Podría ocurrir que todo lo que está “cometiendo” Sánchez en lo legislativo, lo social y hasta como socialista, es algo con lo que está totalmente de acuerdo. Vamos, que es lo que le gusta para España.
Es constante la afirmación de que Sánchez, traga todo lo que traga, legisla todo lo que legisla y hace todo lo que hace, obligado por su magra recolecta de diputados, su debilidad política e incluso por su escasez neuronal para la cosa pública. Y a todo eso hay que añadir su desmedida ambición de poder, por lo que, a cambio de permanecer en La Moncloa, pasa por carros y carretas.
Y todo eso es verdad, pero podría ser solamente parte de la verdad, porque a juzgar por su trayectoria y la complacencia que, impostada o no, muestra por sus “logros”, se podría deducir que todo eso, es lo que pretende conseguir y que está en política para lograrlo.
Cuando Sánchez afirma que “en 2018 heredé un problemón” y que ahora la situación en Cataluña es infinitamente mejor, da que pensar que una Cataluña, dividida, empobrecida, hundida empresarialmente, con unos políticos huidos, procesados, indultados, ineficaces y unas instituciones paralizadas, es la que Sánchez quiere, la que a Sánchez le gusta.
Cuando dice que la economía está en alza, que la inflación es pasajera, que los impuestos son justos y que en Europa copian su gestión hay que concluir que una inflación desbocada, un paro insostenible, una seguridad social arruinada y un sector empresarial cada día más descontento, es lo que Sánchez quiere, lo que a Sánchez le gusta.
Cuando Sánchez asevera que la gestión de la pandemia ha sido ejemplar y que los españoles han salido más fuertes y que nadie se ha quedado atrás, habrá que intuir, que el número de fallecidos, los fiascos en la compra de material sanitario, el deterioro físico y psicológico de médicos y enfermeros y las consecuencias posteriores en la salud de muchos ciudadanos que engrosan las colas del hambre porque sí se han quedado atrás, es lo que Sánchez quiere, lo que a Sánchez le gusta.
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