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“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”. Albert Einstein

La infinita soledad de un niño

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Argentina, un país aclimatado desde hace muchos años a vivir sumido en la aflicción, la injusticia y el dolor, ha contenido el aliento estremecido de estupor. Lucio Dupuy, un ángel inocente de cinco años, perdió la vida a manos de su madre y la novia de esta, como consecuencia de una última golpiza salvaje.


Soportando con heroico silencio los dolores y las humillaciones, el pequeño Lucio se sentía feliz y liberado en el jardín de infancia al que asistía. Allí podía ser un niño más que jugaba con otros niños como él. Pero apenas entraba en su casa, en el acto se sentía oprimido y sumido en el temor porque sabía que terminaría quebrantado.


Lo que debía ser su hogar; donde debería sentirse seguro y protegido; donde el amor debería ser la savia que alimentase su desarrollo emocional, era un mundo oscuro para él; un mundo de siniestras tinieblas, en el que su compañero inseparable era el sentimiento de su infinita impotencia ante el castigo absurdo y gratuito; un mundo en el que vivía atormentado al sentirse culpable sin saber de qué.


Un niño de tan tierna edad, no alcanza a comprender la maldad por sí misma; solo la siente en lo más profundo de su alma. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en su corazón son ya demasiado profundas.


Cuando un niño vive sumido en un universo tan negro, no habrá en el mar agua suficiente capaz de lavar las manchas que el dolor y la soledad han dejado en su alma. Todo le parecerá triste, inútil y desolador al verse prisionero y víctima de sus dioses; aquellos en los que confiaba plenamente porque para él lo eran todo, y todo lo podían. Es como si el mundo se hubiese cerrado para él. ¿Qué infinita soledad puede anidar en el alma de un niño al que su propia madre lo deja a la intemperie y desnudo bajo la lluvia?


¿Qué infinito horror puede albergar el interior de un ser tan indefenso como inocente, cuando en medio de sus súplicas y llanto desgarrador, escucha decir a quien debía cuidarlo, amarlo y protegerlo:

"Sacale la ropa y cagalo a palos; dejalo marcado, porque lo mato yo"Así lo declaró la vecina de la madre y su novia, quien en reiteradas ocasiones quiso alertar a la policía sobre los violentos sucesos ocurridos en la casa del pequeño Lucio.


El médico forense que realizó la autopsia de la víctima, Juan Carlos Toulouse, leyó en la audiencia en la que se juzgaba a las autoras de tan cruel asesinato, el informe en el que detallaba que el niño falleció a causa de una "feroz golpiza", y que presentaba "lesiones en varias partes del cuerpo", habiendo sido víctima, además, de "abusos sexuales por acceso carnal por vía anal ejecutados con objeto fálico, recientes, y de vieja data".


¿A qué grado de envilecimiento habían llegado estas dos mujeres para atentar de forma habitual contra la inocencia de este pequeño ser? ¿Qué infinito horror sentiría el niño ante tal salvajismo?

El pequeño Lucio, "Presentaba un fuerte golpe que le afectaba la cadera, el glúteo y la pierna, con una data de 7 a 8 días", especificó el perito, y aclaró que "hubo una agresión puntual que le provocó la muerte" al generar una hemorragia interna. También el cuerpo presentó marcas de quemaduras y mordidas.


Tan incomprensible, tan salvaje y cruel fue el tratamiento que recibió ese ser indefenso, que el forense, "por respeto al nene y a la familia", renunció en la vista a especificar todos los detalles que apreció en el examen del cuerpo del niño, pero remarcó: "Tengo 27 años de forense y 5 años en La Plata; he visto nenes y traumatismos, pero esto así no lo vi nunca".


No sé qué dolor duele más: si el causado por el maltrato físico o el que anida para siempre en el alma por una mala palabra, un atronador silencio, una increíble traición, un premeditado desprecio, o una deliberada indiferencia.


