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Antonio Carrasco Santana

La didáctica

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Me cuenta un amigo, profesor de universidad, con cierta desazón, que en las llamadas ciencias humanas (nunca he entendido esta expresión; quizá es que la biología o la medicina sean ciencias inhumanas o, a lo mejor, deshumanizadas, ¿quién sabe?) hay una tendencia creciente a imponer las didácticas de en detrimento de las matemáticas, la lengua, la biología, etc. 


Según el DRAE, la didáctica “tiene como finalidad fundamental enseñar o instruir” o se trata del “arte de enseñar” (se sobreentiende que algo). Si he comprendido bien, se trata de una pedagogía aplicada, y, en consecuencia, de una herramienta adecuada, un conjunto de procedimientos y estrategias para transferir de la mejor forma posible el conocimiento, una tecnología de la educación.


Como es sabido, la diferencia esencial entre ciencia y tecnología es que la primera emplea métodos racionales, objetivos y deductivos de formular teorías que den respuesta a las causas de los fenómenos que nos rodean, con objeto de obtener información veraz; mientras que la tecnología aplica patrones empiristas inductivos para el aprovechamiento material del conocimiento que le aporta la ciencia. Luego, es fácil comprender que aquélla no tendría ningún sentido sin ésta; es decir, sería descabellado fabricar bombillas si alguien no hubiera estudiado y descrito los electrones, los protones y su relación. Pues bien, según me señala mi amigo (que merece toda mi confianza), parece que, ahora, lo que prima es enseñar a enseñar cómo hacer algo sin conocer apenas, o nada, ese algo; es decir, abrir una fábrica de bombillas sin haber descubierto y estudiado la electricidad. 


El descrédito del conocimiento en España no es nuevo, desde luego; y, por tanto, la formación basada en la adquisición del conocimiento (tan preconstitucional) viene siendo denostada desde hace tiempo (ya se sabe: la memorización, la reflexión, la redacción, el debate, la síntesis, el esfuerzo, la lectura, la precisión verbal, la crítica…, un rollo con todas las letras). Lo que se lleva (y se evalúa) es la competencia: la digital, la transversal, la instrumental, la de perspectiva de género, la de aprender a aprender, la cívica, etc., y, además, la comunicativa, que, al parecer, al contrario de lo que yo pensaba, me dice mi amigo, consiste en ser capaz de exponer algo como si pareciera que se sabe de ello y convencer al otro de que se le ha transmitido un conocimiento. 


No soy de los que cree que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor; pero estarán conmigo en que el complejo de superioridad, el corporativismo y el dogmatismo acaban destruyendo todo lo que tocan. Y, en materia de educación, no parece que estemos en el mejor de los momentos.

La didáctica

Antonio Carrasco Santana
Lectores
martes, 28 de marzo de 2023, 08:43 h (CET)

Me cuenta un amigo, profesor de universidad, con cierta desazón, que en las llamadas ciencias humanas (nunca he entendido esta expresión; quizá es que la biología o la medicina sean ciencias inhumanas o, a lo mejor, deshumanizadas, ¿quién sabe?) hay una tendencia creciente a imponer las didácticas de en detrimento de las matemáticas, la lengua, la biología, etc. 


Según el DRAE, la didáctica “tiene como finalidad fundamental enseñar o instruir” o se trata del “arte de enseñar” (se sobreentiende que algo). Si he comprendido bien, se trata de una pedagogía aplicada, y, en consecuencia, de una herramienta adecuada, un conjunto de procedimientos y estrategias para transferir de la mejor forma posible el conocimiento, una tecnología de la educación.


Como es sabido, la diferencia esencial entre ciencia y tecnología es que la primera emplea métodos racionales, objetivos y deductivos de formular teorías que den respuesta a las causas de los fenómenos que nos rodean, con objeto de obtener información veraz; mientras que la tecnología aplica patrones empiristas inductivos para el aprovechamiento material del conocimiento que le aporta la ciencia. Luego, es fácil comprender que aquélla no tendría ningún sentido sin ésta; es decir, sería descabellado fabricar bombillas si alguien no hubiera estudiado y descrito los electrones, los protones y su relación. Pues bien, según me señala mi amigo (que merece toda mi confianza), parece que, ahora, lo que prima es enseñar a enseñar cómo hacer algo sin conocer apenas, o nada, ese algo; es decir, abrir una fábrica de bombillas sin haber descubierto y estudiado la electricidad. 


El descrédito del conocimiento en España no es nuevo, desde luego; y, por tanto, la formación basada en la adquisición del conocimiento (tan preconstitucional) viene siendo denostada desde hace tiempo (ya se sabe: la memorización, la reflexión, la redacción, el debate, la síntesis, el esfuerzo, la lectura, la precisión verbal, la crítica…, un rollo con todas las letras). Lo que se lleva (y se evalúa) es la competencia: la digital, la transversal, la instrumental, la de perspectiva de género, la de aprender a aprender, la cívica, etc., y, además, la comunicativa, que, al parecer, al contrario de lo que yo pensaba, me dice mi amigo, consiste en ser capaz de exponer algo como si pareciera que se sabe de ello y convencer al otro de que se le ha transmitido un conocimiento. 


No soy de los que cree que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor; pero estarán conmigo en que el complejo de superioridad, el corporativismo y el dogmatismo acaban destruyendo todo lo que tocan. Y, en materia de educación, no parece que estemos en el mejor de los momentos.

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