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Convendría que el sentimiento y la responsabilidad evitaran la vivencia de las tragedias como espectáculos

Moral de tragedia

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Si el concepto de la moralidad entraña consideraciones complejas según las situaciones y las personas implicadas, su perfil queda pendiente de la aplicación práctica; no resulta sencillo, no, clarificar la exposición de sus características. La interpretación personal es decisiva, pero resulta insuficiente si no va acompañada de su acompañamiento en forma de las conductas adecuadas.


Hablar de moral colectiva es una idea controvertida por su dudosa concreción. El ENFOQUE de estos asuntos es un tanto paradójico, la sencillez del conocimiento no requiere complejos razonamientos, aunque las teorías se enredan y la coherencia de las actuaciones cruje en una serie de ejemplos de lamentables consecuencias.


La moral ocupa una pequeña parcela acosada por el resto de tendencias apasionadas activadas en las personas. El hecho de considerarla importante no invalida su posición real mezclada con ese resto mencionado. No se trata únicamente de como es valorada por cada protagonista, esa valoración tampoco es uniforme, depende de las situaciones afrontadas; dejando patente la imposibilidad de una actuación moral si uno no dispone de la libertad suficiente para decidir. No valen tampoco subterfugios, en esto decide uno bajo la franqueza de su intimidad. Es una TAREA sin posiciones establecidas de antemano, su grado de precisión e intensidad viene regida por los adentros, con la responsabilidad subsiguiente.


Ambos planteamientos, el enfoque y las tareas, se ponen especialmente de manifiesto en las situaciones de fuerte compromiso; pero también en esto del compromiso cada uno escoge su grado. Si su administración en las situaciones complacientes exige la serenidad para evitar extravagancias, pensar en la claridad moral frente a las graves condiciones TRÁGICAS adquiere una agudeza sin precedentes porque se perciben las deficiencias con mayor trastorno. Son numerosos los factores a tener en cuenta, es fácil la difuminación de las condiciones morales y no siempre coinciden las declaraciones con la coherencias de las conductas derivadas. Tragedias no faltan y en la variedad de las respuestas vemos de todo.


Los terribles ejemplos saltan en las diferentes localizaciones, interpelando desde circunstancias variables al resto del mundo. Contamos con un repertorio de guerras inusitado en cualquier continente, como si no hubieran otras maneras de componer mejores acuerdos. Los accidentes configuran un amplio grupo junto a los fenómenos naturales de carácter catastrófico. La perversión individual o colectiva penetra de mala manera en la vida de muchas personas. Una de las circunstancias con mayor influencia de cara a las interpretaciones morales y las respuestas adoptadas es la DISTANCIA entre los hechos y cada sujeto en particular; altera las percepciones y las sensibilidades efectivas.


Las guerras aplican la amplia gama de sus efectos dañinos con salvajismos extremosos, con ese protagonismo sufriente de las víctimas y con el perfil de quienes agreden, sobrepasando los calificativos habituales. Es natural la percepción predominante de las acometidas en directo, quizá por ello se tiende a pasar por alto las causas y colaboraciones menos evidentes, aunque no por ello sean intrascendentes; en ellas asienta con frecuencia el nacimiento del afán agresivo. Se requieren múltiples complicidades hasta llegar a la DEGRADACIÓN de las conductas, pasan desapercibidas porque su vinculación con el hecho nefasto se diluye y por lo general se tratan de ocultar.


Los hechos luctuosos adoptan numerosos formatos de violencia doméstica, xenofobia terrorista, tiroteos de gente enajenada, hambrunas, arrebatos pasionales; con su característica de estar más circunscritos a las acciones personales o manejos grupales. En semejante variedad es lógico pensar en la confluencia de un sinfín de condicionantes, con la dificultad consiguiente de lograr una buena comprensión de los actos cometidos. Su SIMPLIFICACIÓN plantea dos inconvenientes. No se corrigen las actitudes previas para hacer ver el despropósito xenófobo, abusos o las emociones libertarias. Una vez sucedidos los hechos, las medidas adoptadas tampoco abarcarán las ramificaciones de los desastres provocados.


El distanciamiento con respecto al acontecimiento trágico, pasa de ser meramente geográfico a sentimental en la medida de las disposiciones personales ocupadas en otras sensaciones.El ajetreo diario añadido a la saturación mediática acentúa ese alejamiento. Salvo la repercusión directa sobre las víctimas o allegados, pasado el primer impacto de las noticias, es habitual la sucesión de imágenes de hechos truculentos. La vivencia del suceso acaba contemplándose como un ESPECTÁCULO, superado pronto por la siguiente información. Más allá de las primeras declaraciones, cuesta encontrar la suficiente coherencia para adaptar las conductas a los supuestos criterios morales.


