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Están siempre dando leña,
pretendiendo hacernos daño.
¿Si es parte de nuestra seña,
porqué interfieres extraño?
Si un extranjero se empeña,
en desterrar nuestra eñe,
seguro que se despeña
por más que con ello sueñe.
Hay que seguir desdeñando
con sañuda tozudez,
a quien quiera domeñarnos
con tan extraña memez.
Zafados ya del despeñe,
con señorío tiempo y maña,
hemos salvado la eñe
para su empleo en España.
¡Qué tacaños los de Roma!
¡qué ceñidos los ingleses!
¡qué ñoños con nuestro idioma!
¡qué maraña de intereses!
Menos mal que nuestro empeño
por zanjar el desaliño,
nos hizo fruncir el ceño
y apretarnos el corpiño.
Que nadie, pues, se constriña,
por ese leve rasguño,
porque haciendo una gran piña
los metimos en un puño.
Unidos los alcarreños,
con vecinos de Santoña,
junto a otros lugareños
quitamos esa ponzoña.
Al final nos apañamos,
los amigos del terruño
y, de paso, pergeñamos
un cantar de nuevo cuño.
¡¡Retornó el añil del cielo
y con la fuerza de antaño,
podremos decir buñuelo
año, coño y desengaño!!
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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