Estas son las consecuencias de la implantación social de las mentirosas ideologías materialistas, con las que jugando a ser dioses, y prescindiendo de cualquier valor ético y moral, se pretende alterar no solo el orden social, sino incluso las leyes de la propia Naturaleza. Se induce al individuo a abrazar el hedonismo y la posesión de bienes materiales como valores supremos de la vida; se pervierte el lenguaje cambiando el significado de las cosas; se promulgan leyes con las que convierte la voluntad en inexistentes derechos, y lo cabal y sensato se pena como delito. Son ideologías que han sustituido, el valor por el precio; la construcción del futuro por el efímero placer del hoy y el ahora, y el ser por el estar.


Si se hace un análisis riguroso de este proceso, observaremos que el mismo, sustituye la parte más elevada y noble del ser humano, los valores del alma, de los que hablaba Sócrates hace más de 2000 años, aquellos que nos distinguen de las bestias, por nuestros instintos más primarios, los que nos emparentan con ellas.


Desde estos presupuestos ¿Cómo es posible que quienes aceptan estas ideologías como una religión, sean capaces de pensar en qué es lo que hace florecer la sonrisa en los labios de un niño dormido?


Un niño no es un juguete que tengamos para que nos haga gracias; es la más grande manifestación de la naturaleza, la divinidad y la inocencia en su más noble esplendor. Al niño hay que amarlo, cuidarlo y no violentarlo. No merece ser víctima de nuestras miserias.


¿Cómo es posible que comprendan que un niño, es mucho más que un ser humano? ¿Que es el futuro del Universo?


Lo he afirmado ya muchas veces, y por la trascendencia que tiene, seguiré repitiéndolo hasta la saciedad, hasta el aburrimiento y el hastío si es preciso. Un hijo, no es únicamente la consecuencia de una combinación química biológica. Un hijo no puede ser fruto de eso que ahora llaman “hacer el amor” y que no es más que un eufemismo de la satisfacción sexual. El amor no se hace. Nace. Es un sentimiento de entrega y generosidad que emerge del corazón. Un hijo ha de ser deseado y fruto del mutuo amor de sus padres. Como ya he reiterado en otros trabajos, el engendrar o alumbrar un hijo, no convierte a nadie en padre o madre, al igual que el tener un bisturí, no convierte al que lo posee en cirujano.


La paternidad no consiste en dar la vida. Sería demasiado fácil. Eso ya lo hace la biología. Ser padre es amar sin límite, hasta dejar de ser uno mismo para vivir en el hijo. Hasta las fieras defienden con su propia vida a sus cachorros. Solo la maldad inducida por una calculada ingeniería social que persigue anular nuestra inteligencia para hacernos esclavos de nuestros instintos, presenta como supuestos derechos aquello que más nos degrada y nos encadenará de por vida a nuestros errores del pasado, muchos de ellos irreversibles, condicionando así nuestro futuro, y el de la sociedad en su conjunto.


Solo los indigentes intelectuales, fanáticos de este modelo social, repulsivamente atractivo, son capaces de impedir la alegría espontánea de un niño; el que con sus juegos esté permanentemente aprendiendo a descubrir un mundo mágico y desconocido para él, o a exigirlo con todas sus fuerzas cuando algo o alguien le impide ser lo que es: un niño. La misión de un niño es ser niño. Para él, no hay pasado ni futuro; solo un presente pleno de inocencia e ilusión. Es absurdo pretender que el niño se comporte de acuerdo con las normas de los adultos, porque no tiene capacidad para ello. Es el adulto el que debe ser capaz de convertirse en niño, para desde el interior de su mágico mundo, guiarlo para que se vaya convirtiendo en adulto.


En 2019, cuando la madre y el padre de Lucio, decidieron terminar su relación, teniendo en cuenta las circunstancias económicas de cada uno, decidieron que los tíos paternos se quedarán con la tenencia del niño.


