De San Julián de Banzo salimos para llegar a la ermita. El camino se insinuaba. Ella estaba abierta, y mientras con picardía nos sonreía, cimbreaba sus caderas como un junco al compás del viento. Su cuerpo nos dejaba entrever: sus profundos barrancos, el ímpetu de sus fluidos, el contorno de sus muslos, su bello pluvial Vadiello.
Ella estaba abierta y era posible excitarse viendo sus intimidades. Nosotros la mirábamos con deseo. Y ella nos decía con un grácil gesto de su mentón:"¡Osad!” Fieros falos desafiaban con firmeza el firmamento. Con decisión fuimos trepando por una de sus extremidades. Ella temblaba, estaba mojada ¿sería de pasión? Nos dijimos Nuestros corazones galopaban al unísono a lomos de lo inexplicable. Aunque, nuestra cabeza nos aconsejaba:” Des-pa-ci-to". Bajamos a su herida mortal, penetramos en sus entrañas y, extasiados, nos abrazamos. Ella nos sonreirá en tanto que nos veía embelesados con el paisaje.
Continuamos disfrutando al compás de la brisa. Cuando el camino nos cogió la mano y..., y nos la llevó a donde él quiso. Nos dijo cosas que aquí no se pueden repetir... Llegamos al collado y volvimos a bajar a otro de sus lubricados cañones; despacito…. Repasamos sus aberturas con detenimiento: a veces con ternura, otras con vigor, otras con desenfreno.
Por fin llegamos a la ermita y tocamos la campana. ¡Y de súbito, nos llovió! (por ello es aconsejable traer chubasquero o paragua, según gustos). Una cascada permanente lubrica las paredes plenas de musgo y enredaderas. En su útero comimos y levantando nuestras copas al cielo, brindamos por la eterna vehemencia. Al terminar de comer, nos despedimos de la ermita e iniciamos el camino de vuelta. En fin, esta es una excursión muy recomendable para todo tipo de público que le guste disfrutar de bellas y sensuales vistas...
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