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​Hostilidad y enemistad en la política

Existe hoy una manifiesta incapacidad para convivir con el desacuerdo
Jorge Hernández Mollar
sábado, 24 de junio de 2023, 12:34 h (CET)

Si algo está caracterizando a esta nueva generación política es su escasa inclinación al diálogo y al entendimiento no ya con el oponente, sino con los propios afines o próximos. Todo es puro tacticismo que se reduce a decisiones cortoplacistas para alcanzar objetivos inmediatos y con un horizonte limitado y aldeano.


Después de cinco años enfrentados a una pandemia, a una larga crisis económica y a una revolución ideológica sin precedentes, nuestra democracia se ve zarandeada por una vertiginosa ola de enfrentamientos y desafecciones personales que auguran un futuro peligrosamente belicoso.


En España, por ejemplo, estamos asistiendo a un espectáculo electoral inédito. Debates sobre cómo y con quien hay que hacer los debates; un tsunami de entrevistas preparadas, pactadas y artificiosas; unos personalismos que marginan los verdaderos problemas que hoy acucian a los ciudadanos y una actitud hostil y malhumorada entre los candidatos que transmiten al electorado un total desinterés y aburrimiento por la política.


Tal parece que en nuestra sociedad, al menos en el ámbito político, existe hoy una manifiesta incapacidad para convivir con el desacuerdo. Nos hemos infectado del virus de la incomprensión e incontinencia verbal sin dar tiempo a la reflexión y a la calma en la toma de decisiones de largo alcance. Buena prueba de ello es la polvareda levantada por María Guardiola, candidata del PP a presidir el gobierno de Extremadura. Me ha recordado a un famoso actor de los años 50, James Dean, que en la película “Rebelde sin causa" encarnaba a un joven desafiante y desobediente con sus padres. Si los jóvenes son díscolos y revoltosos, los padres están obligados a intervenir y restablecer la paz. Al menos es lo que experimenté en mi vida familiar y política. Como bien señala el profesor Andrés Ollero: “En una democracia no se puede mandar a nadie a las catacumbas. Un asunto distinto es que alguno se encuentre más cómodo en ellas…”


Hemos atravesado cinco años de grandes dificultades. Desde una pandemia que nos ha distanciado físicamente y que ha dejado una rémora en las relaciones interpersonales hasta una perniciosa revolución ideológica que está socavando los cimientos más básicos de una sociedad, como son la educación, la familia, la solidaridad e igualdad interregional o la solidez de nuestro Estado constitucional y de derecho.


Nada de esto parece estar hoy en la agenda de las disputas políticas que toda campaña electoral exige. Por el contrario se está frivolizando y confundiendo con el sexo, el género y la revolución cultural e ideológica para marcar fronteras o líneas rojas de pensamiento dentro y fuera de los partidos. Una perversión intelectual que nos distancia de los liderazgos que demuestran inmadurez y escasa formación sobre cuestiones tan relacionadas con la intimidad y la conciencia moral y ética de las personas y que también influyen a la hora de depositar el voto… 

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Atravesamos tiempos extraños. El progreso tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso, pero el alma del mundo parece agotada. Se habla de inteligencia artificial, de exploración espacial, de nuevas formas de energía, pero cada día mueren miles de personas por causas evitables, y la Tierra, nuestro único hogar, está al borde del colapso. En medio de esta contradicción brutal, muchos nos hacemos la misma pregunta, ¿qué futuro les dejamos a nuestros hijos?

A lo largo de mi infancia viví en una calle malagueña con ciertas pretensiones de vía principal. Por la parte de atrás, lindaba con la zona más típica del Perchel repleta de corralones. El lenguaje que provenía de sus dimes y diretes habituales era de lo más “florido y versallesco”.

Tenemos que hablar. Cuando uno crece en familia, la charla sobre sexo es uno de esos rituales de paso por el que se ha de transitar, primero como hijos y, después, cuando se madura y se avanza hacia el otro lado del espejo, como padres, actualizando la fórmula y haciéndola más llevadera. Siempre es un momento incómodo, pero esencial para mostrar la realidad a la que se enfrentan durante la adolescencia y, en consecuencia, el resto de su vida.

 
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