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Etiquetas | Opiniones de un paisano

Sobre la obsoleta práctica del linchamiento

Mario López
Mario López
martes, 19 de agosto de 2008, 12:12 h (CET)
De toda la vida linchar a alguien ha supuesto una práctica violenta comunmente aceptada, realizada por la muchedumbre cabreada contra el individuo causante de su cabreo. Esta iniciativa podía adquirir diferentes formas, dependiendo de la importancia del cabreo y de los usos locales de la época. La cosa se podía sustanciar embadurnando al causante del perturbe local con brea y plumas de ave autóctona –pato, gallina, oca o ánsar- o moliéndole a palos; también podía resolverse con un acuchillamiento masivo, degüello o ahorcamiento. O, también siguiendo las preferencias de nuestro gran Javier Krahe, asando al impresentable en la hoguera. El linchamiento ha sido un método muy socorrido cuando la sociedad no contaba con una administración de justicia tan ágil, profesional y rigurosa como la que en la actualidad disfrutamos. Expeditivo como ningún otro método de dar a cada cual su merecido y contando con el concurso de toda la población, para que no dar lugar a malos rollos, el linchamiento fue una práctica habitual hasta hace muy poco en España e, incluso, en los Estados Unidos de América. De Fuenteovejuna a Cincinnati o de Brunete a Wyoming, ningún foráneo que le osara tocar las narices a un autóctono escapaba del linchamiento. Ni aún los más taimados corregidores castellanos o cuatreros californianos. Hasta los malos cantantes acababan irremisiblemente en el pilón. Esto del linchamiento ha supuesto una inestimable aportación a la consolidación del sentimiento nacional de los pueblos que nadie puede poner en duda.

Pero desde que se inventó esta cosa del Estado de derecho, el linchamiento ha quedado obsoleto, proscrito, como fumar en maternidad –y hay que reconocer que ya no es lo mismo nacer sin tener a un padre atacado de los nervios, encerrado en la sala contigua al partitorio y fumándose los cigarrillos a pares, mientras tú asomas la cabeza a este valle de lágrimas por salvas sean las partes de tu señora madre-. Hoy linchar está mal visto. Y tenemos que aceptarlo así. Entiendo que a uno le llega a poder ese instinto sanguinario y racial que nos ha acompañado durante siglos. Pero, insisto, en nuestra moderna sociedad ya no queda nada bien el linchamiento ¿No resultaría de lo más antiestético moler a palos a un chorizo a la puerta del Corte Inglés? Estoy de acuerdo en que no se puede permitir que un chorizo te robe la sudadera a la que habías puesto tu el ojo en el mostrador de las rebajas. Pero, no. No puede ser. Ni es cool ni tiene glamour.

Todavía hay muchos españoles que no se hacen cargo de estas cosas y cada vez que se detiene a alguien al que se le acusa de haber hecho algo a alguien, ya están ellos poniendo el grito en el cielo y exigiendo un castigo ejemplar para el aún presunto implicado. Yo entiendo que es un rollo tener que esperar a que un juez decida lo que hacer con el detenido y que es mucho más gratificante molerle a palos. Pero hay que tener paciencia. Y también cuando al reo se le condena a una pena que nos parece ridícula. Yo entiendo que cuando alguien te hace una putada gorda lo que te apetece es cogerle y despellejarle con una gillette sin permitir que pierda el conocimiento, para que sufra todo lo que pueda. Y luego abrirle lentamente en canal y sacarle uno a uno los higadillos. Lo entiendo perfectamente. Pero insisto, no es compatible este tipo de iniciativas con el buen gusto y decoro que rigen en la actualidad, en una sociedad tan sumamente global, moderna y liberal como la nuestra. Los descuartizamientos públicos sólo están reservados para Bush y algún otro de su cuerda.

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