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Opinión
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El problema que tienen estas nuevas realidades eclesiales es que, siendo laicales fundamentalmente, no terminan de darse cuenta de lo que es un laico en la Iglesia Católica

Los heridos no pueden esperar

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Observo que en general ha tenido buena aceptación la reciente intervención del Papa en la rama laical de Comunión y Liberación, una de las realidades eclesiales surgidas en el siglo XX y que,  como otras, tiene un problema que arranca prácticamente de su fundación: el ejercicio anómalo de la autoridad en el seno de la institución.


Me parece que para enmarcar un poco el problema e intentar entenderlo, es importante conocer algo de la historia de la Iglesia desde el siglo XIX hasta acá, en donde se produjeron una gran cantidad de fundaciones con diversos carismas y un elemento común: un progresivo protagonismo de los laicos, proceso que se agudizó a principios del siglo XX y durante el mismo y que sigue produciendo nuevas instituciones.


Por referirme a algunas instituciones que están en la mente de todos, y por citar solo algunas de ellas, hablo de la Asociación Católica de Propagandistas, del Opus Dei, de los Focolares, Comunión y Liberación, Heraldos del Evangelio, Legionarios de Cristo, Camino Neocatecumenal, Comunidad de San Egidio, Sodalicio de Vida Cristiana, Hakuna, etc.


Algunas de estas instituciones (como por ejemplo, la ACdP) no tienen en absoluto el problema del que voy a tratar, pero otras sí. A mi modo de ver el quid de la cuestión está, como digo en el modo anómalo de ejercer la autoridad en el seno de estas instituciones, y muy concretamente en algo tan sencillo como es el respeto a las conciencias de sus miembros en materia espiritual, o lo que es lo mismo, en la separación entre fuero interno y externo de sus miembros, de modo que desde la institución solo se gobierne sobre el fuero externo, respetando absolutamente el fuero interno de los miembros.


El problema que tienen en mayor o menor medida estas nuevas realidades eclesiales es que, siendo laicales fundamentalmente, no terminan de darse cuenta de lo que es un laico en la Iglesia Católica, y o bien en los estatutos de dichas instituciones o en la vida práctica, o en los dos ámbitos a la vez, traspasan continuamente la línea roja del fuero interno de sus miembros desde los cargos de gobierno, llevando a cabo una intolerable injerencia en el ámbito de la conciencia desde la institución, con un exorbitante afán de control ilícito sobre los miembros o asociados, que hace que esas instituciones se conviertan de facto en verdaderas sectas, perdiendo el norte de sus respectivos carismas, y dando una preponderancia patológica al grupo sobre la persona y sus derechos fundamentales, lo que supone olvidar que quienes ostentan cargos en dichas instituciones, también están obligados a respetar las leyes civiles y constitucionales de los países en donde trabajan, las cuales, en mayor o menor medida tienen recogidos en sus ordenamientos jurídicos la defensa y protección de los Derechos Humanos.


¿Por qué ese traspaso de esa línea roja del respeto a la conciencia individual? 


Pienso que en primer lugar se debe a la tentación totalitaria, ínsita en todo hombre, en el afán de poder, sea del tipo que sea.


En segundo lugar, creo que hay que buscar una causa en la sobrevaloración del grupo frente al individuo, y la divinización del carisma de la institución hasta hacerle perder su dimensión y hacerlo prevalecer sobre la misma Iglesia. Quienes forman parte de estas entidades, en general, aman más a su institución que a la Iglesia. Las cosas de la Iglesia les importan más o menos, pero tienen puesta permanentemente su atención de forma exclusiva en su propia organización, para la que viven y para la que entregan la vida.


En tercer lugar veo en estas instituciones una deficiente comprensión de lo que es un laico en la Iglesia, de lo que es su propia intimidad, su responsabilidad personal, sus obligaciones familiares, profesionales y sociales, y en general toda una serie de campos en los que la institución de la que hablamos ni puede ni debe entrometerse lo más mínimo, ya sea a través de actividades grupales o individuales, tales como el acompañamiento espiritual o con mucho mayor motivo, el sacramento de la penitencia.


Estas instituciones, aunque sean laicales, tienen en el fondo un sentir de varios siglos atrás y unos modos propios de órdenes religiosas con sus votos de pobreza, castidad  y obediencia, absolutamente incompatibles con laicos verdaderos que tienen obligaciones propias de laicos que viven en el mundo.


En mayor o menor medida en estas instituciones se practica la “cuenta de conciencia”, en la que los miembros, por el camino que sea, llevan a cabo trasposiciones chapuceras de los capítulos de los monjes cuyo carisma era y es totalmente diferente, el apartamiento del mundo, al haber dado a su vida un sentido escatológico por el que se han despojado voluntariamente hasta de la propia voluntad para manifestar al mundo que somos viandantes camino del cielo, de las realidades eternas, continuando de esa manera el testimonio escatológico de los mártires de los primeros siglos del cristianismo.


Pero un laico es totalmente diferente. Ni mejor ni peor, pero diferente. Y es un error entender que un laico es como un monje urbano. El problema de esta continua y permente agresión a las conciencias desde estas instituciones es que van dejando en la cuneta un montón de gente herida espiritualmente, destrozada interiormente para toda la vida.