Si queremos observar lo sucedido en un caso concreto, hace poco tiempo se produjo en aguas de Terranova el naufragio de un pesquero gallego, con la escalofriante noticia de tripulantes muertos y desaparecidos. Resultan patéticas las sensaciones percibidas en los entornos familiares después de esos momentos de zozobra informativa. La noticia de la suspensión de las tareas de búsqueda de los cuerpos es demoledora. La MORALIDAD se plantea en diferentes ámbitos. Las condiciones del trabajo, la pronta respuesta institucional, el requerimiento por parte de la ciudadanía y los acompañamientos posteriores a la familia; contrastan con la sensación de soledad, el alejamiento y el pronto olvido de lo sucedido.


Si dejamos aparte las declaraciones al tener conocimiento de uno de estos eventos catastróficos, ante la crudeza de lo sucedido, se pone de manifiesto el verdadero talante de las personas particulares y la disposición de las instituciones. Las aproximaciones indiferentes apenas sobrepasan el primer impulso contemplativo de rasgos intrascendentes. En cuanto a la organización de ESTRUCTURAS de apoyo, pronto se detecta esa discordancia de la relación con las víctimas y los beneficios colaterales orientados a servicios y comisionistas. La rotura del hilo principal con los verdaderos afectados contribuye al desánimo, pone de relieve el valor de las palabras y conceptos sin contemplaciones.


Esa delegación en la gestión institucional suele ser imprescindible por la magnitud de ciertos desastres, pero dispersa a su vez el verdadero sentido de las labores. Una vez más, la disposición crítica asoma con sus reivindicaciones en consonancia con las circunstancias del momento. La EXIGENCIA moral radica en descubrir las desviaciones improcedentes encubiertas por el apremio.


Dejar a su aire el curso de las tendencias informativas, las proyecciones institucionales, las emocionadas aproximaciones al evento o incluso las intervenciones perturbadoras; inciden directamente en la DEGRADACIÓN  de los mejores planteamientos. Los lamentos posteriores suelen llegar demasiado tarde, promueven ambientes desalentadores y por lo tanto, incrementan la frustración.

Moral de tragedia

Convendría que el sentimiento y la responsabilidad evitaran la vivencia de las tragedias como espectáculos
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 15 de julio de 2022, 08:48 h (CET)

Si el concepto de la moralidad entraña consideraciones complejas según las situaciones y las personas implicadas, su perfil queda pendiente de la aplicación práctica; no resulta sencillo, no, clarificar la exposición de sus características. La interpretación personal es decisiva, pero resulta insuficiente si no va acompañada de su acompañamiento en forma de las conductas adecuadas.


Hablar de moral colectiva es una idea controvertida por su dudosa concreción. El ENFOQUE de estos asuntos es un tanto paradójico, la sencillez del conocimiento no requiere complejos razonamientos, aunque las teorías se enredan y la coherencia de las actuaciones cruje en una serie de ejemplos de lamentables consecuencias.


La moral ocupa una pequeña parcela acosada por el resto de tendencias apasionadas activadas en las personas. El hecho de considerarla importante no invalida su posición real mezclada con ese resto mencionado. No se trata únicamente de como es valorada por cada protagonista, esa valoración tampoco es uniforme, depende de las situaciones afrontadas; dejando patente la imposibilidad de una actuación moral si uno no dispone de la libertad suficiente para decidir. No valen tampoco subterfugios, en esto decide uno bajo la franqueza de su intimidad. Es una TAREA sin posiciones establecidas de antemano, su grado de precisión e intensidad viene regida por los adentros, con la responsabilidad subsiguiente.


Ambos planteamientos, el enfoque y las tareas, se ponen especialmente de manifiesto en las situaciones de fuerte compromiso; pero también en esto del compromiso cada uno escoge su grado. Si su administración en las situaciones complacientes exige la serenidad para evitar extravagancias, pensar en la claridad moral frente a las graves condiciones TRÁGICAS adquiere una agudeza sin precedentes porque se perciben las deficiencias con mayor trastorno. Son numerosos los factores a tener en cuenta, es fácil la difuminación de las condiciones morales y no siempre coinciden las declaraciones con la coherencias de las conductas derivadas. Tragedias no faltan y en la variedad de las respuestas vemos de todo.


