Vista la desastrosa gestión que, desde el principio, han hecho el Presidente del Gobierno y sus ministros, cabría preguntarse cuál sería la situación de los asuntos públicos si la epidemia no hubiera existido.
Hay una cierta tendencia en los partidos de la oposición, e incluso en algunos medios de comunicación, a criticar las acciones del Gobierno en función de lo que hacía y decía Sánchez cuando estaba fuera de La Moncloa. “La calle ardería –por el precio de la luz- si Podemos y el PSOE estuvieran en la oposición”; “Sánchez ponía pies en pared cuando el precio de la luz subía con Rajoy y ahora, que lo hace muchísimo más, no dice ni hace nada”…
Y así en muchas de las críticas que resultan inútiles y vacías de contenido por dos razones fundamentales: porque las mentiras, las falacias y los incumplimientos de Sánchez se han convertido, desde antes de su llegada al poder, en verdaderos axiomas –no necesitan demostración y están a la vista del que quiera mirar- y porque la tarea de la oposición es exigir a cualquier gobierno una gestión lo suficientemente eficaz como para resolver los problemas y no criticarle por lo que afirmaba o por lo que protestaba cuando era oposición.
A Sánchez hay que exigirle actuaciones eficaces, sin sectarismo, con altura de miras y con suficiencia política y de gestión, que sirvan para arreglar lo que no funciona y para mejorar lo que resulta deficiente. Y si no es así, la oposición debe poner los medios para mostrar a la opinión pública sus carencias e informar a los ciudadanos para que decidan un cambio en el ejecutivo a la hora de elegir.
Entra en la lógica de los políticos que en estos meses de pandemia toda su gestión haya estado no solamente dedicada a la lucha y al control de las oleadas del virus, sino también que hayan trufado toda su política con los avatares de la situación sanitaria.
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