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Opinión
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El vitalismo de las comarcas resulta primordial

Pego, con rescoldos entrañables

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Cuando aún olisqueamos la negrura de los recientes incendios y su asimilación genera las reflexiones oportunas; se ponen de manifiesto también el resto de las manifestaciones vitales de la comarca. Hoy me detengo en la espléndida imagen de los humedales ARROCEROS, de indudable sentido antropológico para sus habitantes, fraguado tras los avatares de muchas personas involucradas en diferentes épocas. Las espigas doradas embellecen la comarca en estos días.


Sin entrar en las antigüedades de los elefantes cartagineses atravesando estas zonas ni otras circunstancias pretéritas de recuerdos confusos; allá por los 40 del siglo pasado se convirtió esta zona en un indudable emporio de resistencia ocupacional y aportes alimenticios en torno al arroz. Desde el cultivo de sus pequeñas parcelas, mucha gente empeñó sus labores en la producción arrocera en sus múltiples variedades. La suma de dichos esfuerzos ya pasó a formar parte constitutiva de las principales características pegolinas.


El tráfago de los tiempos no se detiene, sin entrar ahora en valoraciones de si evoluciona para bien o para mal. Se alivian e incluso desaparecen ciertos condicionantes penosos. Al tiempo, también las vivencias gozosas se atenúan y acaban por pasar desapercibidas e incluso menospreciadas. Por fortuna, ya no se precisan aquellos trabajos, pero como digo, con su desaparición acaba menguando la riqueza generada en torno al cultivo arrocero. La globalización mercantil acentúa ese agostamiento de toda una actividad costumbrista de esos años.


Las escenas derivadas de aquellas actividades dejaron su sello imborrable en el entorno familiar de los implicados. Al sumarse generaban una IMPRONTA específica en todas las áreas del pueblo. Las vestimentas típicas, los transportes empleados a base de barcas y carros, desde la planta a la culminación de la siega. La trilla en las eras venía a componer todo un ámbito folclórico con familiares y amigos; sin faltar las canciones, ni los apaños para los condumios dedicados a reponer fuerzas. La movilización era total. El secado del arroz ya liberado configuraba todo un ritual imprescindible. Son reflejos de unas ocupaciones arrumbadas por las tendencias modernas sin perder un ápice de su significado para el pueblo en esa época.


Los enfoques comerciales posteriores se juntan con la rapidez evolutiva de los cambios en la sociedad, afectan a los ámbitos más íntimos de las familias ligados de manera inevitable a esa aceleración progresiva de cuanto acontece. Los abandonos de gran parte de los cultivos arroceros se suceden en un  goteo evidente. Para la zona comienzan a fraguarse planes de gestión con previsiones totalmente diferentes, con rasgos ecológicos y de concentración parcelaria. Las posibilidades de semejantes proyectos están en el horizonte, con las consiguientes dificultades derivadas de su ejecución y mantenimiento. Con una DISTORSIÓN lamentable entre los gestores y los propietarios de esas tierras.


Al fin surgen impulsos renovadores intentando adaptarse a los tiempos para la recuperación de aquella riqueza pecuniaria y sentimental. La nueva regulación de esas áreas afectadas evita la excesiva segmentación de las tierras cultivadas, favoreciendo así el mejor empleo de la maquinaria moderna. La renovación implica también una atención esmerada a la diversidad de semillas disponibles, su adecuación a las características de la zona y el bosquejo de sus mayores utilidades. Viene a ser una MODERNIZACIÓN en toda regla de dichas actividades. Cobran especial relieve los aspectos cualitativos de toda la actividad, las ventajas de la tierra, los mejores arroces, el sentimiento de recuperación y un sinfín de efectos colaterales beneficiosos.


Llegados a este momento topamos con un cruce de perspectivas apasionante. La evolución inclemente tiende a desdeñar estos aspectos particulares de determinadas gentes, de los matices inigualables de los productos comarcales; quizá por eso en los más jóvenes del lugar se implanta un evidente desinterés por estas cuestiones. Frente a estas actitudes despectivas renace el interés por sacar a colación valores entrañables, que por otro lado, bien cuidados adquieren una nobleza actual inalcanzable por los derroteros acomodaticios de la vorágine social imperante.


Al mencionar las diferentes variedades de arroz experimentadas por estas tierras, el olvido progresivo de sus matices conduce a una mediocridad rampante que arrasa con todo. Aquí se obtiene sobre todo el arroz Bombón, Bomba y muchas otras variantes. Me atrevo a decir que ya son pocas personas quienes son capaces de distinguir sus cualidades. Algunos entusiastas de la restauración culinaria o de estos cultivos, mantienen encendida la chispa capaz de discriminar las peculiaridades. A ello añadiríamos que las calidades de la tierra son más apropiadas para ciertas variedades. Son detalles decisivos a la hora de concretar los cultivos con las mejores perspectivas de cara al producto final.