Lo que más conozco de todo esto es el Opus Dei y puedo decir que el panorama es espeluznante. Aunque es muy difícil manejar datos, parece ser que la gente que ha abandonado ya el Opus Dei supera con creces a la que actualmente lo forma. Estamos hablando de en torno a unos cien mil ex miembros.


Que haya tanta gente que ha abandonado la institución es algo que ya da que pensar. Pero más que el número, lo importante es ver el “cómo” han quedado espiritualmente maltrechos los que han abandonado, ya que al más puro estilo de las sectas, el abandono del Opus Dei ha llevado a una gran mayoría a una fase de “descompresión” que para no pocos ha durado el resto de su vida.

No se puede frivolizar con esto. Hay una página web en donde se recogen multitud de testimonios de ex miembros del Opus Dei y de las prácticas que se llevan a cabo en el mismo. Es espeluznante. La página se llama “OpusLibros”.


¿Y los que están dentro, qué?

Como Internet es algo imparable ante la censura, cada vez son más los miembros del Opus Dei que leen asiduamente OpusLibros. Por supuesto, sin que se enteren sus directores. Incluso hay algunos miembros que publican en OpusLibros bajo seudónimo.


Todo esto sucede porque la situación del Opus Dei es cada vez más insostenible por el férreo control, disfrazado de aparente libertad, al que están sometidos sus miembros, a través de lo que internamente se llama “la charla fraterna” y la “corrección fraterna”, auténticos métodos de cuenta de conciencia o de delación sobre los miembros, totalmente prohibidos por la Iglesia, incluso en el mismísimo Código de Derecho Canónico.


El Papa lleva varios años dando puntadas con hilo sobre este tema. Lleva dando advertencias muy concretas a los superiores de todas estas instituciones. Con la intervención en la rama laical de Comunión y Liberación parece que va a pasar a la acción. Ante esta actuación del Papa todo el mundo ha pensado en el Opus Dei, empezando por muchos miembros actuales que ya no pueden aguantar más  y que llevan mucho tiempo esperando a que el Papa haga algo con el Opus Dei.


Alguna vez he hablado con algunos de ellos y también con otros de los de la cuneta. Siempre he querido disculpar la lentitud del Papa argumentando que las mejores reformas son las que se reciben pacíficamente. Pero desde hace varios meses noto que no son pocos los que me responden que, de acuerdo, pero que “los heridos no pueden esperar”. 

Los heridos no pueden esperar

El problema que tienen estas nuevas realidades eclesiales es que, siendo laicales fundamentalmente, no terminan de darse cuenta de lo que es un laico en la Iglesia Católica
Antonio Moya Somolinos
martes, 5 de octubre de 2021, 10:05 h (CET)

Observo que en general ha tenido buena aceptación la reciente intervención del Papa en la rama laical de Comunión y Liberación, una de las realidades eclesiales surgidas en el siglo XX y que,  como otras, tiene un problema que arranca prácticamente de su fundación: el ejercicio anómalo de la autoridad en el seno de la institución.


Me parece que para enmarcar un poco el problema e intentar entenderlo, es importante conocer algo de la historia de la Iglesia desde el siglo XIX hasta acá, en donde se produjeron una gran cantidad de fundaciones con diversos carismas y un elemento común: un progresivo protagonismo de los laicos, proceso que se agudizó a principios del siglo XX y durante el mismo y que sigue produciendo nuevas instituciones.


Por referirme a algunas instituciones que están en la mente de todos, y por citar solo algunas de ellas, hablo de la Asociación Católica de Propagandistas, del Opus Dei, de los Focolares, Comunión y Liberación, Heraldos del Evangelio, Legionarios de Cristo, Camino Neocatecumenal, Comunidad de San Egidio, Sodalicio de Vida Cristiana, Hakuna, etc.


Algunas de estas instituciones (como por ejemplo, la ACdP) no tienen en absoluto el problema del que voy a tratar, pero otras sí. A mi modo de ver el quid de la cuestión está, como digo en el modo anómalo de ejercer la autoridad en el seno de estas instituciones, y muy concretamente en algo tan sencillo como es el respeto a las conciencias de sus miembros en materia espiritual, o lo que es lo mismo, en la separación entre fuero interno y externo de sus miembros, de modo que desde la institución solo se gobierne sobre el fuero externo, respetando absolutamente el fuero interno de los miembros.


El problema que tienen en mayor o menor medida estas nuevas realidades eclesiales es que, siendo laicales fundamentalmente, no terminan de darse cuenta de lo que es un laico en la Iglesia Católica, y o bien en los estatutos de dichas instituciones o en la vida práctica, o en los dos ámbitos a la vez, traspasan continuamente la línea roja del fuero interno de sus miembros desde los cargos de gobierno, llevando a cabo una intolerable injerencia en el ámbito de la conciencia desde la institución, con un exorbitante afán de control ilícito sobre los miembros o asociados, que hace que esas instituciones se conviertan de facto en verdaderas sectas, perdiendo el norte de sus respectivos carismas, y dando una preponderancia patológica al grupo sobre la persona y sus derechos fundamentales, lo que supone olvidar que quienes ostentan cargos en dichas instituciones, también están obligados a respetar las leyes civiles y constitucionales de los países en donde trabajan, las cuales, en mayor o menor medida tienen recogidos en sus ordenamientos jurídicos la defensa y protección de los Derechos Humanos.


