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Hoy, hay “venirse abajo” merecedores de todos los respetos, por ser sencillamente una manifestación y bien patente, por cierto, de los límites de la naturaleza humana: el provocado por el pesar de una madre después de parto muy difícil, o ante la enfermedad de un hijo; el nacido del dolor de un hombre después de la muerte de su madre; el que sufre cualquier ser humano que tenga que soportar una larga temporada en paro forzoso. También son corrientes los venirse abajo de algunas personas en torno a la jubilación; o los que suelen acompañar casi por igual a hombres y a mujeres, en los cambios profundos de perspectiva vital en torno a los cuarenta-cincuenta años.
Y no digamos el venirse abajo después de cometer un pecado grave desobedeciendo la palabra de Cristo, y dando entrada en el ánimo a las insidias del diablo, que nos invitan a dudar del perdón de Dios. En estos casos me gusta aplicar unas palabras de Benedicto XVI: “La conciencia moderna —y todos, de algún modo, somos "modernos"— por lo general no reconoce el hecho de que somos deudores ante Dios y que el pecado es una realidad que sólo se supera por iniciativa de Dios. Este debilitamiento del tema de la justificación y del perdón de los pecados, en último término, es resultado de un debilitamiento de nuestra relación con Dios”. (Ratisbona, homilía, 12-IX-2006). Y las aplico, porque en no pocas ocasiones he podido dar gracias a Dios al ver el levantarse de no pocas personas, después de una honda y serena Confesión.
No es difícil encontrar casos de venirse abajo en los que los motivos son bastante más fútiles: un simple disgustillo de esos que nos acompañan todos los días; un suspenso en un examen -también el que sirve para obtener el carnet de conducir-; y hasta el verse obligado a esperar el autobús algunos minutos más de lo previsto. La fragilidad humana es riquísima y variadísima. El único camino práctico para no continuar la infinita cadena del venirse abajo, es reconocer esa fragilidad, sonreír, y agradecérsela a Dios.
Inteligencia artificial: se trata de un sintagma en boga, aunque no se advierte unanimidad respecto a su denominación en lo que se refiere al núcleo sustantivo del mismo. Es el caso de Erik J. Larson, para quien “desde Alan Turing, los entusiastas de la inteligencia artificial han caído en el profundo error de equipararla con la inteligencia humana...".
En cualquier actividad profesional se realizan acciones directas de su incumbencia y se derivan gran cantidad de conductas por aproximación; unas y otras, con innumerables efectos derivados, cuya valoración acabará siendo desigual. El comentario de hoy parte de las apreciaciones en torno a una obra de Knut Hamsun, Redactor Lynge. Disfrutando primero de su relectura, a pesar del tiempo transcurrido desde su edición; no deja de aportarnos cuajados matices.
El pasado martes pudimos asistir durante el programa “El hormiguero” de Antena 3 a una experiencia sociológica bastante enriquecedora. En dicho espacio en algunas ocasiones se realizan experiencias con cámara oculta muy interesantes. Normalmente enfrentan a distintas generaciones, solicitándoles opiniones y reacciones ante un tema concreto.
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