iberoamericana? 


Por cierto, nadie se sulfura porque no hablemos suficiente portugués. En 2050 habrá 400 millones de lusoparlantes, sobre todo gracias a África continente fundamental. Pero, siguiendo al espíritu de la ministra, es innecesario. Y por favor, no nos alarmen, que lo estamos pasando muy bien.

España es diferente: la desunión hace la fuerza

La ética de la geopolítica es la ética de cada país. Los peores quisieran que se piense que todos son igual a ellos
Luis Méndez Viñolas
lunes, 11 de septiembre de 2023, 10:17 h (CET)

Se afirma que la geopolítica es amoral, e incluso inmoral. Se presenta esta característica como un fatalismo por el cual es imposible que intervengan en ella elementos como la conciencia o la ética. Pero siendo esto cierto, no es una regla de acero. Cualquier definición extrema es siempre inexacta. La necesidad en geopolítica no excluye unos márgenes mínimos de moralidad y de solidaridad, al menos entre aliados. Después de todo, la ética de la geopolítica es la ética de cada país. Los peores quisieran que se piense que todos son igual a ellos.


En lo que llamamos Occidente se evidencian dos círculos concéntricos, uno central, la llamada anglosfera, y otro circundante que lo componen los demás países. Relaciones en régimen de desigualdad que a veces resultan contraproducentes e incluso torpes.


Por ejemplo, las relaciones entre España y el Reino Unido en lo que se refiera a Gibraltar. ¿Tan grandes son los réditos de la ilegalidad inglesa para que no pueda sujetarse a unos mínimos éticos? ¿No pertenecemos a una organización que se presenta como ejemplo universal basado en “reglas”? ¿Qué dicen nuestros aliados? Tampoco ha sido muy leal el asunto de los doce submarinos encargados primero a Francia y después a EE.UU por un monto de 56 mil millones de euros.


Hace poco todos los medios de comunicación se llenaron de aspavientos por el caso Hermosillo-Rubiales (se ha mezclado el huevo con el fuero; no todo es el momento). Sin embargo, no ha levantado los mismos encrespamientos el enésimo caso de conflicto con Gibraltar. El ministro de Asuntos Exteriores, en funciones, Albares, ha trasladado al Reino Unido una “enérgica protesta” por la presencia de buques británicos en las aguas españolas (subrayamos el “en”) en torno a Gibraltar, más los “tres graves incidentes” ocurridos desde julio.


Enérgica protesta. ¿Se sentirán afectados los ingleses, ellos que reconocen que no tienen principios (¿reglas?) sino intereses? Los seguidores de la política realista dirán: ¿y qué se puede hacer? No creemos que Marruecos disponga de más recursos que nosotros, y sin embargo sí sabe qué hacer, sobre todo en política exterior.


¿Qué hacer? Por ejemplo ¿crear un emporio que absorba los puestos de trabajo en Gibraltar con los cuales Inglaterra nos chantajea? Si no podemos nosotros habrá otros que sí puedan. Hace muchas décadas se pensó en crear una administración territorial entre los municipios de Algeciras (primer puerto de España en tráfico total de mercancías y el primero del mar Mediterráneo), San Roque y La Línea, con la finalidad de industrializarla. Algo se hizo, pero insuficiente. ¿Se puede crear un estado cuasi federal y es imposible responder a una necesidad política, ética, laboral, estratégica? No olvidemos que Gibraltar y Ceuta son las puertas del Mediterráneo. ¿No somos fiables para ser cancerberos del estrecho? ¿Occidente se fía más de Marruecos que de nosotros?


No entraremos en los detalles históricos de lo sucedido con el Sáhara español ni hablaremos de las posiciones contrapuestas entre Carrero Blanco --Pedro Cortina y Arias Navarro--José Solís (todos políticos franquistas) las cuales son prueba de que cabían opciones distintas a la de fortalecer a Marruecos. Los ingleses en eso siempre han sido maestros: cuando se iban de un lugar lo dividían en partes. Mejor dos enemigos enfrentados que uno potente.