¿Por qué ese traspaso de esa línea roja del respeto a la conciencia individual? 


Pienso que en primer lugar se debe a la tentación totalitaria, ínsita en todo hombre, en el afán de poder, sea del tipo que sea.


En segundo lugar, creo que hay que buscar una causa en la sobrevaloración del grupo frente al individuo, y la divinización del carisma de la institución hasta hacerle perder su dimensión y hacerlo prevalecer sobre la misma Iglesia. Quienes forman parte de estas entidades, en general, aman más a su institución que a la Iglesia. Las cosas de la Iglesia les importan más o menos, pero tienen puesta permanentemente su atención de forma exclusiva en su propia organización, para la que viven y para la que entregan la vida.


En tercer lugar veo en estas instituciones una deficiente comprensión de lo que es un laico en la Iglesia, de lo que es su propia intimidad, su responsabilidad personal, sus obligaciones familiares, profesionales y sociales, y en general toda una serie de campos en los que la institución de la que hablamos ni puede ni debe entrometerse lo más mínimo, ya sea a través de actividades grupales o individuales, tales como el acompañamiento espiritual o con mucho mayor motivo, el sacramento de la penitencia.


Estas instituciones, aunque sean laicales, tienen en el fondo un sentir de varios siglos atrás y unos modos propios de órdenes religiosas con sus votos de pobreza, castidad  y obediencia, absolutamente incompatibles con laicos verdaderos que tienen obligaciones propias de laicos que viven en el mundo.


En mayor o menor medida en estas instituciones se practica la “cuenta de conciencia”, en la que los miembros, por el camino que sea, llevan a cabo trasposiciones chapuceras de los capítulos de los monjes cuyo carisma era y es totalmente diferente, el apartamiento del mundo, al haber dado a su vida un sentido escatológico por el que se han despojado voluntariamente hasta de la propia voluntad para manifestar al mundo que somos viandantes camino del cielo, de las realidades eternas, continuando de esa manera el testimonio escatológico de los mártires de los primeros siglos del cristianismo.


Pero un laico es totalmente diferente. Ni mejor ni peor, pero diferente. Y es un error entender que un laico es como un monje urbano. El problema de esta continua y permente agresión a las conciencias desde estas instituciones es que van dejando en la cuneta un montón de gente herida espiritualmente, destrozada interiormente para toda la vida.


Lo que más conozco de todo esto es el Opus Dei y puedo decir que el panorama es espeluznante. Aunque es muy difícil manejar datos, parece ser que la gente que ha abandonado ya el Opus Dei supera con creces a la que actualmente lo forma. Estamos hablando de en torno a unos cien mil ex miembros.


Que haya tanta gente que ha abandonado la institución es algo que ya da que pensar. Pero más que el número, lo importante es ver el “cómo” han quedado espiritualmente maltrechos los que han abandonado, ya que al más puro estilo de las sectas, el abandono del Opus Dei ha llevado a una gran mayoría a una fase de “descompresión” que para no pocos ha durado el resto de su vida.

No se puede frivolizar con esto. Hay una página web en donde se recogen multitud de testimonios de ex miembros del Opus Dei y de las prácticas que se llevan a cabo en el mismo. Es espeluznante. La página se llama “OpusLibros”.


¿Y los que están dentro, qué?

Como Internet es algo imparable ante la censura, cada vez son más los miembros del Opus Dei que leen asiduamente OpusLibros. Por supuesto, sin que se enteren sus directores. Incluso hay algunos miembros que publican en OpusLibros bajo seudónimo.


Todo esto sucede porque la situación del Opus Dei es cada vez más insostenible por el férreo control, disfrazado de aparente libertad, al que están sometidos sus miembros, a través de lo que internamente se llama “la charla fraterna” y la “corrección fraterna”, auténticos métodos de cuenta de conciencia o de delación sobre los miembros, totalmente prohibidos por la Iglesia, incluso en el mismísimo Código de Derecho Canónico.


El Papa lleva varios años dando puntadas con hilo sobre este tema. Lleva dando advertencias muy concretas a los superiores de todas estas instituciones. Con la intervención en la rama laical de Comunión y Liberación parece que va a pasar a la acción. Ante esta actuación del Papa todo el mundo ha pensado en el Opus Dei, empezando por muchos miembros actuales que ya no pueden aguantar más  y que llevan mucho tiempo esperando a que el Papa haga algo con el Opus Dei.


Alguna vez he hablado con algunos de ellos y también con otros de los de la cuneta. Siempre he querido disculpar la lentitud del Papa argumentando que las mejores reformas son las que se reciben pacíficamente. Pero desde hace varios meses noto que no son pocos los que me responden que, de acuerdo, pero que “los heridos no pueden esperar”. 

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