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Entre los procedimientos virtuales y la frivolidad social, las esencias de la persona quedan relegadas

Finos trazos de la persona

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La trama constitutiva de cada persona es inabarcable e insustituible. Se forja a través de los hilos interiores y con las influencias exteriores, pero con el carácter singular de una entrañable consistencia. Las etapas de sus trayectorias aportan infinidad de ricas matizaciones sujetas a explicaciones complejas. Al hilo de innumerables interferencias y confluencias, resulta fascinante la detección de su PRESENCIA, si no incólume después de tantos avatares, sí erguida con toda prestancia como un bastión imponente al que nadie logra derribar. Esa potencialidad invita a perfilar los trazos de su configuración sin ánimo exhaustivo, porque sus límites exceden la capacidad de cualquier observador.


Los primeros contactos con la realidad son instintivos, al calor familiar se suman la placidez del tono corporal y alguna que otra percepción placentera interrumpida en múltiples ocasiones; de los reflejos a las sensaciones. De manera paulatina se instaura la capacidad diferenciadora de cuanto circunda al recién llegado. A partir de dichas evoluciones surge el impulso, transformado más tarde en hábito, de adjudicarle un NOMBRE a cada cosa para tenerla identificada. Esa opción es discriminativa, elimina otras posibilidades, fijando la idea de un sentimiento, una persona, un objeto, etc. Comienza a fraguarse paso a paso la entidad de ese protagonista en concreto y sus dimensiones.


Como guardianes de las experiencias vividas somos poco eficaces, el olvido y la mezcla de sensaciones incompletas enturbian los recuerdos; si a eso añadimos el hondo misterio acechante, quedamos un tanto desprotegidos. El futuro tampoco permite controles definidos. Las insuficiencias derivan en la dificultad para precisar la realidad de cada cual. A las carencias citadas se suman las numerosas imprecisiones del momento. Es irremisible encontrarnos con un DESAFÍO permanente para acercarnos a eso tan manido de la identidad personal y su puesta en práctica. Los condicionantes subyacentes se entrecruzan con las decisiones actuales en un conglomerado esquivo incluso para el propio protagonista.


En los escritos homéricos se comparaba la generación de las hojas con la de los hombres. Bien está en cuanto a la secuencia temporal, mas la capacidad intelectiva se impone en las sucesivas consideraciones posteriores: con la inmediata urgencia de trascender los avatares pasajeros de la mejor manera. Las leyendas forjadas desde esos afanes urdieron relatos subyugantes, aparecieron los héroes y deidades antiguos, casi un dios para cada realidad natural y para cada actividad. Los DIOSES enlazaron esas querencias con las ansias de inmortalidad, vistos y apreciados de muy diferente manera. También en estas venturas surgieron exageraciones sectarias y malversaciones no siempre detectables.


Acaso circulemos con la carga de confusos recuerdos y las sombras de ciertos sueños, si atendemos en exclusiva a las notables carencias. Sin embargo, no vayamos a caer en semejantes extremos desilusionantes, comprobamos también como la evasión hacia el pasado o dirigidos al vaporoso supuesto del todavía por venir, son insuficientes para explicarnos la presencia humana. Como decía Cavafis, no hallarás otras tierras ni otros mares. La FÓRMULA mágica la tenemos en este lugar y en estos momentos, radica en la disposición de ponernos a transformar las vivencias y relaciones en la iluminación rutilante para poner de manifiesto las mejores cualidades. Aquí y ahora, activando los magníficos instrumentos orientados a la armonía fascinante.


La autenticidad libra una brega continua con las apariencias, son tantos los subterfugios empleados que la identificación de lo auténtico es complicada. El incremento de las descripciones suele ser sospechoso, desde fuera es difícil cerciorarse de los rasgos interiores de las personas, son escurridizos. La fama, los intereses circulantes, las aproximaciones partidistas, son más bien deformantes. El indicador fehaciente de la presencia individual asienta alrededor de su OBRA diversa, cuyos rasgos constitutivos no siempre son perceptibles desde fuera. El reconocimiento general es accesorio. La clave de su sentido pertenece al núcleo personal, por mucho que las interpretaciones pugnen por adueñarse de sus características con errores y tergiversaciones.


La incertidumbre no da ningún respiro, exige una tenacidad especial de aprendizaje continuado, abierto a las correcciones oportunas según avancen los conocimientos. Se establece una doble vía de comunicación entre los individuos y sus entornos, captando rasgos y emitiendo aportaciones. La obsesión por salvar esa incertidumbre nos saca de quicio, sin conseguir acuerdos solventes sobre los fundamentos de cada situación. El esfuerzo del LENGUAJE no pasa de ser un intento razonado, no logra aunar las versiones particulares; pronto se desarticulan las mismas palabras, que se tornan insignificantes. La desvirtuación comunicativa contribuye al aislamiento individual, a la espera de mejores hallazgos.