La cuestión es la de si somos capaces de planificar no ya nuestra política, sino nuestra supervivencia. ¿No podría haber sido el Sáhara una autonomía anticipada a esta ensalada actual aliñada a conveniencia de cada uno? Los yacimientos de fosfato de Bucraa, uno de los más importantes del mundo ¿no eran razón suficiente para que la siesta nacional desperezara?


Yolanda Díaz se ha mostrado sonriente en Bruselas. No obstante, una cosa es la educación y otra el almibaramiento con quienes no ocultan su deseo de desgajar una parte del territorio nacional. Tras la reunión en Bruselas el expresidente catalán ha establecido varias condiciones previas para iniciar la negociación para un nuevo gobierno nacional: reconocer “la legitimidad del independentismo” (¿legitimidad ilegal?), el “abandono de la vía judicial” (¿ley a la carta según qué ciudadanos?), la “amnistía” (ha habido muchas, recuérdese el indulto a Sanjurjo), “un relator” (quizás, últimamente en la política mundial nadie es fiable) que medie y verifique los acuerdos, y el impulso al catalán en la Unión Europea (¿mecanismo ambientador para un futuro en la UE?). Díaz, por su parte, siempre sonriente, ha dicho: “Tenemos que ver Catalunya no como problema sino como una auténtica oportunidad. Como un país diverso, con distintas culturas, maneras de hacer política. Toda esta riqueza nos hace mejores. Creo que sí vamos a tener gobierno progresista en mi país”. La cuestión no es lo que vemos nosotros, sino lo que ven los separatistas catalanes: algunos de ellos hablan en términos raciales.


La cuestión es que ese diseño plurinacionalista ya ha comenzado a crecer y a manifestarse: se comenta en un artículo de opinión en un diario progresista de tirada nacional que sin Andalucía no hay proyecto plurinacional. Leyendo todas estas cosas nos preguntamos: ¿nuestros políticos hablan por voz propia? ¿el plan está previamente estudiado y diseñado? ¿por quién, donde? ¿El pueblo español intervendría previamente en los análisis y decisiones de la cosa? ¿Es él el único sujeto que no requiere (ni participación y referendo? ¿Esa es la soberanía popular?


Viendo las reacciones ante lo del Sáhara, Gibraltar, incluso Canarias, Ceuta y Melilla, ya no estamos seguros de que la integridad territorial sea una de nuestras preocupaciones importantes. Las palabras de la ministra portavoz en funciones, Isabel Rodríguez ("Nadie se cree ya lo de que viene el lobo o que se rompe España. Basta de meter miedo a los españoles") nos han tranquilizado tanto como las de Albares. Sobre todo conociendo la fábula del lobo al que nadie esperaba y que al contrario de lo que la ministra cree, sí vino.


Una duda sobre esta reunión es la de si a Yolanda Díaz no le preocupa el artículo 408 del Código Penal. Aplicar una ley mala es malo; no aplicarla también; pero peor aún es aplicarla según convenga. Esa es la verdadera doctrina mundial de las reglas. ¿Las obligaciones que impone ese artículo no la obligan a abstenerse de determinadas acciones? Se dirá que con alguien hay que negociar. Cierto, esa es la cuestión: no hay soluciones a corto plazo. Y hemos creado una situación en la que no cabe el largo plazo ni nadie quiere hablar de él. Por cierto, las divisiones debilitan, pero con Junts y ERC surten el efecto contrario, refuerzan, por la vía de la competencia entre ellos, la escalada de exigencias.


Sin previo análisis y discusión extraparlamentaria parece que se ha aceptado sin más que en el Congreso se hablen cuatro idiomas (no olvidemos el español). Bajo el argumento del principio de igualdad ¿no podrán recabar igual derecho las demás autonomías? ¿Entraremos en una carrera demagógica sobre este asunto? ¿De hecho pasará el español a ser lengua secundaria que todos conozcan (quizás) y pocos utilicen? Menos mal que queda Hispanoamérica para defender la lengua.

