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Merecedores de todos los respetos

Pedro García, Gerona
Lectores
jueves, 20 de abril de 2023, 08:43 h (CET)

Hoy, hay “venirse abajo” merecedores de todos los respetos, por ser sencillamente una manifestación y bien patente, por cierto, de los límites de la naturaleza humana: el provocado por el pesar de una madre después de parto muy difícil, o ante la enfermedad de un hijo; el nacido del dolor de un hombre después de la muerte de su madre; el que sufre cualquier ser humano que tenga que soportar una larga temporada en paro forzoso. También son corrientes los venirse abajo de algunas personas en torno a la jubilación; o los que suelen acompañar casi por igual a hombres y a mujeres, en los cambios profundos de perspectiva vital en torno a los cuarenta-cincuenta años.


Y no digamos el venirse abajo después de cometer un pecado grave desobedeciendo la palabra de Cristo, y dando entrada en el ánimo a las insidias del diablo, que nos invitan a dudar del perdón de Dios. En estos casos me gusta aplicar unas palabras de Benedicto XVI: “La conciencia moderna —y todos, de algún modo, somos "modernos"— por lo general no reconoce el hecho de que somos deudores ante Dios y que el pecado es una realidad que sólo se supera por iniciativa de Dios. Este debilitamiento del tema de la justificación y del perdón de los pecados, en último término, es resultado de un debilitamiento de nuestra relación con Dios”. (Ratisbona, homilía, 12-IX-2006). Y las aplico, porque en no pocas ocasiones he podido dar gracias a Dios al ver el levantarse de no pocas personas, después de una honda y serena Confesión.


No es difícil encontrar casos de venirse abajo en los que los motivos son bastante más fútiles: un simple disgustillo de esos que nos acompañan todos los días; un suspenso en un examen -también el que sirve para obtener el carnet de conducir-; y hasta el verse obligado a esperar el autobús algunos minutos más de lo previsto. La fragilidad humana es riquísima y variadísima. El único camino práctico para no continuar la infinita cadena del venirse abajo, es reconocer esa fragilidad, sonreír, y agradecérsela a Dios.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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