No sólo el recuerdo del pecado, me parece apropiado recordarlo ahora que estamos en cuaresma. La Cruz es una señal luminosa que nos anuncia la Resurrección. El pecador –y todos lo somos- que no se arrepiente; además de querer borrar el sentido del pecado, quiere también eliminar de su inteligencia la perspectiva de una vida eterna, que lleva consigo dos realidades que no se pueden manipular: Cielo e Infierno, y en la que sería juzgado por sus pecados, por sus actos contra el prójimo y contra Cristo, Dios hecho hombre que murió por él.
Los hombres podemos destrozar las cruces, lo hemos hecho en los últimos meses, que hemos construido con nuestras manos. La Cruz en la que Cristo vivió su muerte redentora en el Calvario, no la destruiremos jamás.
El Señor, el Crucificado, que nos enseña a sacar bien de todo el mal que el hombre pueda hacer, aprovecha también el desprecio que le manifiestan los que anhelan derribar todas las cruces en su camino. ¿Cómo? Remueve la mente y el corazón de muchos creyentes que habían abandonado la fe, la esperanza, y la caridad; y les ayuda a volver a rezar, a arrepentirse de sus pecados y a pedir humildemente perdón al Crucificado. Como aquellas personas que bajaron del Calvario dándose golpes de pecho, y llorando. Es el camino de la resurrección.
Los creyentes rezamos por quienes destrozan las Cruces; las volveremos a levantar, como las levantaron nuestros antepasados llenando de cruceros los cruces de camino, que van indicando al caminante que Alguien les espera al final de su andar.
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