La implicación ciudadana en el desarrollo de las actividades arroceras ha cambiado completamente con respecto a épocas anteriores. Ya no está todo el pueblo involucrado en los trabajos de este sector, las maquinarias y los modos de actuación se han concentrado en torno a un menor número de personas. Aunque esto no merma ni un ápice del valor final, por contrario lo consigue incrementar; el sector activo de la población se despega progresivamente de dichas labores. Supone un replanteamiento en toda regla de la participación ciudadana. La burbuja entrañable mantiene su esplendor, cargado de una belleza bucólica sin par, de gran proyección comercial y notables matices insustituibles.


Frente a las culturas imperantes de carácter abrasivo, cobran especial relieve las actitudes involucradas en el mantenimiento y esmerado cuidado de las peculiaridades de cada zona. La tabla rasa de una globalización estúpida estropea cualquier brote ilusionante nacido desde la espontaneidad. Los cambios se suceden y las costumbres se adaptan con modificaciones sustanciales, es irremediable. Eso no debería dejarnos tranquilos ante el abandono de numerosas realidades valiosas, no vale la escusa de los comportamientos generalizados. En diferentes sectores, citrícolas, ganaderos o muchas otras actividades, despertamos a diario con las nefastas noticias frustrantes por no reaccionar a tiempo.


Se aprecia con excesiva frecuencia una discordancia nefasta entre sectores sociales fundamentales. Los grandes capitales siempre salen favorecidos. Las informaciones tendenciosas nos inducen a la confusión. El gregarismo poco razonado propende a decisiones controvertidas. Quedando el ciudadano marginado en gran parte de las decisiones adoptadas. Nadie se libra de responsabilidades, porque la pasividad acomodaticia de bajo rango favorece los mayores desmanes.


En cada sector se impone la ACTUALIZACIÓN de sus condiciones sin renuncias absurdas. La suma de participantes decididos tiene la palabra, cuidar los valores considerados esenciales o dejarse llevar por la corriente. El sector arrocero de Pego aporta una de estas riquezas a tener en  cuenta, de enorme raigambre y prestancia; para introducirse en ese ilusionante porvenir avizorado.

Pego, con rescoldos entrañables

El vitalismo de las comarcas resulta primordial
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 9 de septiembre de 2022, 11:28 h (CET)


Cuando aún olisqueamos la negrura de los recientes incendios y su asimilación genera las reflexiones oportunas; se ponen de manifiesto también el resto de las manifestaciones vitales de la comarca. Hoy me detengo en la espléndida imagen de los humedales ARROCEROS, de indudable sentido antropológico para sus habitantes, fraguado tras los avatares de muchas personas involucradas en diferentes épocas. Las espigas doradas embellecen la comarca en estos días.


Sin entrar en las antigüedades de los elefantes cartagineses atravesando estas zonas ni otras circunstancias pretéritas de recuerdos confusos; allá por los 40 del siglo pasado se convirtió esta zona en un indudable emporio de resistencia ocupacional y aportes alimenticios en torno al arroz. Desde el cultivo de sus pequeñas parcelas, mucha gente empeñó sus labores en la producción arrocera en sus múltiples variedades. La suma de dichos esfuerzos ya pasó a formar parte constitutiva de las principales características pegolinas.


El tráfago de los tiempos no se detiene, sin entrar ahora en valoraciones de si evoluciona para bien o para mal. Se alivian e incluso desaparecen ciertos condicionantes penosos. Al tiempo, también las vivencias gozosas se atenúan y acaban por pasar desapercibidas e incluso menospreciadas. Por fortuna, ya no se precisan aquellos trabajos, pero como digo, con su desaparición acaba menguando la riqueza generada en torno al cultivo arrocero. La globalización mercantil acentúa ese agostamiento de toda una actividad costumbrista de esos años.


Las escenas derivadas de aquellas actividades dejaron su sello imborrable en el entorno familiar de los implicados. Al sumarse generaban una IMPRONTA específica en todas las áreas del pueblo. Las vestimentas típicas, los transportes empleados a base de barcas y carros, desde la planta a la culminación de la siega. La trilla en las eras venía a componer todo un ámbito folclórico con familiares y amigos; sin faltar las canciones, ni los apaños para los condumios dedicados a reponer fuerzas. La movilización era total. El secado del arroz ya liberado configuraba todo un ritual imprescindible. Son reflejos de unas ocupaciones arrumbadas por las tendencias modernas sin perder un ápice de su significado para el pueblo en esa época.


