La palabra “domingo” viene de “Domínicus”, o sea, Señor en latín, y seguramente a cualquiera que le preguntáramos no tendría demasiado problema para decirnos que desde siempre ha sido un día para Dios, un día sagrado. Probablemente tenemos casi todos esa idea de fondo.
Otra cosa es cómo se vive realmente, y ahí nos encontramos mucha variedad. En España, hace 60 años, por poner una cifra, la mayoría de la gente iba a misa. Se cuenta que, en algunos pueblos, los hombres, durante la homilía, se salían de la iglesia a fumar un pitillo y volvían a entrar cuando el párroco terminaba su perorata. Era un planteamiento superficial, iban por cumplir y, muchos de ellos no entendían demasiado del por qué.
Pero en general la asistencia a misa era masiva y muy respetuosa. Había gente que se confesaba en aquel momento y había mucha gente que comulgaba. Esto hoy todavía ocurre en muchas parroquias. Hay iglesias que se llenan, con un buen ambiente de recogimiento, con gente que se confiesa en ese rato si hay sacerdotes disponibles, y muchas comuniones. Pero también sabemos de otras parroquias con menos ambiente y, sobre todo, sabemos de muchas personas cercanas, quizá amigos, quizá familiares, que no asisten a la misa de los domingos.
Hace 60 años la gente tenía menos cosas que hacer en un domingo y asistían a misa. Hoy resulta que el domingo se ha convertido en el día de viajar -desde el viernes hasta el domingo tarde- o el día para dormir más, porque se estuvo trasnochando, o el día para ir a comer a algún lugar exótico. Y se deja la misa como algo que “ya si eso…”. Nos da pena ver familias con poco ambiente cristiano que no valoran algo tan importante.
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