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Ya estamos globalizados, ahora nos falta hermanarnos a los goces de la genealogía, para templar el alma y no temblar de frío

Realidad y desafíos de hogar

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La realidad es la que es, está ahí para bien o para mal, instándonos a reflexionar. Por incontables que sean los análisis que se hagan, y nuestros propios sueños queramos convertirlos en savia, las luces como las sombras no dejan de acompañarnos. La primera dificultad la encontramos en nuestro ego, a través de nuestro comportamiento endiosado e individualista, desvirtuando los vínculos familiares y proyectando el encierro en la arrogancia, con un desinterés hacia todo, verdaderamente inhumano y deshumanizador, haciendo que prevalezca la falsedad permanente en nuestros andares. 


Hoy, realmente, se echa en falta ese espíritu cooperante de hogar, cuando menos para seguir contribuyendo a aportar el tan necesario auxilio a la seguridad alimentaria mundial. Sin duda, nos faltan brazos para el abrazo vivificante, para mejorar el suministro mundial de alimentos y estabilizar los mercados. Desde luego, tenemos que continuar mejorando el bienestar de los más débiles, fundamentalmente la de aquellos enganchados en los contextos humanitarios más desfavorecidos. La fragilidad tiene nombre de ser humano y, como tal, está en cada cual el saber cuidarnos y el hacernos valer.


Por desgracia, el mundo se está convirtiendo en una morada de gentes desorientadas, con unas gobernanzas ineficaces que avivan el estrés y la confusión constante, convirtiendo a los ciudadanos en meros motores de un sistema que esclaviza y aborrega. Esto hace que cada día uno se soporte menos así mismo, y opte por vivir solo o conviva sin cohabitar. Olvidamos que nos hace falta abrigarnos unos a otros y curar los males, corazón a corazón. Indudablemente, a poco que buceemos por nuestro interior, observaremos un descalabro moral que nos está dejando en la cuneta de los despropósitos, totalmente hundidos, sin espacio de protección y de fidelidad, porque en verdad nos hemos cargado el tronco de nuestra propia rama de linaje. Es cierto que no tiene sentido quedarnos en una mera acusación evasiva de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo, precisamos la fuerza motivadora del amor bien entendido, con un amar mejor conjugado, para responder a nuestros privativos lamentos. Al fin y al cabo, todos requerimos alimentar en nosotros una vena de aliento compatible para que la situación se nos vuelva menos sufrible y llevadera.


Necesitamos volver a ese nido, donde se cultivan los valores comunitarios, lo que pone de relieve la importancia de sentirnos amados, como principio existencial. Lo importante es dar continuidad, proteger la energía en todas sus etapas, también en su ocaso. El mundo tiene que entonar y entroncar otras sintonías más de unión y comunión, de alianzas, sin hacer alarde ni agrandarse por nada, sanando la envidia y poniéndonos siempre en actitud de servicio para poder experimentar la felicidad de un alma en donación continua. Estoy convencido que únicamente así, podremos aminorar dolores y salvar biografías. Pongámonos, pues, en el camino de la concordia. Activemos esa paz que se ajusta a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional.


Comprometámonos a trabajar juntos por el bien común. Ya estamos globalizados, ahora nos falta hermanarnos a los goces de la genealogía, para templar el alma y no temblar de frío. Antes, tal vez, tengamos que salir de nuestros intereses mezquinos; desprendernos para entregarnos al laboreo de ese orbe armónico, destruyendo la cadena del mal y enmendando nuestra personal historia, con el todo en común; puesto que somos individuos sociales, y con mayor razón, entes familiares.


Está visto que, un domicilio sin puertas abiertas, es como un cuerpo sin alma. Nuestro amor es el refugio, un albergue que pueden abandonarlo nuestros pies, pero jamás nuestros órganos. Fuera traiciones. Hay que renacer a diario, reinventarse y empezar siempre de nuevo cada aurora. Esta contemplativa estética del afecto tiene que brillar en los ojos para poder acariciar horizontes celestes en un planeta crecido de indiferencias y rechazos. Generalmente, en todas las atmósferas vivientes, los hombres suelen reconocer el gran papel que juegan las mujeres en la mejora del nivel de vida de las familias, pero es fundamental también ampararlas y protegerlas de las constantes formas de dominio, perversión, violencia doméstica y abuso sexual. Reconducirnos siempre es saludable, sobre todo por aquellas gentes experimentadas y formadas, de manera que las crisis tampoco nos ahoguen, llevándonos a tomar decisiones apresuradas, obviando que el arte de la reconciliación es una misión inherente a toda existencia. Que quien haya sido herido o vociferado sea pronto tranquilizado y aliviado, es cuestión de todos y de cada uno. No hay mejor reivindicación, por consiguiente, que encender la lumbre en la estancia de toda parentela. Concibámoslo, siempre con el vocablo del amor, que es lo que nos transporta a la dulzura y a la bondad.

