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Opinión
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Una sociedad que…

Jesús D Mez Madrid, Gerona
Lectores
jueves, 13 de abril de 2023, 08:53 h (CET)

Una sociedad que admite y otorga carta de naturaleza a una ley del aborto y parece conformarse con el hecho de acabar con vidas inocentes y pone el acento de sus tímidas objeciones, en el hecho de que una niña pueda abortar sin que sus padres lo sepan, es una sociedad adormecida y manipulada.


Una sociedad que en aras de una igualdad que a las primeras que perjudica es a las mujeres, acepta que un ser humano, para ocupar un puesto en la política o en la empresa, sea valorado de “cintura para abajo” en vez de serlo de “cuello para arriba”, con lo que se estima más la condición sexual que la inteligencia, es una sociedad que degrada a las mujeres y la verdadera lucha por la igualdad.


Una sociedad que rechaza clamorosamente la corrupción económica de los políticos, mientras pasa de largo ante la educación que reciben las nuevas generaciones en la escuela y en la universidad y tolera planes de estudio sesgados y adoctrinadores, es una sociedad condenada al fracaso colectivo.


Una sociedad que elige una y otra vez para que la representen a quienes legislan a golpe de ucase aspectos fiscales y recaudatorios que perjudican a los pequeños comerciantes y permiten la persecución de grandes empresas que crean riqueza y puestos de trabajo, es una sociedad abocada al empobrecimiento.


Una sociedad que ve con buenos ojos una política de subvenciones, mientras que asiente en silencio a la denigración del esfuerzo y del trabajo de los ciudadanos, es una sociedad en vías de disolución como colectivo próspero.


Una sociedad que discute sobre los métodos más eficaces para acabar con la vida de los ancianos o de los enfermos terminales, en vez de rechazar abiertamente la eutanasia e incrementar los llamados cuidados paliativos en todos los casos necesarios, es una sociedad con su futuro destruido.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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