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Ayúdame, mi Señor,
en la anhelante porfía
de recordar Tu Nacencia
que maravilló a la ciencia
y al mundo trajo alegría.
En el reinado de Herodes,
(que por leído colijo)
ocurrió algo especial:
nuestro Padre Celestial
nos enviaba a Su Hijo.
Hecho que se conocía,
casi ocho siglos atrás
pues Isaías el Profeta
gran orador y poeta
lo reveló a los demás.
Para que estuvieran todos,
pendientes de esa visita
dado que el Rey del Amor
enviaría a un Salvador
a nuestra Tierra bendita.
Con la exclusiva intención,
de abrirnos Su corazón
para que toda criatura
recibiera el Agua Pura
signo de la Salvación.
De aquel Celestial evento
nos llegan a la memoria,
que unos humildes pastores
rindieron vidas y honores
al más Grande de la Historia.
Que nació como es sabido,
en un humilde portal
entre una mula y un buey
a pesar de ser el Rey
Salvífico e Inmortal.
Y tras marcar el Camino,
de nuestro quehacer diario,
glorioso al Cielo ascendió
y al mismo tiempo quedó,
¡para siempre en el Sagrario!
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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