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Relato corto

El chasco de ARCO

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El joven Aylan de Alarcón se aburría como una ostra, viendo entre el escaso público un anodino partido de voleibol en Abu Dabi. Se levantó y echó a correr entre las gradas. El guardaespaldas Lito, vestido de vendedor de palomitas, le cortó el paso. Aylan chocó contra Lito, cabeza con cabeza. Las palomitas salieron volando. Acabaron en el suelo, con sendos chichones y cubiertos de palomitas de maíz. Lito quedó fuera de juego. Aylan aprovechó para volver a escapar. La guardaespaldas Lota le abordó entre las gradas, disfrazada de vendedora de bebidas.


—¿Un refresco, señor? ¡Deténgase, señor!


Aylan le puso a Lota el refresco por sombrero, derramándoselo en la cabeza.


—Aquí nada lleva alcohol, me largo. Quiero hablar con mi abuelo ahora mismo.


Lota le puso la zancadilla y Aylan cayó rodando hasta la pista de los jugadores. En un palacio de Abu Dabi, el ex rey recibió a su nieto Aylan.


—Anda, niño, vente conmigo a una fiestecita con chicas esta noche.


—Ya no aguanto más este destierro, me vuelvo a Hispania.


—Tú lo has querido, pero te acompañarán los escoltas. Acercaos.


Lota y Lito llegaron de rodillas ante el ex monarca, con las cabezas gachas. Aylan aprovechó por detrás y les entrechocó las cabezas como si fueran dos melones. CROKKK. En el avión privado, a Lota y Lito se les llevaban los diablos, tapados los chichones con tiritas. Aylan se entretenía haciendo un bodegón collage en su bandeja, con las frutas de la comida, que no le gustaban: naranja, plátano, melocotón, pimiento, tomate.


Harto de su nuevo capricho, pidió permiso para ir al servicio y escabullirse. Lito se ofreció a acompañarle, tenían órdenes de no dejarle solo jamás. Aylan dijo:


—Quiero que me acompañe Carlota.


Entraron los dos en el baño diminuto. Aylan cerró la portezuela y dijo:


—La ciudad que me gusta a mí tiene dos nombres, es compuesta.


— ¿Cómo? ¿Es que vamos a Buenos Aires? ¿A Burkina Faso?


—No, a mí la ciudad que me encanta es: ¡MA!-¡DRID!


Tomó a Lota por la cintura. Sin duda pensaba que no hay nada como el baño de un avión para tener un coito breve pero intenso. Lota chillaba fuerte. Acudió al reservado la azafata rubia, casi tan imponente como Carlota, y dijo:


— ¿Qué es lo que pasa aquí? No pueden entrar los dos.


Aylan pensaba que, lo único mejor que un dúo en el baño del avión, sería un trío con los dos pibones. Lota vociferaba desesperada. En esto entró Lito también y dijo:


—Lota, ¿por qué gritas? Aquí pasa algo raro.


Flipaba Aylan. Un cuarteto en el baño sería el despendole insuperable. Lota no estaba de acuerdo. Cuando Aylan la magreó, le hizo una llave. Aylan se golpeó con la tubería del lavabo. La tubería comenzó a echar agua. El baño se inundó. El avión perdió peso y acabó con todos en caída libre. “¡UAHHH!”.


Aterrizaron en Madrid de muy mala manera, algunos con paracaídas y otros sin él. Para demostrar que se había regenerado, Aylan estaba decidido a convertirse en un gran artista en la Feria ARCO. Llevaba bajo el brazo la bandeja con su bodegón. Lota y Lito no le perdían los pasos. Al entrar en ARCO, vieron la escultura realista del viejo Picasso muerto bocarriba, con su jersey a rayas y pantalón blanco. Lito dijo:


— ¡Qué pena! Aquí le están haciendo el sepelio. ¡Adiós, maestro!


Se abrazó a la escultura, llorándole encima. Los guardias de seguridad le agarraron y le apartaron de allí. Aylan reía con desdén. Lota le dijo:


—Merluzo, es una obra de arte. El verdadero Picasso murió hace décadas.