La madre podía ver al bebé que por entonces tenía tres años, pero cada vez que lo hacía ponía denuncias policiales falsas para acusar y hostigar a la familia paterna. Esta situación llevó a que, a finales de agosto de 2020, los tíos de Lucio llegaran a un acuerdo para evitar nuevos conflictos.

En este contexto, a pesar de la ola de denuncias falsas y los reiterados escándalos originados por parte de la madre, sin tener en cuenta que el padre, Cristian Dupuy, había denunciado que su hijo sufría violencia física y psicológica en cada ocasión, aun así, la jueza entregó la custodia y patria potestad a la madre.


No obstante, los abogados de la familia del niño, cuestionaron el hecho de que la jueza, en ningún momento, realizara un estudio socio ambiental del domicilio materno, ni concretara un seguimiento de la tutela, motivos por los cuales se ha cursado una petición para que la magistrada, Ana Clara Pérez Ballester, sea destituida de su cargo.


Tanto la jueza, el personal del jardín de infancia, como los médicos de urgencias que en distintas ocasiones atendieron al menor, ignoraron las reiteradas y visibles señales de violencia que estaba sufriendo el niño.


Y todo ello en aras de esa gran mejora que se afirma que constituye la ideología de género, la que divide y enfrenta a la mujer contra el hombre, y que exhibe como bandera de avance social ese gran fraude al que llaman progresismo.


No me extrañaría que haya quien acuse de machista al abogado de la familia del pequeño torturado y finalmente asesinado a golpes, por su propia madre y la novia de esta, por afirmar, que a pesar de que las autoras de tan inconcebible crueldad han sido condenadas a prisión perpetua, y que según la fiscal de la causa “no tendrán la posibilidad de salir en libertad”, una vez probado que el pequeño Lucio fue víctima de abusos sexuales reiterados, insistirá en que se aplique el agravante de “odio de género”.


"Entendemos que el homicidio ocurre por un odio al género masculino, vamos a insistir con eso", fueron sus palabras.

La infinita soledad de un niño

“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”. Albert Einstein
César Valdeolmillos
lunes, 27 de febrero de 2023, 11:26 h (CET)

Argentina, un país aclimatado desde hace muchos años a vivir sumido en la aflicción, la injusticia y el dolor, ha contenido el aliento estremecido de estupor. Lucio Dupuy, un ángel inocente de cinco años, perdió la vida a manos de su madre y la novia de esta, como consecuencia de una última golpiza salvaje.


Soportando con heroico silencio los dolores y las humillaciones, el pequeño Lucio se sentía feliz y liberado en el jardín de infancia al que asistía. Allí podía ser un niño más que jugaba con otros niños como él. Pero apenas entraba en su casa, en el acto se sentía oprimido y sumido en el temor porque sabía que terminaría quebrantado.


Lo que debía ser su hogar; donde debería sentirse seguro y protegido; donde el amor debería ser la savia que alimentase su desarrollo emocional, era un mundo oscuro para él; un mundo de siniestras tinieblas, en el que su compañero inseparable era el sentimiento de su infinita impotencia ante el castigo absurdo y gratuito; un mundo en el que vivía atormentado al sentirse culpable sin saber de qué.


Un niño de tan tierna edad, no alcanza a comprender la maldad por sí misma; solo la siente en lo más profundo de su alma. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en su corazón son ya demasiado profundas.


Cuando un niño vive sumido en un universo tan negro, no habrá en el mar agua suficiente capaz de lavar las manchas que el dolor y la soledad han dejado en su alma. Todo le parecerá triste, inútil y desolador al verse prisionero y víctima de sus dioses; aquellos en los que confiaba plenamente porque para él lo eran todo, y todo lo podían. Es como si el mundo se hubiese cerrado para él. ¿Qué infinita soledad puede anidar en el alma de un niño al que su propia madre lo deja a la intemperie y desnudo bajo la lluvia?