El sosiego no se compra ni se intercambia, si acaso se conquista y por un periodo de tiempo indeterminado; se interrumpe a la menor variación, por las propias inquietudes o por la sucesión de eventos en el entorno. Tanto las actitudes quejicas de lamentaciones continuadas, como las avasalladoras engreídas de su potencial; no consiguen evadirse de los trazados equívocos de la vida. Sea cual sea el sendero elegido, nadie se libre de la circulación por los variados LABERINTOS. Agobios y alardes se suceden; en ambos casos sin fundamentaciones bien elaboradas. En general, se dedica poca atención a las consecuencias derivadas de sus actividades, esos preocupantes efectos colaterales.


Atorados por las retahílas ambientales, sin el reposo necesario para replantarse las actitudes, la rutina y los actos reflejos suelen enseñorearse de los comportamientos. En semejantes situaciones, proliferan las tendencias escapistas, para derivar las responsabilidades y esperar que nos aporten soluciones. Pese al agobio resultante, para cualquier protagonista son evidentes los destellos breves en los cuales se pone de manifiesto la SUTILEZA de ciertos hilos subyacentes, fuertes y diversos. Desde una palabra oportuna, un gesto, un movimiento, reveladores de la fortaleza de unos lazos que hasta ese momento no parecían estar presentes; al fin se muestran como resolutivos.


Al sentirnos vivos, los elementos circundantes pasan de no ser nada a formar parte de la personalidad propia, cuando los percibimos e intervenimos acerca de ellos. Para bien o para mal, basándonos en querencias propias o sufriendo su cercanía no deseada. Ese pálpito de la INVOLUCRACIÓN resultará decisivo al hilo de la cuota de libertad a la que responderemos con decisiones variadas.


Por otra parte, ni ruinas somos si nos comparamos con los patrimonios arqueológicos de vetustos representantes. El centro vocacional de la persona se convierte en el centro CREATIVO particular; desde él participará y dará sentido a la presencia individual limitada en el tiempo. Se yergue en su extraña plenitud la realidad de esa vida, concreta, abierta a otras interpretaciones sublimes y esperanzadoras.

Finos trazos de la persona

Entre los procedimientos virtuales y la frivolidad social, las esencias de la persona quedan relegadas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 10 de febrero de 2023, 10:50 h (CET)

La trama constitutiva de cada persona es inabarcable e insustituible. Se forja a través de los hilos interiores y con las influencias exteriores, pero con el carácter singular de una entrañable consistencia. Las etapas de sus trayectorias aportan infinidad de ricas matizaciones sujetas a explicaciones complejas. Al hilo de innumerables interferencias y confluencias, resulta fascinante la detección de su PRESENCIA, si no incólume después de tantos avatares, sí erguida con toda prestancia como un bastión imponente al que nadie logra derribar. Esa potencialidad invita a perfilar los trazos de su configuración sin ánimo exhaustivo, porque sus límites exceden la capacidad de cualquier observador.


Los primeros contactos con la realidad son instintivos, al calor familiar se suman la placidez del tono corporal y alguna que otra percepción placentera interrumpida en múltiples ocasiones; de los reflejos a las sensaciones. De manera paulatina se instaura la capacidad diferenciadora de cuanto circunda al recién llegado. A partir de dichas evoluciones surge el impulso, transformado más tarde en hábito, de adjudicarle un NOMBRE a cada cosa para tenerla identificada. Esa opción es discriminativa, elimina otras posibilidades, fijando la idea de un sentimiento, una persona, un objeto, etc. Comienza a fraguarse paso a paso la entidad de ese protagonista en concreto y sus dimensiones.


Como guardianes de las experiencias vividas somos poco eficaces, el olvido y la mezcla de sensaciones incompletas enturbian los recuerdos; si a eso añadimos el hondo misterio acechante, quedamos un tanto desprotegidos. El futuro tampoco permite controles definidos. Las insuficiencias derivan en la dificultad para precisar la realidad de cada cual. A las carencias citadas se suman las numerosas imprecisiones del momento. Es irremisible encontrarnos con un DESAFÍO permanente para acercarnos a eso tan manido de la identidad personal y su puesta en práctica. Los condicionantes subyacentes se entrecruzan con las decisiones actuales en un conglomerado esquivo incluso para el propio protagonista.