Lito aprendió la lección, limpiándose las lágrimas. Aylan le enseñó su bandeja collage a la directora de la feria, para que la incluyesen en la exposición. Al ver ese horror, la directora sufrió un síncope que se desmayó. Salió corriendo Aylan, y Lota tras él. Lito se acercó a la directora desvaída. La pobre había padecido tal impresión que estaba en el suelo, tiesa y pálida como la cera. Lito se aproximó a ella con disimulo y dijo:


—Otra obra de arte moderna. Esta vez no me engañas. Toma y jódete.


Con rencor por lo que le había pasado antes, le soltó patadas a escondidas. Pero la directora se levantó chillando y llamando a la seguridad del museo.


—Ahhh —dijo Lito—. Esta escultura ha resucitado.


Los guardias volvieron a sujetarle. Esta vez no le dejaron libre tan fácil. Cuando se lo llevaban, le soltaron porrazos en la cabeza, y le echaron a la puñetera calle. Mientras tanto, Lota había perdido la pista a Aylan en el enorme museo. Se quedó en un rincón, haciendo que admiraba una escultura: “Baloon Dog” de Jeff Koons, los globos azules que formaban un perrito de formas infantiles y estilo contemporáneo.


—Aprovecharé para echar por fin un pitillo. Aquí no me verá nadie.


Lota sacó su pitillera, encendió un cigarrillo y se aproximó a la escultura, fingiendo gran interés. Tanto se arrimó, que el cigarro prendió el plástico y… ¡PLOOOM!


— ¡Hostia puta! La escultura a la porra. Y valía 40.000 euros.


Porque veía la placa debajo. Pensó desesperada que tenía que hacer algo. Se dio una vuelta. Vio entre el público a una madre con su niño, que llevaba un alargado globo azul.


—Anda, monín, te compro tu globo por veinte eurazos.


Le dio los veinte euros Lota. El niño quedó llorando, pero su madre creyó sonriendo que había hecho el negocio del día. Lota retorció el globo varias veces, remedando un burdo perrito y lo dejó en la repisa de la escultura anterior, “Baloon Dog” de Jeff Koons. En esto se acercó el comisario de la exposición, con la directora, para darle ánimos por el percance que le había sucedido antes. Ambos comentaron la escultura:


—Fíjese —dijo el comisario—. Es una obra maestra mundial.


—Sin duda —dijo la directora—, la pieza más valiosa de la exposición.


Lota se limpió el sudor, pero, cuando huía, el torpe y cutre perrito del globo se deshizo por su misma presión y explotó a la directora en la cara. ¡BANG! La directora cayó grogui al suelo. El comisario divisó a Lota mientras huía, le azuzó a los guardias y Lota acabó también echada a patadas a la puñetera calle. Lota cayó de cabeza sobre Lito en la calle. Quedaron ambos en el suelo con sendos chichones en la cocorota, viendo las estrellas. Lota dijo:


—Grrr. No vamos a sacar ningún negocio de todo esto.


Dentro del pabellón, el comisario y los guardias hacían lo posible por reanimar a la directora y que la feria continuara con normalidad. Aylan volvió a acercarse:


—Voy a alegrarles el día. Traigo una obra maestra.


Mostró su ruin bandeja bodegón collage. La directora le dijo:


—Váyase, joven. Su obra es una patata.


Pero el comisario se quedó mirando a Aylan y le susurró a la directora:


— ¿No sabes quién es? El nieto… ¡El sobrinísimo!


La directora cayó en la cuenta, se enderezó y le dijo a Aylan:


—Ah, querido. Tienes razón. Torpe de mí. Te la compraremos por millones. Pero cuéntanos, ¿cómo has llegado a la concepción de esta obra maestra?


—Es muy fácil —dijo Aylan—. Me inspiré en Picasso.


Todos los presentes miraban. Al oír eso, la escultura inerte del propio Picasso, que estaba más atrás, se levantó, se acercó hecha una furia y expulsó a Aylan del pabellón. Aylan cayó de cabeza sobre Lota y sobre Lito. Apañó otro tremendo chicón y quedó tirado con ellos en la calle, frente al museo. Los peatones les miraban. Aylan dijo:


—Mejor vámonos de fiesta a una discoteca. Invito yo.


Lota y Lito no lo pudieron sufrir, cayeron de espaldas desmayados. 