No resaltaremos el asunto de esos periodistas españoles que se sulfuran cuando un político español no habla inglés o en inglés. ¿Dentro de poco todos los políticos españoles habrán de hablar chino, indio? ¿No es una regla lógica y de respeto que el periodista foráneo pregunte en el idioma del país que visita? Hubo políticos que vivieron largos años de exilio en Londres, y cuando regresaron a sus países y les preguntaron en inglés respondieron en un perfecto inglés que no hablaban tal idioma. ¿No era esta una oportuna advertencia soberanista? ¿En Gran Bretaña los periodistas ingleses preguntan a los políticos españoles en español? Cosas que parecen nimias, pero que son como el lenguaje corporal.


Hace poco, Urkullu, lehendakari (PNV), propuso una reinterpretación de la Constitución en pos de una España plurinacional que permita un mayor grado de autogobierno para Euskadi, Cataluña y Galicia (¿ha preguntado a esta última? ¿a quién?). ¿Acaso se ha convertido en propagador, coordinado, portavoz de la periferia? Para la estructuración de su propuesta propone una convención bilateral entre las nacionalidades mencionadas y el Estado (¿3 +1? ¿1 +1, 1+1, 1+1?) con la finalidad de actualizar y renovar el marco territorial. Añade que no sería una solución mágica. ¡Claro! ¿Cómo concebir una solución definitiva que no permita permanentes correcciones (ampliaciones) a cada dificultad del gobierno central? ¿Hasta dónde? ¿Hasta un conjunto de paranaciones (plurinacional)? ¿Es fácil articular así una economía? ¿Invocarían la fórmula de la libre competencia? ¿Habría fronteras fiscales entre nosotros? La lista es inacabable. ¿Hay ya un diseño (paso a paso) confederal ocultado al resto de los españoles? Porque lealtad a ciencia cierta no la hay. En definitiva, viendo el panorama ¿nuestra política interior se transformaría en geopolítica? Nos planteamos la pregunta de siempre: ¿el diseño de una nación es algo que se hace a título personal? ¿Cabe que los territorios se encuentren sin publicidad y con nocturnidad y realicen tal diseño, a espaldas del estado?


El objeto de este trabajo no es entrar en las soluciones a los problemas planteados más arriba. Más quisiéramos tenerlas, pero sí esbozar preocupaciones por asuntos que sospechamos a pocos les importan.


Respecto a Gibraltar, Marruecos, Sáhara, zonas extrapeninsulares españolas, plurinacionalismo, plurilingüismo, guerra, etc. hay que expresar sorpresa por la despreocupación y ausencia de planteamientos, así como por la infundada confianza frente a peligrosas posibilidades futuras. Tenemos la sensación de que en este país el debate abierto se considera más pernicioso que el propio problema a tratar. Se llevan unos cuarenta y cinco años de consenso, pero es evidente que el nuestro no es fortalecedor por la vía de la unión, sino laxo a causa del desinterés, y con tendencias centrífugas abonadas no sabemos por quién.


Desarticulación. Se ha desarticulado el sentido de autoconciencia de las distintas clases (hasta hace poco se decía no existían). Un desclasamiento extremo que sustituye la articulación social por la diferencia entre sexos o géneros. Ya no vivimos siquiera la ficción de que todos somos de clase media (expresión manida que de repente ha desaparecido). Sin esa autoconciencia ¿qué clase de pluralidad van a defender los partidos, por mucho que la invoque la Constitución? Sin esa clasificación ¿qué, a quién representa cada uno? Salvo los nacionalistas, que sí poseen una potente idea cohesionadora, la derecha es la continuidad (de esto mismo) y la izquierda una supuesta transversalidad que se ha quedado sin modelo estatal, salvo en lo territorial. Si los partidos no articulan ese pluralismo ¿cómo se va instrumentar la voluntad popular? ¿Cómo la nación va a manifestar su descontento, sus aspiraciones, los ritmos que desean? Por otra parte, la obligación constitucional de promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y grupos sean reales y efectivas no atraviesa sus mejores momentos. No hablemos de la libertad informativa.


El Centro por el Pluralismo y la Libertad de los Medios de la Universidad Europea de Florencia, financiado por la UE advierte sobre el deterioro de la libertad y del pluralismo de los medios. Señala que existe "un alarmante nivel de riesgo para el pluralismo de los medios en todos los países”.

