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En este país (España)

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“En este país”, “en este país”, “en este país”… Y así una y mil veces, reiteradamente, machaconamente en apenas frase y media, en el intervalo de unos segundos ¿No resulta además de cansino casi hasta insultante? ¿Por qué no se acostumbran los políticos y los analistas a manejar, aunque sea muy de vez en cuando la voz España? ¿Reparasteis en ello en el famoso “Debate Decisivo”? Y me pregunto, ¿es este hecho achacable a una cuestión de complejos o es un simple latiguillo adquirido?

No obstante, esta circunstancia no se circunscribe únicamente a nuestro tiempo, pues curiosamente Mariano José de Larra ya denunció esta expresión en 1833 en un conocido artículo titulado “En este país”. Fue publicado en la Revista Española bajo el seudónimo de Fígaro.

En primer lugar, el escritor madrileño se lamentaba de la rapidez en que se propagan este tipo de “funestos y humillantes términos”:

” Hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y que se derraman por toda una nación, así como se propagan hasta los términos de un estanque las ondas producidas por la caída de una piedra en medio del agua. Muchas de este género pudiéramos citar, en el vocabulario político sobre todo; de esta clase son aquellas que, halagando las pasiones de los partidos, han resonado tan funestamente en nuestros oídos en los años que van pasados de este siglo, tan fecundo en mutaciones de escena y en cambio de decoraciones”

Para a continuación lanzar todo tipo de improperios hacia esta muletilla. Una cantinela que sólo tiene un oscuro objetivo: enunciar algún aspecto negativo de nuestro país o exteriorizar una total desconfianza hacia el progreso de España.

«En este país...», ésta es la frase que todos repetimos a porfía, frase que sirve de clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que a nuestros ojos choque en mal sentido. «¿Qué quiere usted?»-decimos-,«¡en este país!». Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla:«¡Cosas de este país!», que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.

¿Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nación? No creo que pueda ser éste su origen, porque sólo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre a mano con que responderse a sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general? Esto parece más ingenioso que cierto.

Creo entrever la causa verdadera de esta humillante expresión. Cuando se halla un país en aquel crítico momento en que se acerca a una transición, y en que, saliendo de las tinieblas, comienza a brillar a sus ojos un ligero resplandor, no conoce todavía el bien, empero ya conoce el mal, de donde pretende salir para probar cualquiera otra cosa que no sea lo que hasta entonces ha tenido.

(…) Cuando oímos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un país donde las ventajas de la ilustración se han hecho conocer con mucha anterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra inspección examinar, nada extrañamos en su boca, si no es la falta de consideración y aún de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre honrado que la recibe; pero cuando oímos la expresión despreciativa que hoy merece nuestra sátira en bocas de españoles, y de españoles, sobre todo, que no conocen más país que este mismo suyo, que tan injustamente dilaceran, apenas reconoce nuestra indignación límites en que contenerse.

Borremos, pues, de nuestro lenguaje la humillante expresión que no nombra a este país sino para denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices. Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con el extranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el presente, y para rivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos: sólo en este sentido opondremos nosotros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro.

Olvidemos, lo repetimos, esa funesta expresión que contribuye a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos. Hagamos más favor o justicia a nuestro país, y creámosle capaz de esfuerzos y felicidades. Cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y en vez de alimentar nuestra inacción con la expresión de desaliento: «¡Cosas de España!», contribuya cada cual a las mejoras posibles. Entonces este país dejará de ser tan mal tratado de los extranjeros, a cuyo desprecio nada podemos oponer, si de él les damos nosotros mismos el vergonzoso ejemplo.

¡Usemos entonces sin rubor la palabra ESPAÑA, y miremos con optimismo el futuro de nuestro de país!

En este país (España)

Juan López Benito
miércoles, 9 de diciembre de 2015, 00:17 h (CET)
“En este país”, “en este país”, “en este país”… Y así una y mil veces, reiteradamente, machaconamente en apenas frase y media, en el intervalo de unos segundos ¿No resulta además de cansino casi hasta insultante? ¿Por qué no se acostumbran los políticos y los analistas a manejar, aunque sea muy de vez en cuando la voz España? ¿Reparasteis en ello en el famoso “Debate Decisivo”? Y me pregunto, ¿es este hecho achacable a una cuestión de complejos o es un simple latiguillo adquirido?

No obstante, esta circunstancia no se circunscribe únicamente a nuestro tiempo, pues curiosamente Mariano José de Larra ya denunció esta expresión en 1833 en un conocido artículo titulado “En este país”. Fue publicado en la Revista Española bajo el seudónimo de Fígaro.

En primer lugar, el escritor madrileño se lamentaba de la rapidez en que se propagan este tipo de “funestos y humillantes términos”:

” Hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y que se derraman por toda una nación, así como se propagan hasta los términos de un estanque las ondas producidas por la caída de una piedra en medio del agua. Muchas de este género pudiéramos citar, en el vocabulario político sobre todo; de esta clase son aquellas que, halagando las pasiones de los partidos, han resonado tan funestamente en nuestros oídos en los años que van pasados de este siglo, tan fecundo en mutaciones de escena y en cambio de decoraciones”

Para a continuación lanzar todo tipo de improperios hacia esta muletilla. Una cantinela que sólo tiene un oscuro objetivo: enunciar algún aspecto negativo de nuestro país o exteriorizar una total desconfianza hacia el progreso de España.

«En este país...», ésta es la frase que todos repetimos a porfía, frase que sirve de clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que a nuestros ojos choque en mal sentido. «¿Qué quiere usted?»-decimos-,«¡en este país!». Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla:«¡Cosas de este país!», que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.

¿Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nación? No creo que pueda ser éste su origen, porque sólo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre a mano con que responderse a sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general? Esto parece más ingenioso que cierto.

Creo entrever la causa verdadera de esta humillante expresión. Cuando se halla un país en aquel crítico momento en que se acerca a una transición, y en que, saliendo de las tinieblas, comienza a brillar a sus ojos un ligero resplandor, no conoce todavía el bien, empero ya conoce el mal, de donde pretende salir para probar cualquiera otra cosa que no sea lo que hasta entonces ha tenido.

(…) Cuando oímos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un país donde las ventajas de la ilustración se han hecho conocer con mucha anterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra inspección examinar, nada extrañamos en su boca, si no es la falta de consideración y aún de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre honrado que la recibe; pero cuando oímos la expresión despreciativa que hoy merece nuestra sátira en bocas de españoles, y de españoles, sobre todo, que no conocen más país que este mismo suyo, que tan injustamente dilaceran, apenas reconoce nuestra indignación límites en que contenerse.

Borremos, pues, de nuestro lenguaje la humillante expresión que no nombra a este país sino para denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices. Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con el extranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el presente, y para rivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos: sólo en este sentido opondremos nosotros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro.

Olvidemos, lo repetimos, esa funesta expresión que contribuye a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos. Hagamos más favor o justicia a nuestro país, y creámosle capaz de esfuerzos y felicidades. Cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y en vez de alimentar nuestra inacción con la expresión de desaliento: «¡Cosas de España!», contribuya cada cual a las mejoras posibles. Entonces este país dejará de ser tan mal tratado de los extranjeros, a cuyo desprecio nada podemos oponer, si de él les damos nosotros mismos el vergonzoso ejemplo.

¡Usemos entonces sin rubor la palabra ESPAÑA, y miremos con optimismo el futuro de nuestro de país!

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