El chasco de ARCO

Relato corto
Manuel del Pino
lunes, 6 de marzo de 2023, 11:27 h (CET)

El joven Aylan de Alarcón se aburría como una ostra, viendo entre el escaso público un anodino partido de voleibol en Abu Dabi. Se levantó y echó a correr entre las gradas. El guardaespaldas Lito, vestido de vendedor de palomitas, le cortó el paso. Aylan chocó contra Lito, cabeza con cabeza. Las palomitas salieron volando. Acabaron en el suelo, con sendos chichones y cubiertos de palomitas de maíz. Lito quedó fuera de juego. Aylan aprovechó para volver a escapar. La guardaespaldas Lota le abordó entre las gradas, disfrazada de vendedora de bebidas.


—¿Un refresco, señor? ¡Deténgase, señor!


Aylan le puso a Lota el refresco por sombrero, derramándoselo en la cabeza.


—Aquí nada lleva alcohol, me largo. Quiero hablar con mi abuelo ahora mismo.


Lota le puso la zancadilla y Aylan cayó rodando hasta la pista de los jugadores. En un palacio de Abu Dabi, el ex rey recibió a su nieto Aylan.


—Anda, niño, vente conmigo a una fiestecita con chicas esta noche.


—Ya no aguanto más este destierro, me vuelvo a Hispania.


—Tú lo has querido, pero te acompañarán los escoltas. Acercaos.


Lota y Lito llegaron de rodillas ante el ex monarca, con las cabezas gachas. Aylan aprovechó por detrás y les entrechocó las cabezas como si fueran dos melones. CROKKK. En el avión privado, a Lota y Lito se les llevaban los diablos, tapados los chichones con tiritas. Aylan se entretenía haciendo un bodegón collage en su bandeja, con las frutas de la comida, que no le gustaban: naranja, plátano, melocotón, pimiento, tomate.


Harto de su nuevo capricho, pidió permiso para ir al servicio y escabullirse. Lito se ofreció a acompañarle, tenían órdenes de no dejarle solo jamás. Aylan dijo:


—Quiero que me acompañe Carlota.


Entraron los dos en el baño diminuto. Aylan cerró la portezuela y dijo:


—La ciudad que me gusta a mí tiene dos nombres, es compuesta.


— ¿Cómo? ¿Es que vamos a Buenos Aires? ¿A Burkina Faso?


—No, a mí la ciudad que me encanta es: ¡MA!-¡DRID!


Tomó a Lota por la cintura. Sin duda pensaba que no hay nada como el baño de un avión para tener un coito breve pero intenso. Lota chillaba fuerte. Acudió al reservado la azafata rubia, casi tan imponente como Carlota, y dijo:


— ¿Qué es lo que pasa aquí? No pueden entrar los dos.


Aylan pensaba que, lo único mejor que un dúo en el baño del avión, sería un trío con los dos pibones. Lota vociferaba desesperada. En esto entró Lito también y dijo:


—Lota, ¿por qué gritas? Aquí pasa algo raro.


Flipaba Aylan. Un cuarteto en el baño sería el despendole insuperable. Lota no estaba de acuerdo. Cuando Aylan la magreó, le hizo una llave. Aylan se golpeó con la tubería del lavabo. La tubería comenzó a echar agua. El baño se inundó. El avión perdió peso y acabó con todos en caída libre. “¡UAHHH!”.


Aterrizaron en Madrid de muy mala manera, algunos con paracaídas y otros sin él. Para demostrar que se había regenerado, Aylan estaba decidido a convertirse en un gran artista en la Feria ARCO. Llevaba bajo el brazo la bandeja con su bodegón. Lota y Lito no le perdían los pasos. Al entrar en ARCO, vieron la escultura realista del viejo Picasso muerto bocarriba, con su jersey a rayas y pantalón blanco. Lito dijo:


— ¡Qué pena! Aquí le están haciendo el sepelio. ¡Adiós, maestro!


Se abrazó a la escultura, llorándole encima. Los guardias de seguridad le agarraron y le apartaron de allí. Aylan reía con desdén. Lota le dijo:


—Merluzo, es una obra de arte. El verdadero Picasso murió hace décadas.