¿Qué infinito horror puede albergar el interior de un ser tan indefenso como inocente, cuando en medio de sus súplicas y llanto desgarrador, escucha decir a quien debía cuidarlo, amarlo y protegerlo:

"Sacale la ropa y cagalo a palos; dejalo marcado, porque lo mato yo"Así lo declaró la vecina de la madre y su novia, quien en reiteradas ocasiones quiso alertar a la policía sobre los violentos sucesos ocurridos en la casa del pequeño Lucio.


El médico forense que realizó la autopsia de la víctima, Juan Carlos Toulouse, leyó en la audiencia en la que se juzgaba a las autoras de tan cruel asesinato, el informe en el que detallaba que el niño falleció a causa de una "feroz golpiza", y que presentaba "lesiones en varias partes del cuerpo", habiendo sido víctima, además, de "abusos sexuales por acceso carnal por vía anal ejecutados con objeto fálico, recientes, y de vieja data".


¿A qué grado de envilecimiento habían llegado estas dos mujeres para atentar de forma habitual contra la inocencia de este pequeño ser? ¿Qué infinito horror sentiría el niño ante tal salvajismo?

El pequeño Lucio, "Presentaba un fuerte golpe que le afectaba la cadera, el glúteo y la pierna, con una data de 7 a 8 días", especificó el perito, y aclaró que "hubo una agresión puntual que le provocó la muerte" al generar una hemorragia interna. También el cuerpo presentó marcas de quemaduras y mordidas.


Tan incomprensible, tan salvaje y cruel fue el tratamiento que recibió ese ser indefenso, que el forense, "por respeto al nene y a la familia", renunció en la vista a especificar todos los detalles que apreció en el examen del cuerpo del niño, pero remarcó: "Tengo 27 años de forense y 5 años en La Plata; he visto nenes y traumatismos, pero esto así no lo vi nunca".


No sé qué dolor duele más: si el causado por el maltrato físico o el que anida para siempre en el alma por una mala palabra, un atronador silencio, una increíble traición, un premeditado desprecio, o una deliberada indiferencia.


Estas son las consecuencias de la implantación social de las mentirosas ideologías materialistas, con las que jugando a ser dioses, y prescindiendo de cualquier valor ético y moral, se pretende alterar no solo el orden social, sino incluso las leyes de la propia Naturaleza. Se induce al individuo a abrazar el hedonismo y la posesión de bienes materiales como valores supremos de la vida; se pervierte el lenguaje cambiando el significado de las cosas; se promulgan leyes con las que convierte la voluntad en inexistentes derechos, y lo cabal y sensato se pena como delito. Son ideologías que han sustituido, el valor por el precio; la construcción del futuro por el efímero placer del hoy y el ahora, y el ser por el estar.


Si se hace un análisis riguroso de este proceso, observaremos que el mismo, sustituye la parte más elevada y noble del ser humano, los valores del alma, de los que hablaba Sócrates hace más de 2000 años, aquellos que nos distinguen de las bestias, por nuestros instintos más primarios, los que nos emparentan con ellas.


Desde estos presupuestos ¿Cómo es posible que quienes aceptan estas ideologías como una religión, sean capaces de pensar en qué es lo que hace florecer la sonrisa en los labios de un niño dormido?


Un niño no es un juguete que tengamos para que nos haga gracias; es la más grande manifestación de la naturaleza, la divinidad y la inocencia en su más noble esplendor. Al niño hay que amarlo, cuidarlo y no violentarlo. No merece ser víctima de nuestras miserias.


¿Cómo es posible que comprendan que un niño, es mucho más que un ser humano? ¿Que es el futuro del Universo?


Lo he afirmado ya muchas veces, y por la trascendencia que tiene, seguiré repitiéndolo hasta la saciedad, hasta el aburrimiento y el hastío si es preciso. Un hijo, no es únicamente la consecuencia de una combinación química biológica. Un hijo no puede ser fruto de eso que ahora llaman “hacer el amor” y que no es más que un eufemismo de la satisfacción sexual. El amor no se hace. Nace. Es un sentimiento de entrega y generosidad que emerge del corazón. Un hijo ha de ser deseado y fruto del mutuo amor de sus padres. Como ya he reiterado en otros trabajos, el engendrar o alumbrar un hijo, no convierte a nadie en padre o madre, al igual que el tener un bisturí, no convierte al que lo posee en cirujano.