Los enfoques comerciales posteriores se juntan con la rapidez evolutiva de los cambios en la sociedad, afectan a los ámbitos más íntimos de las familias ligados de manera inevitable a esa aceleración progresiva de cuanto acontece. Los abandonos de gran parte de los cultivos arroceros se suceden en un  goteo evidente. Para la zona comienzan a fraguarse planes de gestión con previsiones totalmente diferentes, con rasgos ecológicos y de concentración parcelaria. Las posibilidades de semejantes proyectos están en el horizonte, con las consiguientes dificultades derivadas de su ejecución y mantenimiento. Con una DISTORSIÓN lamentable entre los gestores y los propietarios de esas tierras.


Al fin surgen impulsos renovadores intentando adaptarse a los tiempos para la recuperación de aquella riqueza pecuniaria y sentimental. La nueva regulación de esas áreas afectadas evita la excesiva segmentación de las tierras cultivadas, favoreciendo así el mejor empleo de la maquinaria moderna. La renovación implica también una atención esmerada a la diversidad de semillas disponibles, su adecuación a las características de la zona y el bosquejo de sus mayores utilidades. Viene a ser una MODERNIZACIÓN en toda regla de dichas actividades. Cobran especial relieve los aspectos cualitativos de toda la actividad, las ventajas de la tierra, los mejores arroces, el sentimiento de recuperación y un sinfín de efectos colaterales beneficiosos.


Llegados a este momento topamos con un cruce de perspectivas apasionante. La evolución inclemente tiende a desdeñar estos aspectos particulares de determinadas gentes, de los matices inigualables de los productos comarcales; quizá por eso en los más jóvenes del lugar se implanta un evidente desinterés por estas cuestiones. Frente a estas actitudes despectivas renace el interés por sacar a colación valores entrañables, que por otro lado, bien cuidados adquieren una nobleza actual inalcanzable por los derroteros acomodaticios de la vorágine social imperante.


Al mencionar las diferentes variedades de arroz experimentadas por estas tierras, el olvido progresivo de sus matices conduce a una mediocridad rampante que arrasa con todo. Aquí se obtiene sobre todo el arroz Bombón, Bomba y muchas otras variantes. Me atrevo a decir que ya son pocas personas quienes son capaces de distinguir sus cualidades. Algunos entusiastas de la restauración culinaria o de estos cultivos, mantienen encendida la chispa capaz de discriminar las peculiaridades. A ello añadiríamos que las calidades de la tierra son más apropiadas para ciertas variedades. Son detalles decisivos a la hora de concretar los cultivos con las mejores perspectivas de cara al producto final.


La implicación ciudadana en el desarrollo de las actividades arroceras ha cambiado completamente con respecto a épocas anteriores. Ya no está todo el pueblo involucrado en los trabajos de este sector, las maquinarias y los modos de actuación se han concentrado en torno a un menor número de personas. Aunque esto no merma ni un ápice del valor final, por contrario lo consigue incrementar; el sector activo de la población se despega progresivamente de dichas labores. Supone un replanteamiento en toda regla de la participación ciudadana. La burbuja entrañable mantiene su esplendor, cargado de una belleza bucólica sin par, de gran proyección comercial y notables matices insustituibles.


Frente a las culturas imperantes de carácter abrasivo, cobran especial relieve las actitudes involucradas en el mantenimiento y esmerado cuidado de las peculiaridades de cada zona. La tabla rasa de una globalización estúpida estropea cualquier brote ilusionante nacido desde la espontaneidad. Los cambios se suceden y las costumbres se adaptan con modificaciones sustanciales, es irremediable. Eso no debería dejarnos tranquilos ante el abandono de numerosas realidades valiosas, no vale la escusa de los comportamientos generalizados. En diferentes sectores, citrícolas, ganaderos o muchas otras actividades, despertamos a diario con las nefastas noticias frustrantes por no reaccionar a tiempo.


Se aprecia con excesiva frecuencia una discordancia nefasta entre sectores sociales fundamentales. Los grandes capitales siempre salen favorecidos. Las informaciones tendenciosas nos inducen a la confusión. El gregarismo poco razonado propende a decisiones controvertidas. Quedando el ciudadano marginado en gran parte de las decisiones adoptadas. Nadie se libra de responsabilidades, porque la pasividad acomodaticia de bajo rango favorece los mayores desmanes.


En cada sector se impone la ACTUALIZACIÓN de sus condiciones sin renuncias absurdas. La suma de participantes decididos tiene la palabra, cuidar los valores considerados esenciales o dejarse llevar por la corriente. El sector arrocero de Pego aporta una de estas riquezas a tener en  cuenta, de enorme raigambre y prestancia; para introducirse en ese ilusionante porvenir avizorado.

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