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¡Date prisa, poeta atormentado!
y haz un soneto “corto” y biensonante,
que pueda ser, el sí apasionante
de un jurado imparcial y preparado.
Varias neuras se me han averiado
en este afán gustoso y penetrante,
que aspira a ser tan raro y excitante
como encontrar un simio humanizado.
No pidas, por favor, que escriba “corto”
un soneto, que tiene su medida,
pues -sin ella- resultaría un aborto.
Catorce versos, son los que ahora aporto,
dos cuartetos y dos tercetos suman.
Llegado su final, me reconforto.
Tierra mía: ¡Me llaman nativo de África! A ellos los parece una situación patética, mientras que por acá la vida es pacífica. ¡Todo se piensa más allá de la física!
Trompifai: Entre ceja y ceja yo entusiasmado por una damita a la que conturba mi grandilocuencia. Protagonistas: ¡A mí! Antagonistas: ¡Conmigo!
El mundo de los escritores goza de las virtudes y defectos de los humanos. Más o menos neuróticos, normalitos, empáticos o soberbios, un artista, un escribidor, un narrador, un poeta, un novelista no están eximidos de las carnaduras propias de la vida.
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