Realidad y desafíos de hogar

Ya estamos globalizados, ahora nos falta hermanarnos a los goces de la genealogía, para templar el alma y no temblar de frío
Víctor Corcoba
jueves, 26 de enero de 2023, 09:30 h (CET)

La realidad es la que es, está ahí para bien o para mal, instándonos a reflexionar. Por incontables que sean los análisis que se hagan, y nuestros propios sueños queramos convertirlos en savia, las luces como las sombras no dejan de acompañarnos. La primera dificultad la encontramos en nuestro ego, a través de nuestro comportamiento endiosado e individualista, desvirtuando los vínculos familiares y proyectando el encierro en la arrogancia, con un desinterés hacia todo, verdaderamente inhumano y deshumanizador, haciendo que prevalezca la falsedad permanente en nuestros andares. 


Hoy, realmente, se echa en falta ese espíritu cooperante de hogar, cuando menos para seguir contribuyendo a aportar el tan necesario auxilio a la seguridad alimentaria mundial. Sin duda, nos faltan brazos para el abrazo vivificante, para mejorar el suministro mundial de alimentos y estabilizar los mercados. Desde luego, tenemos que continuar mejorando el bienestar de los más débiles, fundamentalmente la de aquellos enganchados en los contextos humanitarios más desfavorecidos. La fragilidad tiene nombre de ser humano y, como tal, está en cada cual el saber cuidarnos y el hacernos valer.


Por desgracia, el mundo se está convirtiendo en una morada de gentes desorientadas, con unas gobernanzas ineficaces que avivan el estrés y la confusión constante, convirtiendo a los ciudadanos en meros motores de un sistema que esclaviza y aborrega. Esto hace que cada día uno se soporte menos así mismo, y opte por vivir solo o conviva sin cohabitar. Olvidamos que nos hace falta abrigarnos unos a otros y curar los males, corazón a corazón. Indudablemente, a poco que buceemos por nuestro interior, observaremos un descalabro moral que nos está dejando en la cuneta de los despropósitos, totalmente hundidos, sin espacio de protección y de fidelidad, porque en verdad nos hemos cargado el tronco de nuestra propia rama de linaje. Es cierto que no tiene sentido quedarnos en una mera acusación evasiva de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo, precisamos la fuerza motivadora del amor bien entendido, con un amar mejor conjugado, para responder a nuestros privativos lamentos. Al fin y al cabo, todos requerimos alimentar en nosotros una vena de aliento compatible para que la situación se nos vuelva menos sufrible y llevadera.


Necesitamos volver a ese nido, donde se cultivan los valores comunitarios, lo que pone de relieve la importancia de sentirnos amados, como principio existencial. Lo importante es dar continuidad, proteger la energía en todas sus etapas, también en su ocaso. El mundo tiene que entonar y entroncar otras sintonías más de unión y comunión, de alianzas, sin hacer alarde ni agrandarse por nada, sanando la envidia y poniéndonos siempre en actitud de servicio para poder experimentar la felicidad de un alma en donación continua. Estoy convencido que únicamente así, podremos aminorar dolores y salvar biografías. Pongámonos, pues, en el camino de la concordia. Activemos esa paz que se ajusta a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional.


Comprometámonos a trabajar juntos por el bien común. Ya estamos globalizados, ahora nos falta hermanarnos a los goces de la genealogía, para templar el alma y no temblar de frío. Antes, tal vez, tengamos que salir de nuestros intereses mezquinos; desprendernos para entregarnos al laboreo de ese orbe armónico, destruyendo la cadena del mal y enmendando nuestra personal historia, con el todo en común; puesto que somos individuos sociales, y con mayor razón, entes familiares.


Está visto que, un domicilio sin puertas abiertas, es como un cuerpo sin alma. Nuestro amor es el refugio, un albergue que pueden abandonarlo nuestros pies, pero jamás nuestros órganos. Fuera traiciones. Hay que renacer a diario, reinventarse y empezar siempre de nuevo cada aurora. Esta contemplativa estética del afecto tiene que brillar en los ojos para poder acariciar horizontes celestes en un planeta crecido de indiferencias y rechazos. Generalmente, en todas las atmósferas vivientes, los hombres suelen reconocer el gran papel que juegan las mujeres en la mejora del nivel de vida de las familias, pero es fundamental también ampararlas y protegerlas de las constantes formas de dominio, perversión, violencia doméstica y abuso sexual. Reconducirnos siempre es saludable, sobre todo por aquellas gentes experimentadas y formadas, de manera que las crisis tampoco nos ahoguen, llevándonos a tomar decisiones apresuradas, obviando que el arte de la reconciliación es una misión inherente a toda existencia. Que quien haya sido herido o vociferado sea pronto tranquilizado y aliviado, es cuestión de todos y de cada uno. No hay mejor reivindicación, por consiguiente, que encender la lumbre en la estancia de toda parentela. Concibámoslo, siempre con el vocablo del amor, que es lo que nos transporta a la dulzura y a la bondad.

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