En los escritos homéricos se comparaba la generación de las hojas con la de los hombres. Bien está en cuanto a la secuencia temporal, mas la capacidad intelectiva se impone en las sucesivas consideraciones posteriores: con la inmediata urgencia de trascender los avatares pasajeros de la mejor manera. Las leyendas forjadas desde esos afanes urdieron relatos subyugantes, aparecieron los héroes y deidades antiguos, casi un dios para cada realidad natural y para cada actividad. Los DIOSES enlazaron esas querencias con las ansias de inmortalidad, vistos y apreciados de muy diferente manera. También en estas venturas surgieron exageraciones sectarias y malversaciones no siempre detectables.


Acaso circulemos con la carga de confusos recuerdos y las sombras de ciertos sueños, si atendemos en exclusiva a las notables carencias. Sin embargo, no vayamos a caer en semejantes extremos desilusionantes, comprobamos también como la evasión hacia el pasado o dirigidos al vaporoso supuesto del todavía por venir, son insuficientes para explicarnos la presencia humana. Como decía Cavafis, no hallarás otras tierras ni otros mares. La FÓRMULA mágica la tenemos en este lugar y en estos momentos, radica en la disposición de ponernos a transformar las vivencias y relaciones en la iluminación rutilante para poner de manifiesto las mejores cualidades. Aquí y ahora, activando los magníficos instrumentos orientados a la armonía fascinante.


La autenticidad libra una brega continua con las apariencias, son tantos los subterfugios empleados que la identificación de lo auténtico es complicada. El incremento de las descripciones suele ser sospechoso, desde fuera es difícil cerciorarse de los rasgos interiores de las personas, son escurridizos. La fama, los intereses circulantes, las aproximaciones partidistas, son más bien deformantes. El indicador fehaciente de la presencia individual asienta alrededor de su OBRA diversa, cuyos rasgos constitutivos no siempre son perceptibles desde fuera. El reconocimiento general es accesorio. La clave de su sentido pertenece al núcleo personal, por mucho que las interpretaciones pugnen por adueñarse de sus características con errores y tergiversaciones.


La incertidumbre no da ningún respiro, exige una tenacidad especial de aprendizaje continuado, abierto a las correcciones oportunas según avancen los conocimientos. Se establece una doble vía de comunicación entre los individuos y sus entornos, captando rasgos y emitiendo aportaciones. La obsesión por salvar esa incertidumbre nos saca de quicio, sin conseguir acuerdos solventes sobre los fundamentos de cada situación. El esfuerzo del LENGUAJE no pasa de ser un intento razonado, no logra aunar las versiones particulares; pronto se desarticulan las mismas palabras, que se tornan insignificantes. La desvirtuación comunicativa contribuye al aislamiento individual, a la espera de mejores hallazgos.


El sosiego no se compra ni se intercambia, si acaso se conquista y por un periodo de tiempo indeterminado; se interrumpe a la menor variación, por las propias inquietudes o por la sucesión de eventos en el entorno. Tanto las actitudes quejicas de lamentaciones continuadas, como las avasalladoras engreídas de su potencial; no consiguen evadirse de los trazados equívocos de la vida. Sea cual sea el sendero elegido, nadie se libre de la circulación por los variados LABERINTOS. Agobios y alardes se suceden; en ambos casos sin fundamentaciones bien elaboradas. En general, se dedica poca atención a las consecuencias derivadas de sus actividades, esos preocupantes efectos colaterales.


Atorados por las retahílas ambientales, sin el reposo necesario para replantarse las actitudes, la rutina y los actos reflejos suelen enseñorearse de los comportamientos. En semejantes situaciones, proliferan las tendencias escapistas, para derivar las responsabilidades y esperar que nos aporten soluciones. Pese al agobio resultante, para cualquier protagonista son evidentes los destellos breves en los cuales se pone de manifiesto la SUTILEZA de ciertos hilos subyacentes, fuertes y diversos. Desde una palabra oportuna, un gesto, un movimiento, reveladores de la fortaleza de unos lazos que hasta ese momento no parecían estar presentes; al fin se muestran como resolutivos.


Al sentirnos vivos, los elementos circundantes pasan de no ser nada a formar parte de la personalidad propia, cuando los percibimos e intervenimos acerca de ellos. Para bien o para mal, basándonos en querencias propias o sufriendo su cercanía no deseada. Ese pálpito de la INVOLUCRACIÓN resultará decisivo al hilo de la cuota de libertad a la que responderemos con decisiones variadas.


Por otra parte, ni ruinas somos si nos comparamos con los patrimonios arqueológicos de vetustos representantes. El centro vocacional de la persona se convierte en el centro CREATIVO particular; desde él participará y dará sentido a la presencia individual limitada en el tiempo. Se yergue en su extraña plenitud la realidad de esa vida, concreta, abierta a otras interpretaciones sublimes y esperanzadoras.

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