Los terribles ejemplos saltan en las diferentes localizaciones, interpelando desde circunstancias variables al resto del mundo. Contamos con un repertorio de guerras inusitado en cualquier continente, como si no hubieran otras maneras de componer mejores acuerdos. Los accidentes configuran un amplio grupo junto a los fenómenos naturales de carácter catastrófico. La perversión individual o colectiva penetra de mala manera en la vida de muchas personas. Una de las circunstancias con mayor influencia de cara a las interpretaciones morales y las respuestas adoptadas es la DISTANCIA entre los hechos y cada sujeto en particular; altera las percepciones y las sensibilidades efectivas.


Las guerras aplican la amplia gama de sus efectos dañinos con salvajismos extremosos, con ese protagonismo sufriente de las víctimas y con el perfil de quienes agreden, sobrepasando los calificativos habituales. Es natural la percepción predominante de las acometidas en directo, quizá por ello se tiende a pasar por alto las causas y colaboraciones menos evidentes, aunque no por ello sean intrascendentes; en ellas asienta con frecuencia el nacimiento del afán agresivo. Se requieren múltiples complicidades hasta llegar a la DEGRADACIÓN de las conductas, pasan desapercibidas porque su vinculación con el hecho nefasto se diluye y por lo general se tratan de ocultar.


Los hechos luctuosos adoptan numerosos formatos de violencia doméstica, xenofobia terrorista, tiroteos de gente enajenada, hambrunas, arrebatos pasionales; con su característica de estar más circunscritos a las acciones personales o manejos grupales. En semejante variedad es lógico pensar en la confluencia de un sinfín de condicionantes, con la dificultad consiguiente de lograr una buena comprensión de los actos cometidos. Su SIMPLIFICACIÓN plantea dos inconvenientes. No se corrigen las actitudes previas para hacer ver el despropósito xenófobo, abusos o las emociones libertarias. Una vez sucedidos los hechos, las medidas adoptadas tampoco abarcarán las ramificaciones de los desastres provocados.


El distanciamiento con respecto al acontecimiento trágico, pasa de ser meramente geográfico a sentimental en la medida de las disposiciones personales ocupadas en otras sensaciones.El ajetreo diario añadido a la saturación mediática acentúa ese alejamiento. Salvo la repercusión directa sobre las víctimas o allegados, pasado el primer impacto de las noticias, es habitual la sucesión de imágenes de hechos truculentos. La vivencia del suceso acaba contemplándose como un ESPECTÁCULO, superado pronto por la siguiente información. Más allá de las primeras declaraciones, cuesta encontrar la suficiente coherencia para adaptar las conductas a los supuestos criterios morales.


Si queremos observar lo sucedido en un caso concreto, hace poco tiempo se produjo en aguas de Terranova el naufragio de un pesquero gallego, con la escalofriante noticia de tripulantes muertos y desaparecidos. Resultan patéticas las sensaciones percibidas en los entornos familiares después de esos momentos de zozobra informativa. La noticia de la suspensión de las tareas de búsqueda de los cuerpos es demoledora. La MORALIDAD se plantea en diferentes ámbitos. Las condiciones del trabajo, la pronta respuesta institucional, el requerimiento por parte de la ciudadanía y los acompañamientos posteriores a la familia; contrastan con la sensación de soledad, el alejamiento y el pronto olvido de lo sucedido.


Si dejamos aparte las declaraciones al tener conocimiento de uno de estos eventos catastróficos, ante la crudeza de lo sucedido, se pone de manifiesto el verdadero talante de las personas particulares y la disposición de las instituciones. Las aproximaciones indiferentes apenas sobrepasan el primer impulso contemplativo de rasgos intrascendentes. En cuanto a la organización de ESTRUCTURAS de apoyo, pronto se detecta esa discordancia de la relación con las víctimas y los beneficios colaterales orientados a servicios y comisionistas. La rotura del hilo principal con los verdaderos afectados contribuye al desánimo, pone de relieve el valor de las palabras y conceptos sin contemplaciones.


Esa delegación en la gestión institucional suele ser imprescindible por la magnitud de ciertos desastres, pero dispersa a su vez el verdadero sentido de las labores. Una vez más, la disposición crítica asoma con sus reivindicaciones en consonancia con las circunstancias del momento. La EXIGENCIA moral radica en descubrir las desviaciones improcedentes encubiertas por el apremio.


Dejar a su aire el curso de las tendencias informativas, las proyecciones institucionales, las emocionadas aproximaciones al evento o incluso las intervenciones perturbadoras; inciden directamente en la DEGRADACIÓN  de los mejores planteamientos. Los lamentos posteriores suelen llegar demasiado tarde, promueven ambientes desalentadores y por lo tanto, incrementan la frustración.

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