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Desde EE.UU. el Papa se ha dirigido también al mundo entero. Si en Filadelfia hay familias de todos los continentes, en Nueva York finalizaba, el mismo día, la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible, que reunía a representantes de 193 países para ratificar las metas de desarrollo humano para los próximos 15 años.
El Papa alentó, durante su estancia en Nueva York sus esfuerzos y subrayó que el planeta es “la casa común de todos los hombres”, que debe edificarse día a día desde el respeto a la naturaleza y a la dignidad de cada ser humano.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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