La paternidad no consiste en dar la vida. Sería demasiado fácil. Eso ya lo hace la biología. Ser padre es amar sin límite, hasta dejar de ser uno mismo para vivir en el hijo. Hasta las fieras defienden con su propia vida a sus cachorros. Solo la maldad inducida por una calculada ingeniería social que persigue anular nuestra inteligencia para hacernos esclavos de nuestros instintos, presenta como supuestos derechos aquello que más nos degrada y nos encadenará de por vida a nuestros errores del pasado, muchos de ellos irreversibles, condicionando así nuestro futuro, y el de la sociedad en su conjunto.


Solo los indigentes intelectuales, fanáticos de este modelo social, repulsivamente atractivo, son capaces de impedir la alegría espontánea de un niño; el que con sus juegos esté permanentemente aprendiendo a descubrir un mundo mágico y desconocido para él, o a exigirlo con todas sus fuerzas cuando algo o alguien le impide ser lo que es: un niño. La misión de un niño es ser niño. Para él, no hay pasado ni futuro; solo un presente pleno de inocencia e ilusión. Es absurdo pretender que el niño se comporte de acuerdo con las normas de los adultos, porque no tiene capacidad para ello. Es el adulto el que debe ser capaz de convertirse en niño, para desde el interior de su mágico mundo, guiarlo para que se vaya convirtiendo en adulto.


En 2019, cuando la madre y el padre de Lucio, decidieron terminar su relación, teniendo en cuenta las circunstancias económicas de cada uno, decidieron que los tíos paternos se quedarán con la tenencia del niño.


La madre podía ver al bebé que por entonces tenía tres años, pero cada vez que lo hacía ponía denuncias policiales falsas para acusar y hostigar a la familia paterna. Esta situación llevó a que, a finales de agosto de 2020, los tíos de Lucio llegaran a un acuerdo para evitar nuevos conflictos.

En este contexto, a pesar de la ola de denuncias falsas y los reiterados escándalos originados por parte de la madre, sin tener en cuenta que el padre, Cristian Dupuy, había denunciado que su hijo sufría violencia física y psicológica en cada ocasión, aun así, la jueza entregó la custodia y patria potestad a la madre.


No obstante, los abogados de la familia del niño, cuestionaron el hecho de que la jueza, en ningún momento, realizara un estudio socio ambiental del domicilio materno, ni concretara un seguimiento de la tutela, motivos por los cuales se ha cursado una petición para que la magistrada, Ana Clara Pérez Ballester, sea destituida de su cargo.


Tanto la jueza, el personal del jardín de infancia, como los médicos de urgencias que en distintas ocasiones atendieron al menor, ignoraron las reiteradas y visibles señales de violencia que estaba sufriendo el niño.


Y todo ello en aras de esa gran mejora que se afirma que constituye la ideología de género, la que divide y enfrenta a la mujer contra el hombre, y que exhibe como bandera de avance social ese gran fraude al que llaman progresismo.


No me extrañaría que haya quien acuse de machista al abogado de la familia del pequeño torturado y finalmente asesinado a golpes, por su propia madre y la novia de esta, por afirmar, que a pesar de que las autoras de tan inconcebible crueldad han sido condenadas a prisión perpetua, y que según la fiscal de la causa “no tendrán la posibilidad de salir en libertad”, una vez probado que el pequeño Lucio fue víctima de abusos sexuales reiterados, insistirá en que se aplique el agravante de “odio de género”.


"Entendemos que el homicidio ocurre por un odio al género masculino, vamos a insistir con eso", fueron sus palabras.

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