Frente a estos déficits ¿cree el país que fortalecer el separatismo lo debilitará? Al separatismo sólo lo debilitará la ejemplaridad, pero en nuestra política no hay noción práctica de este término. ¿Cree que las demás regiones no se sentirán agraviadas y pretenderán de nuevo café para todos? Y después, ¿coñac para todos? Estas tres Españas (la nación estado o central, las naciones de nacionalidades y las naciones de regiones, según distinción de la propia Constitución) ¿cómo se articularán entre sí en un marco de mayores atribuciones periféricas (y de mayor debilidad central)? Sentadas a la mesa con el estado ¿se considerarán en un mismo nivel o incluso se sentirán superiores por causa de su cantidad y su convicción de que poseen un proyecto viable? ¿Las nacionalidades no estimularán el deseo de las regiones? ¿Hay por ahí algún escudo nacional que diga que la desunión hace la fuerza? Los separatismos de fuera ¿no nos han ilustrado suficientemente? ¿No ha sido evidente la capacidad que tienen para ser absorbidos? ¿No se encamina todo esto a ese gobierno mundial con estados débiles, diezmados? Prácticamente divididos en cuatro o cinco entes, con sus capacidades centrífugas fortalecidas ¿podremos pretender recuperar algún día los Gibraltares que son?


La cuestión es que se articula lo mayor (el diseño territorial del estado y todo lo que se deriva de ello, la pérdida de peso frente al exterior, la cuestión idiomática) para servir a lo menor (la constitución de un gobierno pasajero). Somos como un avión cargando un pesado circo en cada ala. Y no se ve una capacidad planificadora que evite un progresivo debilitamiento de la nación. Las nacionalidades menores, por el contrario, sí que la tienen respecto a sus proyectos; además con suficiente paciencia, constancia y planificación.


Los proyectos a medio o largo plazo están vedados para España. Esta mentalidad improvisadora anatematiza cualquier medida que suene a planificación (todo el mundo planifica, aunque lo niegue). Que los españoles antepongan lo general a lo particular fortalece la dispersión y l separación. Ese pretendido “empoderamiento” que embarga a tantos españoles y que sirve no para superar frustraciones particulares sino para ocultar fracasos colectivos, nos tiene paralizados en una especie de Ínsula Barataria (para los escépticos, de algo sirve el Quijote). Séneca decía que “para un hombre que no sabe a qué puerto se dirige, ni un solo viento le será favorable” (para los escépticos, de algo sirven los clásicos). ¿Sabemos como colectividad cuáles son los vientos, cuáles los mares, cuál el puerto, cuál la carta de navegación, quiénes los marinos y capitanes, cuál su escuela de navegación, cuáles los Leviatanes? ¿O somos un barquito de juguete en un estanque ajeno?


Se equivocaran quienes analicen estas cuestiones desde una perspectiva exclusivamente actual. Su obligación es imaginar escenarios futuros diferentes, incluso peores. Los presagios, no sólo para España sino también para Europa, comienzan a ser malos. Y es indudable que nos afectarán con mayor virulencia separados que unidos. Es evidente que España está en una posición estratégica en el orden de las ideas desfavorable. Si se mira bien, tenemos pocos aliados verdaderos: ni ingleses, ni franceses, ni marroquíes, ni norteamericanos, ni argelinos (en lo comercial), ni italianos; acaso portugueses, pero en una relación tibia y condicionada. Desde Aljubarrota los portugueses son adláteres de los ingleses (a pesar del Ultimátum británico de 1890 o la desatención en la Anexión de Goa en 1961). Esta es otra: ¿por qué portugueses y españoles no podrían afinar sus cualidades y cribar sus defectos para crear una confederación (en este caso sí, en cuanto partimos de una base separada), lo cual potenciaría la idea iberoamericana? 


Por cierto, nadie se sulfura porque no hablemos suficiente portugués. En 2050 habrá 400 millones de lusoparlantes, sobre todo gracias a África continente fundamental. Pero, siguiendo al espíritu de la ministra, es innecesario. Y por favor, no nos alarmen, que lo estamos pasando muy bien.

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