Salir a la calle es un poema: siempre sales con un fin, pero nunca marchas de igual forma. Antes de traspasar el umbral de la puerta, en tu mente has tenido que urdir un plan. En mi caso, cuando me ausento de mi hogar, mi intención es cazar de paso la inspiración para escribir: bien una poesía (caza menor), o una historia (caza mayor).
Si es caza menor, siempre cojo las armas necesarias, dispuestas en la canana para abatir la presa: una libreta, un boli y la escopeta de la consciencia cargada con munición, calibre fino. Si parto con la pretensión de derribar caza mayor, voy con todos mis sentidos en prevengan. Aquí te la juegas, por lo tanto: dedo apoyado siempre en el seguro, paso sigiloso, bala en la recamara, machete en el cinto, mirada escrutadora, mira telescópica, dientes apretados, nervios de acero... En fin, la verdad es que voy como Robert Redfor en “Las aventuras de Jeremiah Johnson”.
El que se echa al monte para vivir al filo, ha de tener muy claro donde se mete: ha de poseer un férreo control de sí mismo, una buena preparación física, saber técnicas de supervivencia y una fortaleza mental sobresaliente. Además, una vez se ha cobrado el botín y dejado macerar, con el machete se ha de luchar con la pieza a brazo partido para destriparlo y aún así, en ocasiones vas salpicado de vísceras sanguinolentas... En fin, vivir de la caza y pesca de la prosa poetica, es un camino excitante, aunque muy exigente.
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