Lito aprendió la lección, limpiándose las lágrimas. Aylan le enseñó su bandeja collage a la directora de la feria, para que la incluyesen en la exposición. Al ver ese horror, la directora sufrió un síncope que se desmayó. Salió corriendo Aylan, y Lota tras él. Lito se acercó a la directora desvaída. La pobre había padecido tal impresión que estaba en el suelo, tiesa y pálida como la cera. Lito se aproximó a ella con disimulo y dijo:


—Otra obra de arte moderna. Esta vez no me engañas. Toma y jódete.


Con rencor por lo que le había pasado antes, le soltó patadas a escondidas. Pero la directora se levantó chillando y llamando a la seguridad del museo.


—Ahhh —dijo Lito—. Esta escultura ha resucitado.


Los guardias volvieron a sujetarle. Esta vez no le dejaron libre tan fácil. Cuando se lo llevaban, le soltaron porrazos en la cabeza, y le echaron a la puñetera calle. Mientras tanto, Lota había perdido la pista a Aylan en el enorme museo. Se quedó en un rincón, haciendo que admiraba una escultura: “Baloon Dog” de Jeff Koons, los globos azules que formaban un perrito de formas infantiles y estilo contemporáneo.


—Aprovecharé para echar por fin un pitillo. Aquí no me verá nadie.


Lota sacó su pitillera, encendió un cigarrillo y se aproximó a la escultura, fingiendo gran interés. Tanto se arrimó, que el cigarro prendió el plástico y… ¡PLOOOM!


— ¡Hostia puta! La escultura a la porra. Y valía 40.000 euros.


Porque veía la placa debajo. Pensó desesperada que tenía que hacer algo. Se dio una vuelta. Vio entre el público a una madre con su niño, que llevaba un alargado globo azul.


—Anda, monín, te compro tu globo por veinte eurazos.


Le dio los veinte euros Lota. El niño quedó llorando, pero su madre creyó sonriendo que había hecho el negocio del día. Lota retorció el globo varias veces, remedando un burdo perrito y lo dejó en la repisa de la escultura anterior, “Baloon Dog” de Jeff Koons. En esto se acercó el comisario de la exposición, con la directora, para darle ánimos por el percance que le había sucedido antes. Ambos comentaron la escultura:


—Fíjese —dijo el comisario—. Es una obra maestra mundial.


—Sin duda —dijo la directora—, la pieza más valiosa de la exposición.


Lota se limpió el sudor, pero, cuando huía, el torpe y cutre perrito del globo se deshizo por su misma presión y explotó a la directora en la cara. ¡BANG! La directora cayó grogui al suelo. El comisario divisó a Lota mientras huía, le azuzó a los guardias y Lota acabó también echada a patadas a la puñetera calle. Lota cayó de cabeza sobre Lito en la calle. Quedaron ambos en el suelo con sendos chichones en la cocorota, viendo las estrellas. Lota dijo:


—Grrr. No vamos a sacar ningún negocio de todo esto.


Dentro del pabellón, el comisario y los guardias hacían lo posible por reanimar a la directora y que la feria continuara con normalidad. Aylan volvió a acercarse:


—Voy a alegrarles el día. Traigo una obra maestra.


Mostró su ruin bandeja bodegón collage. La directora le dijo:


—Váyase, joven. Su obra es una patata.


Pero el comisario se quedó mirando a Aylan y le susurró a la directora:


— ¿No sabes quién es? El nieto… ¡El sobrinísimo!


La directora cayó en la cuenta, se enderezó y le dijo a Aylan:


—Ah, querido. Tienes razón. Torpe de mí. Te la compraremos por millones. Pero cuéntanos, ¿cómo has llegado a la concepción de esta obra maestra?


—Es muy fácil —dijo Aylan—. Me inspiré en Picasso.


Todos los presentes miraban. Al oír eso, la escultura inerte del propio Picasso, que estaba más atrás, se levantó, se acercó hecha una furia y expulsó a Aylan del pabellón. Aylan cayó de cabeza sobre Lota y sobre Lito. Apañó otro tremendo chicón y quedó tirado con ellos en la calle, frente al museo. Los peatones les miraban. Aylan dijo:


—Mejor vámonos de fiesta a una discoteca. Invito yo.


Lota y Lito no lo pudieron sufrir, cayeron de espaldas desmayados. 

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